El encuentro con la misericordia del padre
Hay dos preguntas están siempre presentes en el corazón de todo hombre que busca la identidad de Dios y la propia: "¿Quién eres Dios? ¿Quién soy yo?"
Al narrar la parábola del padre y los dos hijos, incluida en el capítulo 15 de Lucas - definido como «el Evangelio del Evangelio» -, Jesús revela el misterio de Dios y de su amor y, al mismo tiempo, como enseñaba en su momento el Concilio Vaticano II, «manifiesta también plenamente el hombre al hombre y le manifiesta su altísima vocación». Una vocación de hijo y una vocación de hermano.
¿Quién es entonces Dios? Las palabras de Jesús nos dicen que Él es un Padre fiel a su amor, que contiene una ternura profunda con un matiz femenino, como sugiere el evangelista en el uso del verbo splagknizomai, que recuerda el seno materno.
Un Padre que se llama misericordia y por eso el hijo menor, pero también el hijo mayor, sigue siendo siempre hijo acogido, amado y perdonado. Dios es, ante todo, fiel a su ser de Padre y por eso devuelve a su hijo su dignidad, devolviéndole los símbolos de su identidad: la «primera vestidura», es decir, la filial, el anillo símbolo del poder y las sandalias, que los dueños de casa calzaban a diferencia de los invitados que se las quitaban nada más llegar.
¿Quién soy yo? Es un hijo que se niega a vivir en la casa de su padre, alejándose de ella –como el hijo menor– o no queriendo entrar en ella, como el mayor. Un pecador, por tanto, que es perdonado y nunca es humillado, porque el Padre siempre sale al encuentro, no permanece inmóvil en su casa y sobre todo no reprocha.
El Papa Francisco afirmaba aquello de: “El Señor no sólo nos limpia, sino que nos corona, nos da dignidad”. Aquí está la fuente de la alegría cristiana, que nace del perdón que no humilla, sino que reconstituye al hombre en su identidad filial. Todo esto es siempre un regalo gratuito del Padre porque nadie puede comprar el ser hijo de Dios.
La experiencia del encuentro con la misericordia del Padre permite al hombre redescubrirse a sí mismo, porque como escribía Juan Pablo II: «El hombre sigue siendo un ser incomprensible para sí mismo, su vida carece de sentido si no se le revela el amor... si no lo experimenta y lo hace suyo».
Éste es el Evangelio que Jesús ofrece a quienes están perdidos y confundidos en la oscuridad de la noche de su vida y se preguntan: «¿Quién eres tú, Dios? ¿Quién soy yo?»
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