El Maestro de la Humanidad y el lenguaje humano de los afectos
Una mañana en el lago, después de que Jesús ha preparado la comida, como una madre, para sus amigos que regresaban de una noche vacía, se produce el maravilloso diálogo entre el Resucitado y Pedro, realizado con la mirada a la altura del corazón.
Tres peticiones idénticas y diferentes cada vez, el diálogo más bello de toda la literatura universal: Simón, ¿me amas más que a nadie? ¿Me amas? ¿Me amas?
La humanidad de Jesús es conmovedora. Quisiera decir, sin temor a equivocarme, que este es el Dios de la humanidad total, y que por eso nos llama tanto la atención.
Jesús ha resucitado, vuelve al Padre, y sin embargo pide amor, amor humano. Aquel que dijo a María Magdalena: «No me detengas, debo subir», en cambio, está detenido en la tierra por una necesidad, un hambre muy humana y divina. Él puede irse si le aseguran que es amado.
Tengo que irme y os dejo con una pregunta: ¿He despertado en vosotros el amor?
No le pregunta a Simón: Pedro, ¿has entendido mi mensaje? ¿Está claro lo que hice? ¿Qué tienes que anunciar a los demás?
Sus palabras trastocan las expectativas: lo deja todo al amor, no a las doctrinas, no a los sistemas de pensamiento, ni siquiera a proyectos de cualquier otro tipo. Mi proyecto, mi mensaje es el amor.
Jesús, Maestro de la humanidad, utiliza el lenguaje sencillo del cariño, preguntas que han resonado innumerables veces en la tierra, bajo todos los cielos, en las bocas de todos los enamorados que no se cansan de preguntar y saber: ¿Me amas?
Extrema sencillez de palabras que nunca son suficientes, porque la vida tiene un hambre insaciable de ellas; de preguntas y respuestas que hasta un niño entiende, porque eso es lo que escucha de su madre todos los días.
El lenguaje de las raíces profundas de la vida coincide con el lenguaje religioso. Simplificación prodigiosa: las mismas leyes gobiernan la vida y el Evangelio, el corazón y el cielo.
En este momento Jesús nos repite: a vosotros que, como Pedro, no estáis seguros de vosotros mismos a causa de tantas traiciones, pero que a pesar de todo me amáis, a vosotros os confío mi Evangelio.
El milagro es que mi debilidad incurable, todo mi trabajo para nada, las noches de pesca infructuosas, las traiciones, no son una objeción al Señor, sino una oportunidad para ser hechos nuevos, para sentirnos bien con Él, para comprender mejor su corazón y renovar nuestra opción por Él.
Esto es lo que interesa al Maestro: reavivar la mecha de la llama vacilante, moribunda (Is 42,3), un corazón encendido, una pasión resucitada: «Pedro, ¿me amas ahora?». La santidad es renovar la pasión por Cristo, hoy, ahora.
Toda la ley está precedida de un “eres amado” y seguida de un “amarás”. Tú eres amado es el fundamento de la ley. Tú amarás es su cumplimiento.
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