Hay un sueño en Dios
Hay un sueño en Dios. Y es más que un sueño. Porque nuestros sueños también pueden quedarse sólo en eso, seguir siendo sueños, y no realizarse. Pero los sueños de Dios se hacen realidad. El sueño recorre el Primer y el Segundo Testamento. Y eso es como decir que esto se repite a lo largo de toda la historia.
Cuando hablamos de Iglesia hoy en día, ¿qué nos viene principalmente a la mente, el templo o la calle?
¿Un Dios para ser adorado en las Iglesias o un Dios para ser sorprendido en las calles? ¿Cristianos atados a un bloque institucional o cristianos compañeros de viaje de las mujeres y de los hombres de hoy, de sus noches y de sus amaneceres, de sus angustias y de sus expectativas?
¿Cristianos que sueñan con la “ciudadela cristiana” o cristianos convencidos de que Dios es el Dios de la tienda, el Dios en la sucesión de las generaciones, en el acto de generar, el Dios de los rostros?
Cada vez que las madres judías daban a luz a un niño, y cada vez que todavía hoy dan a luz a un niño, tienen un sobresalto: ¿podría ser ese niño el Mesías? La sorpresa de Dios está en la vida.
El Dios del Reino es una revolución. Regresemos al sueño de Dios: de la inmovilidad del Templo al camino inquieto de la humanidad a la que pertenecemos. Y el sueño, nuestro sueño, el más grande de los sueños, poder decir, como Dios: Yo he estado contigo, dondequiera que hayas ido. Porque Dios entra en la vida y camina al compás de la vida.
Es hermoso leer la historia de la Anunciación bajo esta luz.
La Anunciación no está en el templo, está en la vida.
Es una Anunciación en una región y está el nombre de la región, Galilea, en una ciudad y está el nombre, Nazaret, y está el nombre de la mujer, María, y de su esposo, José, y también de su prima, Isabel, aquella que todos decían que era estéril, y que ahora está en su sexto mes.
¡Es la vida!
Es la Anunciación, es el nacimiento de Dios, pero en la vida.
En nuestra vida, hecha de sentimientos de inadecuación: (“…pero ¿cómo es posible? No se dan las condiciones… No se cumplen los requisitos”), una vida hecha de nuestras perturbaciones: (“No tengas miedo, María”). No tengas miedo.
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