lunes, 24 de marzo de 2025

La Idea de Europa.

La Idea de Europa 

Entiendo que la alta política de Europa debe restaurar, ¿no será resucitar?, el alma muerta de este continente. No basta con decir Europa, hay que preguntarse quién es Europa, qué hay en su ADN, cuál es la anamnesis de sus dolencias y descubrir la cura que puede curarla. 

En nuestro ADN están ante todo Creonte y Antígona, poder y libertad, ley y gracia, obediencia y dignidad. Pero también se produjo la entronización de la guerra, proclamada padre/madre y principio de todas las cosas, de todos los reyes, desde Heráclito hasta Kant, que la consideró un producto de la naturaleza, y la paz en cambio un artificio. Pero en el ADN de Europa están también todas las pasiones humanas que nos fueron reveladas en la tragedia griega: el amor y la muerte, los celos y la entrega, el proyecto y la esperanza. 

Pero después hay que hacer la anamnesis, todas las enfermedades de Europa, el imperialismo universalista de Occidente, que empezó en Roma, el culto a los Césares, la sociedad de amos y siervos, las persecuciones religiosas, los descubrimientos como conquistas, el genocidio de los indios y el rechazo del Otro, las colonias, hasta las dos guerras mundiales y la Shoah, y después, la resistencia a la instauración del Estado del bienestar, el desaprovechamiento de la eliminación del muro de Berlín y la recuperación de la guerra, la restauración neoliberal del imperio del beneficio y del mercado, hasta el punto de distorsionar este continente, de no saber ya lo que es, un personaje en busca de autor. 

El problema es que sus gobernantes creen que necesita un Enemigo, es la existencia de un Enemigo lo que le da su razón de ser, e incluso cuando pasan a su lado con gritos de paz quieren prepararle para la guerra. Dicen que el enemigo ya está allí para invadirla. 

La verdad es que no pueden aceptar la caída del Muro de Berlín. Esto fue lo que permitió a una todavía “Pequeña Europa” avanzar hacia la unidad, mirar el mundo con nuevos ojos y tener paz, esto fue lo que dio lugar a la alternativa keynesiana y la preparó para el euro. 

Entonces, ¿cuál es la cura, que la curará, cómo tener un pronóstico no reservado para Europa, que la ponga fuera de peligro? 

La cura es entender que Europa no necesita un enemigo sino una idea. De hecho, Europa misma es una Idea, una Idea que se convierte en historia, de lo contrario ya no es nada. “Idea Europa” era de hecho el título de una obra que explora su historia ideal, de un teólogo jesuita alemán, Erich Przywara, citado por el Papa Francisco cuando recibió el Premio Carlomagno. 

Tener una idea significa tener una visión que valga la pena vivir y luchar por ella, las ideas que hemos traicionado: la democracia, la libertad, la igualdad, la fraternidad… Pero ser Idea que se hace historia significa tomar las riendas del mundo y volver a poner en juego la fe que atestigua que la humanidad se salvará, las creencias que hemos perdido porque no hemos sabido defenderlas de la justa crítica de la laicidad. 

Y aquí debemos decir lo más transgresor y herético que se puede decir hoy: que para salvarse, Europa debe recuperar su mayor y más perdido bien, el cristianismo. Tal propuesta puede parecer paradójica en un momento en que la fábrica del mal alcanza cotas sin precedentes, hasta el decreto de exterminio notificado a la población de Gaza mediante panfletos lanzados, bombas y misiles por el ejército israelí. 

La supresión de lo humano, que se reivindica como cultura común, es el derrocamiento absoluto del cristianismo, fundado en la humanidad de Dios, pero es también la blasfemia que derriba la Alianza del Sinaí, y ambos ponen en tela de juicio a Europa: ¿dónde estás tú, Europa? 

No hay vuelta atrás para la laicidad así entendida, nacida como fue de las guerras religiosas entre príncipes cristianos en el siglo XVII. Pero fue precisamente un cristiano, un luterano holandés, quien proporcionó, aunque fuera como hipótesis paradójica, la fórmula de la laicidad sobre la que se construyó la modernidad: la justicia y el derecho son innatos en la tierra, y son tarea nuestra, incluso en la hipótesis blasfema de que Dios no existiera -etsi deus non daretur, y no se preocupa de la humanidad. Y así lo hemos hecho: sin necesidad de ser ateos, instauramos la Ilustración y la modernidad acogiendo la laicidad que es el verdadero nombre de la secularidad. 

Esta hipótesis ha dado abundantes frutos, pero como vemos ahora, no es suficiente para salvarnos. Tal vez sea tiempo de probar la hipótesis opuesta: no es necesario ser creyente para combatir el horror con todas las fuerzas espirituales y humanas movidas por la hipótesis no probada de que Dios existe y cuida de la humanidad. 

Hay, sin embargo, y hasta ayer había, un obstáculo insuperable para que esto suceda: el cristianismo en su aspecto mundano se ha entrelazado con la Idea y con la historia de Europa en las formas del régimen constantiniano o del “cristiandad” que “desde Constantino hasta Hitler”, según la fórmula de Erich Prziwara, ha intentado organizar Occidente como un estado totalitario, en el que se crea un vínculo orgánico entre la cultura, la política, las instituciones y la Iglesia. Lo cual presupone a la Iglesia como la realización misma del Reino de Dios en la tierra, y por tanto hacía de la Iglesia el verdadero soberano terrenal. 

Pero esta forma ha pasado, no sólo gracias a la laicidad de la secularidad, sino porque el cristianismo la ha abandonado y la misma Iglesia la ha repudiado, primero reaccionando con vehemencia, sintiéndose atacada, después con la gran proclamación del Concilio Vaticano II y el sello profético del Papa Francisco que, precisamente recibiendo el premio Carlomagno, como en el Consejo de Europa y en la Curia romana, atestiguó que la empresa de Carlomagno ha terminado, que «ya no estamos en la era del cristianismo, ya no». 

Pero esto no significó que nos hayamos quedado con las manos vacías, porque a cambio se ha ofrecido a Europa y al mundo un nuevo mensaje, que Dios es sólo misericordia, y que si, tal vez, como dice el Papa Francisco, el Infierno está vacío, los hombres no pueden amenazarlo ni "abrir sus puertas" en la tierra, en Gaza como en Auschwitz. 

Parece irreal, sin embargo, que Europa pueda hoy echar mano del tesoro cristiano, porque la laicidad de la secularidad, que ha penetrado cada fibra de su ser, es un obstáculo para ello, y porque la misma modernidad, y no sin razón, se fundó y se identifica con ella, con la laicidad y la secularidad, entendiendo lo secular, el siglo, como el lugar donde Dios no está, y no importa que exista o no, o que se crea en Él en la intimidad de las instituciones y de los corazones. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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