lunes, 10 de marzo de 2025

Las raíces del Triduo Pascual y el cristianismo radical.

Las raíces del Triduo Pascual y el cristianismo radical 

Estos días “huelen” a Pascua. Ya el pasado domingo (“Domingo de Ramos”) en diversas redes sociales aparecían “palomas blancas” y “ramos de olivo”… La referencia a la “paz” en clara oposición a cualquier oposición bélica era natural. De hecho, sacrosanto. 

Pensando en esta “Pascua 2025”, cuyos ritos comienzan al atardecer del jueves (este año el 17 de abril), no podemos dejar de pensar en lo que sucede a nuestro alrededor y, sobre todo, en cuántas voces, autodenominadas cristianas, multiplican su juicio sobre la guerra. 

La radicalidad del contexto nos ayuda a repensar la radicalidad de la vida cristiana. 

Ningún cristiano puede apoyar la guerra en nombre de Cristo. 

Ningún cristiano, en cualquier longitud o latitud, puede hablar en nombre del Crucificado-Resucitado con palabras de apoyo a la guerra (cualquier guerra). Lo que queda es sólo dolor y desolación, silencio doloroso y devastación absurda. 

De hecho, parece cada vez más evidente que ninguna religión puede seguir siendo autoritaria utilizando palabras y sentimientos beligerantes (la Declaración del 4 de febrero de 2019 fue profética: https://www.vatican.va/content/francesco/es/travels/2019/outside/documents/papa-francesco_20190204_documento-fratellanza-umana.html). 

Ninguna oración puede compararse con las invocaciones de apoyo a la venganza, con las invocaciones de terror contra "los hermanos". Ningún “sacrificio antiguo” puede sustituir las responsabilidades de Caín y Abel respecto a diálogos nunca buscados, nunca construidos, nunca intentados y, sobre todo, respecto a la supresión violenta del otro, de la identidad violada, del cuerpo violado. 

Y cada vez parece más claro que ningún cristiano puede llamarse tal sin repensarse en la dinámica del acontecimiento pascual: entrega, muerte y resurrección. Es en estos tres momentos del único acontecimiento (Pascua) que uno es “cristiano”. Una tensión que se convierte en manifiesto de fe esencial. La diversidad es riqueza, excepto cuando niega lo esencial o se opone al núcleo de lo que debería unir. 

Tradición de Aquel que nos ha llamado “amigos”… 

Pero es singular que, según la tradición, nos introducimos en la celebración del acontecimiento pascual (Triduo Pascual) con el recuerdo fundamental de la donación de Cristo, que llamamos “Eucaristía”, para luego acceder a “su muerte y resurrección” y participar en su “vida nueva”. El Triduo Pascual sigue la dinámica bidireccional de la Eucaristía y la vida nueva. Podríamos traducirlo así: de su entrega durante toda nuestra vida. 

La iniciación cristiana implica el camino inverso: de la nueva vida (bautismo/confirmación) a la Eucaristía. De acoger el misterio a devenir en el misterio. 

En la práctica sacramental, el bautismo precede a todo. 

En la práctica ritual (del Triduo Pascual), la Eucaristía precede a la nueva vida. Comenzamos prestando atención al discurso sobre el ágape para llegar a la culminación en la celebración de la nueva vida. Sin embargo, la iniciación cristiana hace lo contrario. 

La comunidad que nos introduce en la vida nueva del Resucitado “vive” ya en el ágape, en la compartición de la Eucaristía, en la donación de Cristo en la que todos se dan y “se reconocen”. Ese ágape tiene un solo comienzo: el amor de Cristo mismo que inició la “tradición” de los “amigos” (cf. Jn 15,12-17). 

Esta es la razón fundamental, cronológica y simbólica a la vez: Jesús explicó lo que estaba sucediendo con un “pre-evento” (ritual) y luego se entregó en su muerte-resurrección (hecho) para que todos estos momentos definieran el único acontecimiento pascual que se transmite. 

… y tradiciones de “hermanos” y no de “amigos”… 

Pero el cristianismo corre el riesgo de quedarse en el ritual, vaciando el acontecimiento, y no a causa del rito, sino por la falta de adhesión del rito al acontecimiento y por la incomprensión que permanece en torno al rito. 

¿Qué queda de la nueva vida en nuestras sociedades? ¿Un rito propiciatorio? ¿Una iniciación de identidad? ¿Una entrega de pertenencia? ¿O simplemente una linda superstición? 

Se sabe que en estos días crece la concurrencia a las parroquias y se hace acuciante la atención a los “ritos pascuales”. 

Sin embargo, muy a menudo, cuando por ejemplo se pregunta por qué los padres bautizan a sus hijos, la respuesta parece ser una vaga certeza: “aunque seamos ateos, sabemos que trae buena suerte”, o “porque se hace así”, o también, “¡porque de todos modos es una hermosa bendición para la vida del niño!”; y, por último, "porque así se quita el pecado original...". 

¿Y qué pasa con la “confirmación”? No es raro que recibamos confidencias de familiares de los confirmados que confiesan que de esta manera “se han quitado otro pensamiento de la cabeza”… 

La esquizofrenia religiosa es evidente, como también lo es la urgencia de una revisión formal y de la identidad evangélica y cristiana de nuestras prácticas pastorales, no para cambiar las reglas, sino para consolidar y estructurar nuestras identidades más allá de la mera percepción “moderna y premoderna” del cristianismo. 

Las falsas narrativas de la identidad cristiana ya no nos pertenecen ni pueden pertenecernos. 

Una «palma de bendición» ya no puede pertenecer a los «cristianos» sin el peso de un «cuerpo crucificado»; un rito religioso ya no puede pertenecer a los «cristianos» sin el reconocimiento de un don que precede a todo. Una «Pascua social» ya no puede pertenecer a los «cristianos» sin el sentimiento compartido de la fraternidad y de la amistad original; un rito ya no puede pertenecer a los «cristianos» sin un don de sí para los amigos: para que todos sean comensales. 

Si el cristianismo, en toda latitud y en toda longitud, no recorre el camino del Triduo Pascual, no tiene por qué llamarse así. 

Si el bautismo (o más bien toda iniciación cristiana) no es reconocimiento de sí mismo en las palabras y en las acciones del Crucificado y Resucitado, sin moralismos y sin identitarios patriotismos, la fe es vacía y los buenos deseos hasta son peligrosos. 

Si el cristianismo no vuelve a partir del Triduo Pascual, corre el riesgo de compartir y perpetuar la visión de un modelo animista, la pertenencia étnica a “pueblos” capaces de alzar la mano, blandiendo hoces y fusiles, contra otros pueblos. Tampoco puede pertenecer al cristianismo el moralismo de los sistemas sobrenaturales y racionales que se disuelven ante la luz del Triduo Pascual. 

Un modelo de cristianismo social, o de pertenencia tribal, de superstición pascual, de procesiones folclóricas no puede funcionar sin la “amistad” en la entrega de Cristo, muerto y resucitado, un comensal para nosotros. 

El Triduo, como el cristianismo, es la clara autoconciencia eclesial de un misterio que implica ante todo y a todos, haciéndonos libres para ser, para todos, el antes y el después, el origen y la fraternidad, la diestra del Padre que acoge y la amistad entregada. 

El Triduo no evoca ritos velados, sino tierras, calles, cuerpos liberados, alientos que liberan, contra toda venganza. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿De verdad será posible una buena política?

¿De verdad será posible una buena política?   La comunicación, a cualquier nivel y desde cualquier ámbito político actual, convierte cualqui...