lunes, 10 de marzo de 2025

El acontecimiento pascual entre don, sacerdocio y jerarquía.

El acontecimiento pascual entre don, sacerdocio y jerarquía 

En pleno centro de la fe cristiana que es el Triduo Pascual, debemos reconocer que la Iglesia vive en la gracia y en la misericordia de Dios, que quiso entregarse más allá de toda esperanza. El hombre es así re-cogido y re-afirmado como «aquel que tiene la más plena libertad posible de ser para sí y para los demás en Dios»: a todo esto lo llamamos «gracia» o «misericordia». 

Más allá de cada sombra, de cada límite, de cada oscuridad de la propia experiencia y dentro de cada imperfección, ignorancia, egoísmo, incapacidad, resuena la Palabra de Dios que ha garantizado y garantiza a la humanidad la plenitud de su presencia y de su amor y que llamamos "Paz de Cristo", porque es en ese acontecimiento pascual, en la donación, muerte y resurrección, donde se da a la humanidad la libertad sin fin desde lo más profundo de la humanidad, desde la carne (sarx en griego), desde el centro de la vida donde reside y aparece toda salvación. 

También traducimos esta “Paz de Cristo” con “misericordia”, que no es sólo la capacidad de Dios de “perdonar nuestros pecados” (sería todavía demasiado poco para la “salvación eterna”, o para la “plenitud de vida”): la “misericordia” está en la certeza de que cada hombre es capaz de ser plenamente él mismo y más de lo que es, en la esperanza y en el amor. Dones recibidos y entregados como testamento vivo encerrado en ese “la paz sea con vosotros”. 

De la posibilidad de dar esta “plenitud” nace un sacerdocio universal, un sacerdocio bautismal y un sacerdocio ministerial. 

Sacerdocio y sacerdocios 

El don pascual de Cristo se da a toda la creación y a la comunidad. El sacerdocio único de Cristo como donación consciente de sí mismo, en la muerte y resurrección (cf. Hb 9,15-28), constituye la posibilidad de la vida nueva de toda la creación y funda la comunidad de quienes reconocen esta «gracia». 

En este sentido, desde un punto de vista “fundamental”, creo que podemos hablar también de una triple manifestación de la “capacidad de donarse” a los demás que podemos definir como sacerdocio universal, sacerdocio bautismal y sacerdocio ministerial. 

Toda la creación es destinataria de la vida nueva del Resucitado, aunque debe esperar, junto con los creyentes, la «perfección de la filiación» (cf. Rm 8, 23). En la mirada del Cristo glorioso se renuevan toda la creación y todas las vidas, pues «todo fue hecho en Él y para Él»; Cristo mismo, en el acontecimiento pascual, selló también la «amistad con todos» (cf. Col 1,15-20). Así se configura una vida vivida en Cristo por toda la creación (cristología cósmica). 

Al mismo tiempo, todo sufrimiento, toda alegría, toda preocupación y todo amor se re-capitula en Cristo formando su “Iglesia”. Podríamos decir que cada vida entregada, aunque no sea creyente, es un “sacerdocio anónimo”, una vida entregada en el “Cristo glorioso” y en el “Cristo cósmico”. 

Me refiero a un sacerdocio universal en el que cada experiencia humana es elevada a donación fundadora, nunca perdida, nunca irrelevante, nunca repudiada y participante del glorioso cuerpo de Cristo. Él mismo, de hecho, quería renovar la creación; «uniendo a sí la naturaleza humana y venciendo la muerte con su muerte y resurrección, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (cf. Ga 6, 15; 2 Co 5, 17)» (cf. LG, 7). 

El “don de la paz” es entonces (re)dado explícitamente (porque es aceptado explícitamente) por los cristianos, quienes constituyen, mediante el bautismo, aquellos que (explícitamente) se ofrecen como ofrenda viva. Éste es el sacerdocio bautismal o común. 

Sólo quiero señalar que la expresión “sacerdocio común” no significa en absoluto que sea irrelevante, al contrario: cada bautizado es una piedra viva del único gran edificio de la Iglesia (cf. 1 Pe 2, 4-5). 

Entre quienes reconocen el «don de la paz» (o de la «salvación», de la «luz», de la «vida eterna», de la «fe»...) hay quienes ‘subsisten’ en la Iglesia católica (cf. LG, 8). 

Todos estos “santos” forman el único sacerdocio común. 

Sacerdocio y jerarquía 

La palabra de gracia que el Cristo glorioso pronunció en el mundo, en la creación y en la vida de todos, y que continúa revelando en el don de quienes son «constituidos en el Espíritu Santo» (no entro en la cuestión relativa al «bautismo» y a la «confirmación»…) resuena todavía puntualmente. Esta certeza, puntual y espacial, es exigida por la propia libertad humana, que nunca vive fuera del tiempo y del espacio. La “paz pascual”, si bien es sacramental, necesita ser expresada y recibida en un lugar y en un tiempo. 

Por eso, la comunidad de creyentes se dota desde el principio de una constitución formal y estructural para los gestos, palabras y acciones de algunos bautizados, que son deseados y reconocidos por la comunidad como acciones, palabras y gestos inequívocos del mismo Cristo, que quiso que sus palabras fueran ciertas para todos aquellos que no podían verle; palabras ciertas para dar certeza de la bienaventuranza y santidad que sólo Él otorgaba («bienaventurados los que no han visto», cf. Jn 20,29). 

De ese modo la Iglesia es y sigue siendo una y apostólica: la santidad y la universalidad del don pascual tiene el carácter de ser "transmitida" en forma apostólica y, por tanto, "jerárquica". 

Por eso la “jerarquía” no es la santidad de la Iglesia (ni es la Iglesia, ni es toda la Iglesia y menos aún todos los salvados, como se ha afirmado en el pasado…): la “jerarquía” no es ni siquiera la “mediación” de la salvación puesto que el único mediador es Cristo y en el bautismo se tiene la certeza de esta mediación (como recuerda el Credo). 

La jerarquía es mediación de la inmediatez. Es decir, a través del sacerdocio ministerial (que por simplicidad ahora reduzco también al concepto de “jerarquía”) toda libertad salvada tiene la certeza de que en las palabras de quien “preside lo sagrado” (como dice la misma etimología de “jerarquía”…), o en las acciones, palabras y gestos sacramentales, resucita y vive la presencia sacramental de Cristo resucitado. 

Dios no lo necesita. Somos nosotros los que lo necesitamos. 

Sería bueno, seguramente hasta necesario, recordarnos algunos elementos esenciales. 

El concepto de "sacerdocio", expresado en una triple realidad -universal, común y ministerial- y que ve la "Paz de Cristo" concedida sustancialmente a todos de modos y grados diversos y para finalidades diversas, es la base de cualquier otra reflexión para no ceder a la tentación de hacer del sacerdocio y, peor aún, del sacerdocio ministerial, una mediación única que, por el contrario, según la fe, está reservada a la presencia de Cristo glorioso. 

Por otra parte, el sacerdocio de Cristo no se reduce en absoluto al solo sacerdocio ministerial, puesto que todo bautizado actúa “in persona Christi”. 

También es verdad la certeza de que las palabras sacramentales de Cristo, como palabras “performativas” y “explicativas”, resuenan sólo en aquellos a quienes la comunidad reconoce como quienes “presiden”. 

La Iglesia, de hecho, no está constituida jerárquicamente sólo por una necesidad antropológica (la necesidad de reconocer aquí y ahora las palabras sacramentales de Cristo) sino también porque esa Iglesia debe reconocer y recordar que ninguno de los bautizados es el principio o la culminación de todo: la jerarquía dice (primero a sí misma) que la fuente es siempre un más allá, un Otro. 

Las libertades liberadas no se constituyen por sí mismas: y esto es una evidencia antropológica. De la misma manera, la jerarquía no se constituye por sí misma: esto es una evidencia de la fe. 

Cristo permanece el solo y único, ayer, hoy y mañana; el principio y el fin, el alfa y la omega, a través de los cuales nos dirigimos al Padre en el Espíritu. Y la sabiduría y la tradición cristianas continúan recordándonoslo: 

Dios de misericordia infinita que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las Fiestas pascuales: acrecienta en nosotros los dones de tu gracia para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del Bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la Sangre que nos ha redimido” (Colecta del Segundo Domingo de Pascua, Año B). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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