La fe más allá del oráculo, entre la resurrección de Lázaro y la entrada en Jerusalén
Aprovecho esta ocasión de quietud para ofrecer una breve reflexión sobre la dinámica de la llamada “resurrección de Lázaro”.
Una “casi” resurrección…
Los comentaristas del Evangelio de San Juan sobre la "resurrección de Lázaro" quieren poner de relieve lo que para ellos es obvio: Lázaro resucita, pero para morir. En resumen, parece casi como si la resurrección de Lázaro fuera funcional sólo a la fe de los discípulos quienes, de este modo, se encuentran ante la evidencia de “creer”.
Este enfoque, aunque legítimo, me parece verdaderamente minimizador por al menos dos razones.
En primer lugar, casi parece como si, según la dinámica clásica del «milagro como signo para la fe de los discípulos», Jesús se limitara a utilizar a Lázaro. De hecho, parece como si no le importara nada si después el propio Lázaro pudiera ser víctima de la perfidia de aquellos grupos que quisieran matarlo junto con Jesús. El «milagro de la resurrección de Lázaro» es, de hecho, irreprimible para los que discuten a Jesús.
¿Pero es realmente así como son las cosas?
Podemos tomar, por ejemplo, los episodios de la resurrección de Lázaro y la entrada en Jerusalén según dos versiones de evangelios diferentes: según San Juan (Jn 11, 1-44) y según los Evangelio Sinópticos. Con tal de que caigamos en la cuenta de que el episodio de la entrada en Jerusalén narrado por San Juan retoma expresamente la resurrección de Lázaro (Jn 12,12-19).
Existe pues una conexión entre la entrada en Jerusalén y el episodio de la resurrección de Lázaro.
Para entender uno debemos recordar el otro.
El episodio de la resurrección de Lázaro no se refiere sólo a la manifestación del poder de Cristo en relación con la muerte que debe manifestarse a los discípulos. Se trata de una línea de interpretación post-pascual que forma parte de la narrativa “gloriosa” de San Juan.
La resurrección de Lázaro es un acontecimiento que expresa ante todo la fe de Jesús (genitivo subjetivo). En la historia de Lázaro, Jesús se enfrenta a la muerte. El dolor que lo embarga (Lázaro es amigo de Jesús) lo sitúa antes y dentro de la muerte (una sensación que habrá sentido por otros –incluido su padre– pero con dinámica diferente).
Ahora Jesús se enfrenta a la muerte de una manera dramática porque es su fe y la fe en Él (en el contexto de su predicación y de sus conflictos con los dirigentes de Israel) la que se pone a prueba severamente. A los amigos se les debe y se les da lealtad. Con los amigos somos solidarios. Te sientes corresponsable.
La muerte de Lázaro sitúa a Jesús antes y en la muerte de su amigo. Es en esta dinámica que Jesús expresa toda su fe, radicalizándola aún más. Jesús pasa, con Lázaro, a la muerte (esta es la anticipación utilizada más adelante en la narración de San Juan).
La entrada en Jerusalén, motivo de fiesta para algunos, es el acto con el que Jesús debe enfrentarse definitivamente a los jefes de Israel y al sumo sacerdote. Él lo hace. Y a partir de la experiencia vivida con Lázaro, sigue adelante. Decidido. Directo. Presentarse a sí mismo ante los demás. Sin saber realmente cómo iría todo (la referencia a su oración en el Huerto de los Olivos nos recuerda que para Jesús no se trataba simplemente de gestionar un rol sino de vivir un acontecimiento con todas sus incógnitas).
La resurrección de Lázaro no puede explicarse sólo por su propósito funcional. Lázaro resucitó gracias a la fe de Jesús que experimentó la necesidad de dar una respuesta solidaria ante una circunstancia dramática: la muerte de su amigo. Y en esta muerte se siente implicado, ya que será totalmente absorbido por los acontecimientos que lo verán en Jerusalén, contra su voluntad, en el centro de la violencia de quienes no le seguían.
La fe de Jesús está en el centro de ambas historias. La determinación, la decisión, la voluntad, la firmeza, la corresponsabilidad en el destino de los demás lleva a Jesús a conocerse a sí mismo y a ampliar su fe más allá de los límites de la muerte.
En su fe todos encuentran solidaridad responsable (después de la muerte de Jesús resucitan otros cuerpos).
Así, Jesús se conoce a sí mismo (y se da a conocer) en la expresión y en los acontecimientos de su fe. Conocerse a sí mismo no es un compromiso ético-moral ni sólo existencial. Es un acto profundamente teológico y esencialmente humano: en la fe nos conocemos a nosotros mismos y estamos en la fe de Cristo. Conocerse a uno mismo no puede ser sólo un compromiso. Es una aventura tan grande como el amor amistoso y la fidelidad decidida de Jesús. En su fe nos conocemos.
La teología debe recordar esto como una limitación para la cristología (que debe ser más antropológica) y la sabiduría sobre la vida debe redescubrir la profundidad de la experiencia de Cristo para captar la vida misma más allá de los oráculos.
Y mientras el oráculo ofrece una sabiduría que no afirma nada en sí misma ni da nada por descontado, sometiendo todo a un atento examen introspectivo, la fe de Jesús se revela como un camino inmensurable no por su incomprensibilidad, sino por su vastedad y radical profundidad.
En la fe de Jesús están incluidos todos los que quieren.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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