Pascua: el amor vence a la muerte
Hoy celebramos la Pascua, la fiesta de las fiestas, fundamento de la fe cristiana. En este día estamos llamados a anunciar con alegría a todos los hombres la victoria de la vida sobre la muerte, porque Jesús, el Mesías, ha resucitado y está vivo para siempre: Él, que se hizo hombre como nosotros, murió de muerte violenta y fue sepultado, ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos nosotros (cf. 1 Co 15,20; Col 1,18), llamados en Él y con Él a la vida eterna. Sí, Jesús fue resucitado por Dios como respuesta a su vida vivida, a su modo de vivir el amor hasta el extremo: nos abrió así un camino para recorrer aquí en la tierra y después en el más allá, un camino que nada ni nadie podrá cerrar jamás…
Pero escuchemos el relato de la resurrección de Jesús según la “otra” perspectiva del cuarto evangelio. El texto se abre con una expresión extraña, que literalmente suena como: "el primero de la semana". El autor está parafraseando el libro de Génesis, donde el primer día de la creación es llamado “día uno” (Gen 1,5). De este modo quiere decirnos que la resurrección de Jesús es el cumplimiento de la primera creación, es la nueva creación: el Espíritu Santo que había hecho surgir la vida en las aguas primordiales preside ahora la resurrección de Jesús, acontecimiento que da origen al día sin ocaso, a la vida eterna abierta a todos los hombres y a toda la creación.
Aquel primer día, cuando todavía era de noche, la noche que comenzó con la traición de Judas (cf. Jn 13,30), María Magdalena fue al sepulcro. Su corazón está envuelto en las tinieblas de la desesperación y de la no fe, porque aún no ha comprendido el cumplimiento que se produjo en la muerte de Jesús, no puede creer en la resurrección de la que ciertamente le había hablado su Maestro.
María no va a ungir el cadáver, como nos cuentan los otros evangelios, sino simplemente porque no puede separarse de Jesús a quien había seguido y amado. Ella había sido una mujer pecadora, habitada por siete demonios (cf. Lc 8,2), pero en el encuentro con Jesús había florecido como nueva criatura: Él la había cuidado, había depositado en ella la confianza en la posibilidad de una conversión, de una vida nueva, y ahora ella cuida a Jesús, abandonada por todos…
Pero le espera una novedad inaudita: «Vio que la piedra había sido removida del sepulcro». Asustada y asombrada por esta visión, María corre hacia Pedro y el discípulo amado para anunciarles su interpretación del sepulcro vacío: «¡Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto!». Aquí termina la primera parte de su historia –la encontraremos de nuevo un poco más adelante, cerca del sepulcro, y entonces el Resucitado se le revelará llamándola por su nombre (cf. Jn 20,11-18)– y comienza la de los dos discípulos.
Corren juntos, pero el discípulo amado corre más rápido que Pedro y llega primero a su destino. Sin embargo, reconoce la precedencia de Pedro y no entra en el sepulcro, sino que espera que Pedro llegue y entre primero: uno llega primero al sepulcro por el amor con el que es amado, el otro entra primero por la elección de la comunidad cristiana como «Roca» por parte del Señor.
Pedro, sin embargo, aunque «vio las vendas en el suelo y el sudario doblado en un lugar apartado», no comprende en la fe el acontecimiento extraordinario de la resurrección de Jesús y, por el momento, permanece en la oscuridad de la incredulidad.
Para el discípulo amado, sin embargo, las cosas son diferentes: «el otro discípulo entró también... y vio y creyó». ¿Qué vio? Ningún objeto en particular, es la ausencia misma la que, interpretada por el amor, revela una Presencia a su corazón. En el amor que lo une a Jesús, el discípulo amado deja espacio dentro de sí a la buena noticia por excelencia, que también Pedro proclamará más tarde: «Dios resucitó a Jesús, librándolo de los dolores de la muerte» (Hch 2, 24).
Sí, la fe pascual nace del amor: sólo el amor a Jesús nos permite comprender en profundidad la Palabra de Dios contenida en las Escrituras y discernir, a partir de un sepulcro vacío, que «Cristo ha resucitado según las Escrituras» (1 Co 15,4).
Así, en palabras de un antiguo Padre de la Iglesia, «quien conoce el misterio de la resurrección llega a conocer el propósito por el cual Dios en el principio creó todas las cosas».
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