martes, 11 de marzo de 2025

Por qué nos preocupa el día después del Papa Francisco.

Por qué nos preocupa el día después del Papa Francisco 

Las preocupaciones sobre su precaria salud en las últimas semanas hacen que la persona del Papa Francisco sea particularmente cercana a la conciencia de la humanidad y no sólo de aquella parte de ella que se profesa católica. 

El modo de ejercer su función como Papa ha hecho de Francisco una voz imprescindible para narrar la historia que vivimos: ha dado a su masaje y a su estilo ese valor reconocido por todos de liderazgo moral para entender y afrontar lo que él mismo, tomando prestado el término del sociólogo y filósofo francés Edgar Morin, define como «policrisis». 

En estos doce años de papado, el Papa Francisco nos ha educado para mirar con ojos abiertos el dramático entrecruzamiento de problemas globales o, mejor aún, planetarios, como las guerras, el cambio climático, el agotamiento de los recursos energéticos, las epidemias, las migraciones y la aparición de innovaciones tecnológicas. 

Sin caer en la retórica de la catástrofe, el Papa Francisco ha presentado al mundo un mensaje abierto de esperanza, de confianza en la capacidad del hombre para escapar de la atracción del mal y abrazar el camino del bien. Pero para ello, nos enseña el Papa Francisco, el hombre debe potenciar los recursos de la empatía, inspirándose en la imagen de un Dios que se deja implicar, un Dios vulnerable que se inclina sobre el destino del mundo y ofrece espacios de redención y salvación. 

Algunos documentos del Papa Francisco - por ejemplo, Laudato sì, Fratelli tutti, Laudate Deum… entre muchos otros - han ampliado las dimensiones de la enseñanza y la doctrina; han dejado claro que la religión y el destino humano no son realidades separadas. Para él, la espera de la salvación no distrae de la responsabilidad de comprometerse aquí y ahora en la construcción de una humanidad más justa, más acogedora, más inclusiva. 

Cultivar una mirada global que parta de la fe religiosa y llegue al compromiso político y civil es el elemento distintivo y decisivo de estar en el mundo como mujeres y hombres que aman la vida, la respetan y la cuidan. 

Y, sin embargo, este duodécimo aniversario de la elección de Francisco como pontífice suena con tonos peculiares, casi como el momento donde hasta se puede atisbar el fin del papado. Desde muchos ámbitos se dibujan cuadros sinópticos de su pontificado, balances de un recorrido intenso y complejo. Se buscan factores específicos para entender lo que ha sido y lo que será del pontificado del Papa Francisco, venido de lejos. 

Algunas reflexiones sobre el pontificado de Francisco hemos han subrayado de manera particular lo que queda por reflexionar, por decidir, por hacer…, en otras palabras, lo que está inacabado de su Magisterio. 

Es verdad que numerosas veces en estos doce años el Papa Francisco ha sorprendido al mundo y a la Iglesia con imágenes a las que, en cierto modo, no estábamos acostumbrados. 

Su manera de concebir la Iglesia como un «hospital de campaña» le ha servido de marco para definir la misión eclesial de un modo nuevo: no es la conquista de nuevos adeptos, sino el acompañamiento de la humanidad doliente; no es el hogar de los ricos del alma, sino un lugar acogedor para curar las heridas de la vida. 

Con este telón de fondo, el Papa Francisco ha tejido un programa de renovación y reforma de la Iglesia. Intuitivamente, ha visto de lejos la pista de la historia; ha emitido severos juicios sobre las escleróticas instituciones del aparato burocrático-curial, deseando y haciendo cambios de marcha para expresar con mayor lucidez la benevolencia de Dios y la llamada del Evangelio a la fraternidad y al amor. 

Partiendo de la visión del Concilio Vaticano II, el Papa Francisco ha abierto importantes vías en eclesiología, realzando la imagen de la Iglesia sinodal. Ciertamente, esta visión teológica seguirá siendo un punto relevante del pontificado de Francisco. En efecto, toca las dimensiones fundamentales del ser Iglesia y traduce en experiencia concreta el paso de una eclesiología piramidal, estrictamente jerárquica, a una eclesiología participativa, comunitaria. De manera especial, el reciente Sínodo sobre la sinodalidad ha entrado en el tejido vivo de la Iglesia y ha mostrado la necesidad de una reforma que no ha hecho más que empezar. 

En el horizonte de la Iglesia sinodal encuentran su consistencia específica las demás expresiones de reforma a las que el Papa Francisco ha querido dar vida. Mención particular merece toda una serie de medidas con las que ha ampliado el espacio de participación de las mujeres en la vida y en la dirección de la Iglesia. Tenemos ya algunos ejemplos muy relevantes de altos cargos en los Dicasterios de la Curia del Vaticano y en funciones administrativas del aparato eclesial ocupados por mujeres. 

El camino hacia lo que el Papa Francisco había indicado como anuncio y programa, a saber, «desenmascarar la Iglesia» - discurso a la Comisión Teológica Internacional, 30 de noviembre de 2023 - se ha emprendido y debe permanecer como un camino sin retorno. 

Y, sin embargo, algunos tenemos la sensación de que algo está inacabado, es decir, incompleto. 

Y creo que ésta es también una clave de interpretación. 

Lo incompleto, lo inacabado, lo inconcluso…, es una figura retórica compleja. No sólo habla del déficit, de la falta… sino que también apela a potenciar lo que se ha empezado y ya está en camino sabiendo que no lo es todo. 

Incompleto puede ser sinónimo de incoherencia, de inconsistencia,…, pero también puede expresar esa forma de elaboración laboriosa y paciente de un proceso que se pone en marcha y que ya no se quiere abandonar. 

El Magisterio del Papa Francisco está inacabado porque es un Magisterio constructivo y procesual. Hay una parte del camino que queda por hacer responsablemente reconociendo la verdad del esfuerzo ya realizado y de la empresa ya iniciada. 

La parte no realizada del proceso de renovación y reforma remite a una visión de conjunto, de naturaleza teológica y eclesiológica ligada al Concilio Vaticano II, pero a la que le cuesta ser alumbrada porque aquellos residuos preconciliares de aquella ‘societas perfecta’ de naturaleza jurídico-jerárquica les cuesta morir. 

Incluso en el aspecto teológico-doctrinal, nuestra visión permanece anclada en conexiones y presupuestos que ralentizan, dificultan… y, seguramente, hasta impiden la elaboración de una doctrina sinceramente renovada. 

El lugar donde esto se hace más evidente es en una cierta disyunción entre teoría y praxis, entre marcos doctrinales que no se cuestionan y praxis pastorales suavizadas y acogedoras. Por el cauce de esta disyunción -o más bien a través de su superación- pasa la verdadera energía de reforma y renovación de la Iglesia. 

Estamos en un Magisterio inacabado que ha visto con buenos ojos ciertos procesos de cambio y ha sido el «precursor» de ellos, aun a costa de atraer incomprensiones y contrastes dentro y fuera de la Iglesia. 

El Papa Francisco, el Magisterio de sus gestos y de sus palabras, es un punto en la línea de la historia de la Iglesia que no empieza y acaba con él. Como aquella renovación comenzada por Juan XXIII, y llamada Concilio Vaticano II, no finalizó con su muerte. Y, como al final, lo es todo pontificado en una larga historia de avances y retrocesos, de luces y sombras,…, de gracia y de pecado. 

Y, precisamente por esto, a algunos interesa, y nos interesa, pensar en el legado futuro de su pontificado y de su sucesión. No para establecer quién será el siguiente, sino para reconocer que, sea quien sea, debe ser consciente de que este Magisterio está inacabado y que, por ello, no le está permitido ignorar el camino iniciado por quienes le precedieron. 

Si acaso, el siguiente Papa debe analizar las razones por las que ese camino se ha quedado a medio camino (inacabado, inconcluso, incompleto…) y seguir trabajando para eliminar los obstáculos y aumentar las condiciones para que pueda seguir avanzando en la línea ya iniciada. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La acogida es vida que sostiene la vida.

La acogida es vida que sostiene la vida « La casa de Abraham estaba abierta a todos los seres humanos, a los viajeros y a los repatriados, y...