viernes, 7 de marzo de 2025

San José, el hombre que no teme a Dios.

San José, el hombre que no teme a Dios 

El anuncio de la venida del Señor se convierte en el anuncio de su venida en la carne: un acontecimiento anunciado en la profecía de Isaías del nacimiento de un niño, de un descendiente real (Is 7,10-14); manifestada por el anuncio angélico a José del nacimiento de un hijo de María por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18-24); proclamado por la confesión de fe que contiene el anuncio del Hijo nacido de la estirpe de David según la carne y constituido Hijo de Dios según el Espíritu por la resurrección (Rm 1,1-7). 

Este anuncio pide fe y obediencia: si Acaz, con su desobediencia, muestra su incredulidad, José cree al ángel y le obedece. Lo que Dios realizó en Jesucristo y lo que el Apóstol anuncia a los hombres tiene como finalidad obtener por parte del pueblo «la obediencia de la fe», es decir, la fe que se expresa como obediencia y la obediencia que se funda en la fe. 

El texto evangélico (Mt 1,18-24) es quizás el único entre todos los Evangelios en el que la figura de José es decididamente central. Así pues, la Solemnidad de San José ofrece una oportunidad única y rara para reflexionar sobre la figura de José y lo que él tiene que decirnos sobre la paternidad. Una reflexión insólita ya que en la tradición siempre ha permanecido en un segundo plano respecto a la figura de María y paradójica ya que era el padre de Jesús pero no según la carne. 

José, el jefe de la unidad familiar en la que nació y creció Jesús, es un nombre hebreo que significa “Dios añade” o quizás “Que él reúna”. Orígenes escribió: “José no tuvo parte en el nacimiento de Jesús, excepto a través de su servicio y afecto. Es por este servicio fiel que la Escritura le da el nombre de padre” -Comentario al Levítico 12,4-. 

Orígenes subraya la dimensión educativa de la paternidad de José, dimensión no tanto del origen (la concepción), sino más bien posterior al nacimiento: el acompañamiento, el servicio, la proximidad al hijo, el camino educativo esencial a la paternidad. 

Traer un hijo al mundo no significa sólo generar, sino también educar, prometiendo la propia presencia para apoyar y guiar al niño hacia la autonomía. Este es una tarea delicada, compleja, difícil, porque pone al padre en la posición de tener que abajarse en relación a quien es más pequeño que él para dejarlo crecer y luego dejarle espacio, darle el paso, consintiendo que el hijo sea autónomo y viva su propia vida y que el nombre dado al hijo se convierta en el sello de una vida vivida por el hijo en su propio nombre. 

José, que no engendró físicamente, fue sin embargo el padre de Jesús, y el Evangelio de Lucas no duda en llamarlo así (Lc 2,33.48). Él, asumiendo una paternidad hacia Jesús, aunque no sea su progenitor, realiza la vital tarea paterna del reconocimiento. El niño que viene al mundo necesita reconocimiento, es decir, un contexto humano que lo acoja con amor. Ser reconocido significa formar parte de la historia en un contexto de relaciones humanas. 

José, asumiendo la paternidad legal de Jesús, le da un nombre, lo inserta en una historia, le proporciona un terreno en el que puede enraizarse para desarrollar su singularidad. Le proporciona un pasado desde el cual puede avanzar hacia el futuro. No es casualidad que el texto del anuncio a José esté precedido por la larga genealogía que hay detrás de José y Jesús (Mt 1,1-17). 

José cumplió el papel de padre y nos muestra que la paternidad no sólo no coincide con generar, sino que ni siquiera puede identificarse con un rol que obedezca a reglas y simbolismos preestablecidos: es un acontecimiento relacional. Es un acontecimiento que se produce entre la libertad del padre y la fragilidad del hijo, la potentísima fragilidad del recién nacido (una fragilidad que dice: “o me cuidas o muero”). Y del encuentro entre la libertad del padre y la fragilidad del hijo, nace la responsabilidad del padre, nace la paternidad como responsabilidad. 

Lo que se nos muestra de José en el segundo capítulo se caracteriza esencialmente por el acto de tomar consigo: Mt 1,20.24; 2,13.14.20.21. José toma a María, embarazada pero no de él, como su esposa, y al niño, que no le había nacido, como su hijo. Aquí está la paternidad de José. Esto es lo que podríamos llamar el gesto de José. He aquí la locura del gesto de José. 

Pero antes de destacar la peculiaridad del gesto de José, conviene seguramente hacer una nota antropológica. Hay que observar el comportamiento de la "paternidad" y la "maternidad" entre los mamíferos: el instinto lleva al macho del animal a fecundar a la hembra, que luego generará el cachorro, pero luego el macho se desinteresa, dejando que la hembra lo amamante y lo inicie en un camino independiente. El macho no persigue ni la relación con la hembra ni la paternidad de la prole. Es como una animalidad sin padre. 

En la sociedad humana, sin embargo, el hombre está llamado a una tarea significativa y fundamental, que está en la raíz de la responsabilidad paterna como tal: el acto originario de ser padre, con el que el hombre, el varón, declina su identidad aceptando medirse con la fragilidad del recién nacido. En José encontramos esta cura, pero también algo más. 

Hay algo inusual en la paternidad de José. Hay algo maternal. Podríamos decir que su gesto es paternal y maternal. 

Si el padre es figura de la ley y de la palabra, José es un hombre de silencio. Si el padre es el que separa, el que enseña al hijo que la madre no es el mundo entero ni es el único mundo, José aparece como el que asume, acoge, lleva consigo. El gesto de José es el de acoger, el de llevar consigo. Tomó consigo a María y al niño (Mt 1,24; 2,14; 2,21). 

José va más allá de la Ley, va a las profundidades de la Ley, va al nivel del deseo que es el corazón de la Ley. Realista, como exige el principio masculino, José sabe dejar espacio a los sueños y, por tanto, al deseo. José es el padre que sabe vivir la paternidad porque la despoja de todo lo que hay de agresivo, pero también de miedoso y de autodefensa en el ejercicio de la paternidad. 

La iconografía también ha podido mostrar este aspecto maternal de la paternidad de José. Tantas veces José es representado con infinita ternura sosteniendo al niño en sus brazos y mirándolo con ojos emocionados, asombrados y agradecidos. Es el José que cuida al niño abrazándolo, mientras María, al fondo o al margen, se concentra en la lectura de las Escrituras o en otras tareas. Son las representaciones de esta paternidad y maternidad de José. 

He aquí el modelo de una paternidad desarmada de José. Un José que no tiene miedo de la fragilidad de su hijo, que no tiene miedo a la paternidad, que no tiene miedo de una fragilidad que incluso reconoce y acepta en sí mismo. Su carácter le ha hecho entrar en contacto con la pobreza fundamental, la infancia y la impotencia que hay en él como en todo hombre. Y todo esto le faculta para presentarse como acogedor de su hijo y aceptado por él como padre. Acaso la práctica de la autoridad y del poder en la Iglesia nos hace perder el contacto con esa pobreza y debilidad que son constitutivas de todo ser humano… 

José recorrió un largo y arduo camino de despoje y vaciamiento interior para llegar a esa mansedumbre y pobreza que le permitieron acoger a María y al niño y acceder así a su paternidad. José deberá custodiar este gesto en silencio: el silencio será la protección con la que José podrá renovar su elección día tras día. 

Y así, José, un hombre de sueños y de cuidados, se convierte también en un hombre de silencio y de profundidad. Un hombre que no tiene miedo de desaparecer, de no imponerse, de no aparecer, porque sabe, como diría San Agustín, que in interiore homine habita veritas. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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