viernes, 7 de marzo de 2025

San José, hombre justo porque fue humano.

San José, hombre justo porque fue humano 

El anuncio de la venida del Señor se convierte en el anuncio de su venida en la carne, se convierte en el nacimiento de un hombre. La venida del Señor se convierte en un hecho de la vida cotidiana más ordinaria y de la humanidad más extraordinaria: el nacimiento de un niño. 

Aquí emerge la figura de José y su humanidad, la confianza conflictiva que llega a tener en María y su obediencia laboriosa a los acontecimientos ocurridos en su historia personal. José realiza un acto de confianza que entra en conflicto con el sentido común, pero no con el amor; entra en conflicto con la razonabilidad, pero no con el deseo. Y viene a obedecer a acontecimientos que sugerían desesperación o violencia, rechazo o acusación. Y la confianza en María va acompañada de la fe en la acción de Dios. 

El nacimiento de Jesús sigue la larga serie de generaciones que abre el primer evangelio (Mt 1,1-16) pero también parece discontinuo con él. Hay un matiz adversativo que enfatiza que el modo de origen de Jesús es diferente al de sus antepasados. Si el nacimiento de Jesús se inserta en el flujo de las generaciones que de algún modo siguen viviendo en el recién nacido, sin embargo ahora hay un novum que se injerta en esta serie genealógica. El evangelista no escribe: «José engendró a Jesús», sino «José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Cristo» (Mt 1,16). No existe un vínculo inmediato entre José y Jesús, sino entre José y María. Y es la calidad humana de esta relación la que se destaca como lo que acompaña el nacimiento mesiánico. 

Estando María desposada con José, antes de vivir juntos, se halló encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,18). Estamos inmediatamente en el corazón del drama y del escándalo de la historia: lo inesperado, lo no deseado, lo desagradable se insinúa en el plan de matrimonio entre los dos jóvenes. 

Se encontró que María estaba encinta”. La cotidianeidad de la historia tan común de dos jóvenes prometidos se ve perturbada por un acontecimiento que lo trastoca todo, pero que es igualmente común. Porque ese embarazo no puede leerse, a primera vista, de otra manera que como el resultado de una traición. Mateo dirá que María dio a luz un niño “sin que José la conociera” (Mt 1,25), es decir, sin que él hubiera tenido relaciones sexuales con ella. Incluso esa cosa inesperada forma parte de la cotidianeidad de la vida y cae dentro de esa irregularidad humana que es quizá la única regla, la verdadera constante de los acontecimientos humanos. 

La historia de José y María se sale del marco regularmente construido sobre usos tradicionales y costumbres culturales y religiosas. Desde el punto de vista de este último, María era una adúltera y las leyes que penalizaban el adulterio pretendían proteger el derecho de propiedad del hombre sobre la mujer. El adulterio lo cometían un hombre y una mujer, pero era percibido como un pecado particularmente femenino, vinculado al hecho de que la mujer, si estaba casada, era esposa de..., perteneciente al marido. Si era virgen, no comprometida, era hija de..., perteneciente al padre: así el adulterio era un pecado social que rompía el orden patriarcal. 

La conducta de José contraviene la regulación tradicional de la ley patriarcal. Exactamente, ¿cómo se comporta José? Él actúa con humanidad. El texto dice que José es justo. Pero aquí justicia significa humanidad: «El justo debe ser hombre» (Sb 12,19). 

José aleja el vínculo con María de la lógica de dominación y posesión. La justicia de José es la conciencia de nuestra común condición de criaturas. Es decir, el otro no es ante todo un pecador, un error personificado, un traidor,…, sino un ser que ha recibido la vida como don y como carga, como don y como tarea. 

José no avergüenza ni denigra a María con palabras o gestos, ni actúa de un modo formalmente legítimo pero que le causaría sufrimiento. La justicia de José es empatía, es la capacidad de sentir la singularidad de la otra persona, es la capacidad de sentir dentro de sí el sufrimiento que una determinada decisión suya causaría a María. La justicia de José se manifiesta en “no querer acusarla públicamente”, en no erigirse en su dueño decidiendo que ella debía sufrir. 

La negativa de José indica una lucha interna, una posibilidad real que se le presenta, pero que él siente como injusta, es decir, inhumana, y por eso se opone a ella. Aunque cualquier queja pareciera estar dirigida contra una persona que ha traicionado su confianza y su amor. José no cree que la culpabilidad de la otra persona le dé algún derecho sobre ella. 

A José tampoco le importa su imagen, la de un hombre herido en su honor, violado en sus derechos hacia su prometida. La justicia, como trabajo interior, es también la capacidad de liberarse de sí mismo, del sentimiento de una herida recibida, de una traición sufrida, que a menudo no es más que un sentimiento de lesa majestad de un ego hipertrófico. Este no querer se convierte entonces en una decisión, en una elección de enviar a María lejos, en secreto, para no comprometer su futuro, para no convertirse en dueño del futuro de una vida que, aunque estaba ligada a él, no le pertenece. 

Esto es lo que José logra con humanidad y amor. Pero aquí el texto nos lleva a un salto significativo hacia las profundidades de José. 

Mientras José trabajaba en este pensamiento, aquí está el sueño nocturno en el que surge una nueva solución. En el trabajo interior de José están implicadas tanto la esfera consciente (reflexiva, volitiva, decisional) como la dimensión inconsciente, expresada por el sueño. Pero la dimensión del sueño se refiere a la esfera del deseo. 

Y José, en este sueño, es engendrado como padre. En el sueño, he aquí la revelación: tomar consigo a María como esposa, acogiendo también la vida que ella generará y que no viene de él, sino a la que dará un nombre insertándola en una familia y en una historia. Al asumir la paternidad legal de Jesús, José realiza una tarea de reconocimiento hacia él: le da un nombre y una historia, lo sitúa en un contexto humano en el que puede arraigarse y desarrollar su singularidad. Le proporciona un pasado con el que puede avanzar hacia el futuro. 

José, que no engendró físicamente a Jesús, realizó sin embargo la misión del padre y nos muestra que la paternidad no sólo no se agota en generar, sino que ni siquiera puede identificarse con un rol que obedece a reglas y simbolismos preestablecidos: es un acontecimiento pneumático. Es un acontecimiento que se produce entre la libertad del padre y la potentísima fragilidad del recién nacido (una fragilidad que dice: “o me cuidas o muero”). Y del encuentro entre la libertad del padre y la fragilidad del hijo, nace la responsabilidad del padre, nace la paternidad como responsabilidad. 

El sueño es una señal. En Mateo todos los sueños de José se resuelven en palabras que indican un camino y una elección siempre arriesgadas: huir a Egipto, regresar a la tierra de Israel, llevar consigo a María. La historia de José y María es una historia de muerte y resurrección de una relación. La fe obediente sabe ir más allá de la justicia humana y lleva a José a comprometerse asumiendo una historia que escapa a su comprensión y que sin embargo vive con sensatez y amor. 

El sueño, revelación divina y manifestación del deseo humano, narra el encuentro entre el deseo de Dios y el deseo de José, que encuentra una solución inesperada y profética: llevar consigo a María y dar su nombre a Jesús. 

El ángel que visita a José es signo del deseo divino que lleva a José a vencer el miedo: «¡No tengas miedo!». dice el mensajero celestial. José, en la fe, debe afrontar el miedo a los convencionalismos, a las costumbres del clan familiar, al juicio de los demás y, más profundamente, el miedo al mismo deseo que habita en él. 

El sueño se manifiesta como el poder de la realidad, la capacidad de abrir el futuro, de dar lugar a nuevas posibilidades. Gracias a ello, José cruza los límites de la razón y trae el reino de lo inaudito. La justicia de José se convierte en profecía, en el coraje de atreverse a lo que las convenciones culturales, los dictados éticos o las prácticas religiosas prohibían. El futuro de José y María nace en ese movimiento de deseo que es el sueño. 

José manifiesta su justicia obedeciendo a Dios que, a través de la Escritura y del sueño, ilumina la situación de María que en sí misma parecía sólo una historia de pecado. José asume esa historia enigmática, viendo la santidad y la acción del Espíritu donde sólo se podía ver el pecado. 

José es el hombre de fe que no huye de la realidad, sino que la asume y le da sentido en la fe, reconoce en todo un acontecimiento de Dios, el cumplimiento de la historia de la salvación, reconoce que los acontecimientos que tiene ante sí se pueden leer a la luz de las palabras de Isaías: «el Señor mismo os dará una señal». «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Is 7,14). 

José, que no se rinde ante los datos de la realidad, es el verdadero realista, aquel que acoge la realidad haciendo habitar en ella la fuerza del deseo, de los sueños. Porque sólo así la vida se hace vivible y el amor triunfa. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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