A lo largo del camino
El relato de Emaús es para mí fue realmente una salida. Un comienzo que no ha tenido fin, un comienzo que ha acompañado y acompaña muchos momentos de mi experiencia de fe.
Mientras pienso en todo esto, mi mirada se detiene en una imagen particular, una reinterpretación del primer icono de la Iglesia misionera —el episodio de los dos discípulos de Emaús—.
En el camino. Esa fue la primera designación de la fe cristiana, de aquel modo nuevo, alternativo, de creer, de ser, de vivir. Sí, en el camino suceden muchas cosas. En el camino nos entretenemos, en el camino corremos el riesgo de derrumbarnos por el cansancio, por la desconfianza, perdemos la motivación. Pero en el camino también se producen encuentros interesantes, como el que tuvieron Cleofás y su amigo en aquel primer día de la historia de la Iglesia.
Los que caminan son dos contemporáneos, vestidos con chaqueta y pantalones, vaqueros y jersey. Somos nosotros, precisamente, en el camino. Al fondo, como suspendido en el vacío, vemos un punto amarillo dorado, circular: es el perímetro de Jerusalén, con su encanto y su misterio.
La ciudad de la fe recibida está allí suspendida en el vacío, lejos del caminar cotidiano de los dos discípulos de Jesús. Es realmente nuestro retrato sintetizado así por la Redemptionis Missio: Las dificultades internas y externas han debilitado el impulso misionero de la Iglesia hacia los no cristianos, y esto es un hecho que debe preocupar a todos los creyentes en Cristo. En la historia de la Iglesia, de hecho, el impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, como su disminución es signo de crisis de fe (RM 2) ... También a causa de los cambios modernos y de la difusión de nuevas ideas teológicas, algunos se preguntan: ¿Sigue siendo actual la misión entre los no cristianos? ¿No ha sido sustituida por el diálogo interreligioso? ¿No es suficiente como objetivo la promoción humana? ¿El respeto de la conciencia y de la libertad no excluye toda propuesta de conversión? ¿No se puede salvarse en cualquier religión? ¿Por qué, entonces, la misión? (RM 4).
Podríamos poner en boca de los dos caminantes estas mismas preguntas, preguntas que, en definitiva, son las nuestras. Los dos han perdido de vista que la verdadera misión es anunciar a Jesús y no un buen comportamiento ético, buenas maneras, avances de la civilización, ejercicios de convivencia pacífica, cosas que poco o nada tienen que ver con la cruz.
Así, el primer discípulo a la derecha se lleva la mano al corazón y está todo inclinado hacia delante, quizá sea el que más decididamente huye de Jerusalén y de los hechos incómodos que allí han ocurrido. ¿Cómo se une Dios con la violencia, la vida con la muerte, el Mesías con la persecución? ¿No debería encontrar la verdad, los corazones abiertos y dispuestos a recibirla, como si fuera lo más obvio del deseo humano?
Pero no es así. La verdad es incómoda y, a veces, exige el sacrificio de uno mismo, la pérdida del propio prestigio, el valor del testimonio.
Todo esto, tal vez, lo intuye el otro discípulo que, rodeado del mismo halo dorado del misterioso viajero, se lleva la mano a la cabeza en un gesto de haber recordado un hecho conocido y, por lo tanto, comprendido.
El paso se vuelve más seguro, tranquilo, ya no huye de la realidad, sino que permanece dentro de una relación misteriosa. Aún no sabe por qué, pero percibe una verdad que da paz. He aquí el quid de la cuestión: los discursos sobre la verdad incomodan, confunden,…, pero el encuentro con la Verdad da paz, aunque no se comprenda ni se conozca plenamente.
El discípulo aún no sabe que el caminante de ojos luminosos es el Resucitado. Él camina con nosotros y nos defiende del camino que el autor ha pintado como una serpiente insidiosa.
Es precisamente en este camino tortuoso donde hay que dar testimonio. La misión comienza aquí: en un encuentro en un camino. El camino puede haber sido erróneo, difícil, escandaloso, empinado, pero es aquí, en la realidad cotidiana, donde se le encuentra, y solo de un encuentro puede nacer la misión.
No, la promoción humana no es suficiente: el cristianismo no es un sistema ético fascinante, es un encuentro que impulsa la vida hacia la eternidad. No se ven dos pies. Son el pie izquierdo de Jesús y el pie derecho del discípulo que huye.
Él camina aquí ahora con nosotros, dentro de nuestras huidas. Él es el camino, él es la verdad, él es la vida: a ningún hombre le perjudicará conocer la verdad sobre sí mismo, conocer el camino hacia la vida. Jesús no quita nada al hombre, por muy laico, ateo o de otra fe que sea. Jesús está siempre del lado del hombre y quien lo ha descubierto no puede reprimir la alegría de comunicarlo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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