lunes, 14 de abril de 2025

Betania, la casa de la amistad.

Betania, la casa de la amistad 

En Betania, una casa tenía una reputación extraña. Allí vivían dos hermanas que no estaban casadas. Su hermano también era soltero. A quien lo criticaba, Lázaro respondía: «Id a la región desértica de Judea y veréis cuántos hombres no están casados». El Reino de Dios está cerca. 

Un Maestro como Jesús que entraba en la casa de dos mujeres era soberanamente libre de ir donde le llevara el corazón. Sin embargo, los fariseos no animaban a los hombres a hablar libremente con las mujeres, ni siquiera con su propia esposa. Hablar demasiado con las mujeres alejaba del estudio de la Torá. 

En la casa de Marta y María, Jesús encontró la acogida y la hospitalidad que le habían negado en Samaria. 

Marta y María tenían un carácter diferente. Se complementaban muy bien. Ambas esperaban la visita de Jesús en su casa, que el Maestro llamaba la casa de la amistad. 

«Pasar de la preocupación por lo que debo hacer por Él, al asombro por lo que Él hace por mí», solía repetir Marta después de cada visita del Maestro. 

«Pasar de Dios como una obligación a Dios como un deseo», repetía María, que amaba sentarse a los pies de Jesús para escuchar sus palabras. Sabiduría del corazón de una mujer, intuición que elige lo que es bueno para la vida y regala paz, libertad, horizontes y sueños: la Palabra de Dios. 

María, que conocía bien a Jesús, sabía escucharlo con asombro; sabía dejarse encantar como si fuera la primera vez. El milagro de María consistía una vez más en beber sus palabras y sus silencios y contemplar sus ojos. Ella sabía que Jesús no buscaba sirvientes, sino amigos; no buscaba personas que hicieran cosas por Él, sino gente que le dejara hacer cosas grandes. 

«El Todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí», repetía ella también. El centro de la fe es lo que Dios hace por mí, no lo que yo hago por Dios. 

María, después de cada visita de Jesús, le decía a su hermana: «El primer servicio que se le debe rendir a Dios es escucharlo. La relación comienza con la escucha, porque te contagias de una especie de luz cuando estás cerca de un maestro como Él, un contagio de luz cuando estás cerca de la luz». Marta respondía: «Has encontrado un nido y un corazón que escucha, tienes un rabino solo para ti, para ti una mujer, a la que nadie enseñó». 

A María le debía arder el corazón aquel día. A partir de ese momento su vida cambió. María se había hecho fecunda, vientre donde se custodiaba la semilla de la Palabra, apóstol: enviada a donar, en cada encuentro, lo que Jesús había sembrado en su corazón. 

«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por demasiadas cosas», había dicho Jesús, afectuosamente doblando el nombre, no contradiciendo el servicio sino la preocupación, no cuestionando el corazón generoso de Marta, sino la agitación. 

Estaba atento a un exceso que acecha, a un exceso que puede surgir y tragarte, demasiado trabajo, demasiados deseos, demasiada prisa. Primero importaba la persona, luego las cosas. Sentarse a los pies del maestro permitía aprender lo más importante: distinguir entre lo superfluo y lo necesario, entre lo ilusorio y lo permanente, entre lo efímero y lo eterno. 

Jesús no soportaba que Marta se empobreciera en una función de servicio marginal, que se perdiera en las demasiadas tareas del hogar: «, le decía Jesús, eres mucho más. Tú no eres las cosas que haces; puedes estar conmigo en una relación diferente, compartir no solo servicios, sino pensamientos, sueños, emociones, sabiduría y conocimiento». 

Las actitudes de María y Marta eran complementarias. Marta no podía prescindir de María, porque su servicio tenía una única fuente que hacía grande su corazón. María no podía prescindir de Marta porque no había amor de Dios que no debiera traducirse en gestos concretos. La amiga y la sierva eran dos formas de amar, ambas necesarias, los dos polos de un único mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios y amarás a tu prójimo». Solo contaba una única bienaventuranza: «Bienaventurados los que escuchan la Palabra, bienaventurados los que la ponen en práctica». 

Las dos hermanas se cogían de la mano, y cuando nada separe al hombre de Dios, entonces nada separará al hombre del servicio al hombre (Lc 10, 38-42). Son posibles dos actitudes ante la acogida de Jesús: el servicio generoso al huésped, grato y respetuoso, y la escucha atenta de las palabras del Señor. 

Marta desempeñaba el papel tradicional, y es perfecta (Pr 30), de ama de casa. María, por el contrario, inauguraba un papel nuevo y esencial para una mujer: estar a los pies del Maestro como discípula (Hch 22, 3). 

En realidad, Marta daba más importancia a las apariencias que a la escucha, de la que había perdido el sentido. En consecuencia, el sentido de su afán: está preocupada, ansiosa, tensa, insegura, impaciente, mordaz. Marta es la imagen de quien vive momentos de temor, de miedo, sin saber ya regalar una sonrisa y sin saber cuál es exactamente su identidad (o mejor dicho, solo la que le han endilgado). 

Escuchar a Dios era para María la roca de su salvación: «Tú, oh Dios, eres la roca de mi salvación» (Sal 89, 27). La Buena Noticia que se deriva de la meditación consiste en el hecho de que Dios tiene una Palabra para mí, y puedo escucharla, en silencio y en paz, de tal escucha me alimento, crezco en la fe y me realizo como ser humano: «Esta parte mejor no te será quitada». 

Una teología de la humildad de Dios recorre transversalmente las Sagradas Escrituras y recorta historias y personajes que remiten al espejo humanísimo de la fragilidad. Todos aparecen con rasgos humanos, ni perfectos ni perfectamente virtuosos. La Biblia no narra la historia de los ángeles, sino la de los hombres. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Y qué decimos cuando confesamos “Creo la Santa Iglesia Católica”?

¿Y qué decimos cuando confesamos “Creo la Santa Iglesia Católica”? ¿Qué significa «católica»? La palabra « católica » significa « universal...