domingo, 13 de abril de 2025

Una contemplación sobre la Cruz y el Crucificado de San Damián.

Una contemplación sobre la Cruz y el Crucificado de San Damián

Se trata de una imagen venerada inicialmente en la pequeña Iglesia de San Damián, para luego (1265) ser trasladada a la Basílica de Santa Clara, cuando las clarisas se establecieron allí. Está pintada sobre lienzo crudo pegado a madera de nogal. 

Está inspirada en el Evangelio de San Juan, que en el Cristo crucificado nos presenta al Cristo glorioso -Rex gloriae-, coronado por la inscripción: «Jesús Nazareno (escrito con el monograma IHS) rey de los judíos». 

Él es el Viviente -sus ojos están abiertos- y conserva solo las llagas que vinculan al Crucificado con el Resucitado. Tiene los brazos abiertos hacia la humanidad. Se recorta sobre el fondo negro de la muerte y está enmarcado por una línea roja, que representa el fuego del Espíritu Santo. 

Los rasgos de la cabeza, en la iconografía, hacen que sea el reflejo de un Templo: arcos de los ojos, coronilla de la frente, nariz como si fuera la columna que la sostiene. El halo y el rostro están como envueltos en un velo, para indicar la «carne» que oculta la divinidad -recuerda el episodio de la Transfiguración cuando este velo desapareció-. 

Dentro del halo se encuentra delineada la cruz con la inscripción que indica el nombre divino -Aquél que es-. En la frente parece esbozado el símbolo del Espíritu Santo, la paloma. El cuello está turgente porque Cristo resucitado transmite su aliento de vida, su Espíritu. Este detalle a veces también se indica con la boca entreabierta. Los ojos del Salvador están fijos entre el cielo y la tierra y nos lo presentan como mediador. Al mismo tiempo, la fijeza de la mirada recuerda la eternidad. 

En su cuerpo se observan líneas dentro de las cuales es posible distinguir dos perfiles, el del Padre en el espacio superior -cabeza vuelta hacia el lado izquierdo de Jesús- y en actitud análoga el del Hijo en el espacio inferior, que se presenta como un círculo, figura que indica perfección, eternidad. 

Cristo está cubierto por un lienzo de lino muy escueto, adornado con oro, que recuerda las vestiduras sacerdotales, según se lee en el Antiguo Testamento. Cristo se presenta, por tanto, como Sumo Sacerdote. 

Los rasgos de su cuerpo nos lo muestran transfigurado y, por tanto, glorificado. Pero como recuerda al Crucificado victorioso sobre la muerte, conserva las llagas de las que brota la sangre, precio de nuestra salvación. Su figura no está colgada de los clavos, sino que se recorta sobre la madera de la cruz, erguida. 

Toda la imagen está rodeada de conchas, símbolo de belleza y eternidad. La base carece de ella, como si fuera una vía de acceso a la gracia que Cristo nos da. Su estatura indica su trascendencia y majestuosidad. 

Los personajes representados —obsérvese cómo al autor le gusta representarlos en pareja y en actitud de amorosa concordia— que están bajo sus brazos, todos inmersos en la luz, son: 

1.- María Virgen, en la típica actitud meditativa -mano en el rostro- mientras señala a Cristo. Está cubierta por un manto blanco (el vestido de los puros y elegidos, de los vencedores, de los justos que han obrado bien) sobre el que están pintadas perlas preciosas. El vestido rojo oscuro recuerda la dignidad real y la intensidad del amor. El violeta es el revestimiento interior del Arca de la Alianza: María es el Arca, en cuyo seno fue concebido el Autor de la nueva Alianza; 

2.- Juan el Evangelista está a su lado con un vestido rosa, color que tradicionalmente indica sabiduría. Está dirigido a María y al mismo tiempo indica a Cristo. Sus rostros están cargados de ternura y admiración; 

    • María Magdalena, envuelta en una túnica roja (el amor), también está pensativa y se encuentra de espaldas a 
    • María, madre de Santiago, pariente de Jesús, a quien parece confiarle un mensaje (¿del Cristo resucitado?); 
    • el Centurión a los pies de la cruz reconoce la divinidad de Jesús y en el icono proclama la fe en la Trinidad (los tres dedos). Sostiene en su mano un ladrillo, que recuerda la construcción de la sinagoga de Cafarnaún. ¡El iconógrafo ha fundido en una sola persona dos personajes diferentes! Detrás se encuentra el hijo/siervo con otras tres cabezas que indican a los siervos que lo habían recomendado al Señor o a su familia que abrazó la fe. ¡Es la imagen de la Iglesia naciente! La imagen registra el nombre de todos estos personajes. 

A los lados inferiores de los personajes mencionados, hay otros dos -más pequeños, casi como para indicar su papel decisivo pero trascendido por los diseños divinos-: son los protagonistas del proceso y la condena de Cristo y recuerdan al mundo pagano y al judío: 

a.- a los pies de la Virgen y a la derecha de Cristo, es decir, del lado de los salvados, está representado, como dice la inscripción, Longino, el soldado romano que reconoció la divinidad de Jesús moribundo; 

b.- a los pies del centurión y, por tanto, en el lado izquierdo de Cristo, hay un hombre judío anónimo, casi como para personificar a los que habían procesado a Jesús. A diferencia de todos los demás personajes, este está representado con el rostro ceñudo y de perfil, un detalle pictórico que en la iconografía puede indicar negatividad: lo encontramos, por ejemplo, en Judas en la Última Cena. Su túnica se diferencia de todas las demás porque es de color oscuro, no alcanzada por la luz que irradia el Resucitado. 

Cerca de la pierna izquierda de Jesús se encuentra un gallo, imagen del día que amanece y, por tanto, de Cristo, que es la Luz del mundo. A diferencia de Pedro, que desconoce a su Señor, el gallo reconoce el amanecer y simboliza el anuncio del Resucitado, luz del mundo. 

A los pies del Crucificado hay figuras humanas «anónimas» que representan a la Iglesia, construida sobre la roca (se ven huellas debajo). Como están aureoladas, se piensa en santos: ¿Los Santos Pedro y Pablo, a quienes San Francisco «veneraba con ferviente devoción»? Dado que la imagen estaba apoyada sobre el altar, la devoción de los fieles que la besaban ha desgastado la pintura. 

Subiendo, encontramos, bajo los brazos de Cristo, dos parejas de ángeles que señalan el misterio de la cruz y al mismo tiempo expresan comunión entre ellos. 

A los lados, las dos figuras humanas -no son ángeles, ya que carecen de alas- pueden recordar la Anunciación (es decir, la Encarnación del Verbo: el Ángel de la izquierda parece tener un hombro descubierto por el manto y un pie ligeramente levantado, lo que lo presentaría en acción, mientras que María está representada en actitud contemplativa). 

En el tondo que corona la Cruz, sobre un fondo rojo, está representada la Ascensión de Cristo. Cristo, envuelto en un manto real dorado y con el rostro sonriente, se caracteriza por un movimiento de impulso, casi de danza, y está rodeado de figuras angélicas -si nos fijamos en las parejas-, adoradores de la divinidad, que lo acogen con alegría, como indica la posición de las manos. Lleva sobre los hombros la estola roja, signo de la dignidad sacerdotal y, al mismo tiempo, signo del dominio universal en el amor. Tiene en la mano la cruz, instrumento de victoria. 

En la luneta se ve la mano bendiciendo del Padre: los dos dedos expresan el hecho de que las bendiciones divinas están ligadas al misterio de la encarnación (la divinidad-humanidad del Salvador). 

El icono evoca todo el misterio cristológico: Encarnación; Muerte, Resurrección, Glorificación. Es como la puerta de entrada a la contemplación, a la que está destinada. 

El fiel que, ayer como hoy, se encuentra frente a esta imagen, tan densa en representaciones, tiene la oportunidad no solo de contemplar y adorar, sino también de aprender tanto la historia de los últimos momentos de la vida de Jesús como todo el misterio cristológico. 

La Encarnación, es decir, Dios que se hizo hombre para la salvación de la humanidad; la Muerte, representada sin embargo como ya vencida por Jesús; la Resurrección y la Glorificación, en el momento en que Jesús accede al Reino de los Cielos llevando consigo la cruz en señal de victoria sobre la muerte. 

Este icono constituye una especie de reverso de la medalla de las representaciones del Crucificado propias del arte occidental de la época, que ama subrayar el drama de la Pasión.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Carta Apostólica "In unitate fidei": retorno a lo esencial.

Carta Apostólica "In unitate fidei": retorno a lo esencial   En la solemnidad de Cristo Rey, y en vísperas de su primer viaje apos...