Hombre/mujer: el prejuicio a superar en la Iglesia católica, o de la transición del honor a la dignidad
Me gustaría partir de una distinción que tomo del filósofo canadiense Charles Taylor y que me parece muy valiosa para interpretar la agonía de la Iglesia católica en los dos últimos siglos. Charles Taylor distingue entre «sociedad del honor» y «sociedad de la dignidad». La primera sociedad se basa en la autoridad y la diferencia, mientras que la segunda se basa en la libertad y la igualdad.
Esta distinción, que interpreta el paso de la sociedad tradicional a la sociedad postradicional, del antiguo régimen al mundo liberal, también afecta de cerca a la Iglesia católica. Esta ha sufrido el trauma de esta transformación, sobre todo en Europa, y lo ha gestionado muy a menudo con una dura oposición. Ha corrido el riesgo de identificarse con la «sociedad del honor», culpabilizando o demonizando a la «sociedad de la dignidad».
Por otra parte, no era difícil que se produjera un choque, ya que la Iglesia tiene necesariamente que ver con una «diferencia» y con una «autoridad» que es su razón de ser.
La diferencia de Dios y su autoridad ejercieron una fuerte presión sobre la Iglesia del siglo XIX y XX, para identificarla con la «sociedad del honor», hasta autodefinirse «societas inaequalis»: es decir, una sociedad que, para mediar en la diferencia de Dios, debe plantear como sustanciales (e inmutables) algunas diferencias sociales y culturales fundamentales: las que existen entre hombres y mujeres y las que existen entre clérigos y laicos, pero indirectamente también las que existen entre libres y esclavos y entre ricos y pobres.
Por ejemplo, si nos detenemos en la primera distinción - la de hombre/mujer - hasta se puede mostrar cómo, atrincherándose en evidencias clásicas, la Iglesia católica corre el riesgo de defender no el Evangelio, sino el antiguo régimen.
La dificultad con la que el discurso católico lleva sesenta años elaborando el discurso sobre la «autoridad femenina» es el reflejo de la inercia de la sociedad del honor en el corazón del pensamiento católico. En este sentido, los hombres medievales eran mucho más libres.
De hecho, mientras que nosotros, desde hace unos 60 años, nos aferramos a un «esencialismo» que pretende paralizar a la mujer en el ámbito privado y pretendemos deducirlo directamente no solo de la creación, sino incluso de la revelación, los medievales eran libres de considerar el «sexo femenino» como un «impedimento para la ordenación».
Para muchos teólogos medievales, lo que estaba en juego era la cultura, no la fe. Por cultura, pensaban que la mujer carecía de autoridad en público (aunque se la reconocían en privado). Por eso, entre los «defectos de autoridad» que conocían (la minoría de edad, la condición de esclavo, la condición de hijo natural, la discapacidad...), el «sexo femenino» era para ellos el más evidente.
Hoy hemos cambiado de opinión sobre los discapacitados, los esclavos y los hijos naturales, mantenemos impedimentos justos para los menores, pero la mujer ya no tiene impedimentos en el plano cultural.
El camino de «esencializar» su exclusión del ministerio ordenado no es completamente fruto del pensamiento teológico, sino de un pensamiento cultural pobre. Es una forma de ignorancia y prejuicio que los Papas del siglo XX y XXI han corrido el riesgo de dogmatizar. En este punto hay una fragilidad del pensamiento teológico realmente no a la altura del Evangelio.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


No hay comentarios:
Publicar un comentario