Pensar imaginativamente el futuro de la Iglesia
En un discurso del Papa Francisco, siempre con su lenguaje tan vivo, dirigido al «Colegio de Escritores» de la revista La civiltà católica el 9 de febrero de 2017 (https://www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2017/february/documents/papa-francesco_20170209_comunita-civilta-cattolica.html), identificaba tres características necesarias para captar el sentido más auténtico de la «traditio»: a saber, la inquietud, la incompletitud y la imaginación.
Y creo que la Iglesia en el presente también debe considerar en serio la última característica de una buena comprensión de la tradición: es decir, la capacidad de «imaginar» su futuro y hacerlo, además, con creatividad y, si se me permite la expresión, con concreción y provocación si queremos conducirnos al corazón de una doctrina que no depende solo del pasado, sino también del futuro.
Sobre el modo de entender la autoridad del sucesor de Pedro
La estructura de una Iglesia, cuya tradición se remonta a más de 2000 años, exige un equilibrio visionario entre «primacía» y «colegialidad». El primero impide la dispersión y garantiza la unidad, el segundo permite una cierta diferenciación y una pluralidad beneficiosa.
El nuevo equilibrio, que deberá experimentar la Iglesia católica del futuro, constituye una recuperación de la tradición antigua y medieval, en corrección parcial de las formalizaciones tridentinas y del Concilio Vaticano I, que han conducido a una fuerte centralización del poder.
Una experiencia de la autoridad, tal y como se desarrolló tras el fin de la «sociedad del honor», que había sugerido una concepción de la Iglesia como «sociedad perfecta» o como «societas inaequalis», ha llevado gradualmente a la estructura eclesial a valorar mejor la «sociedad de la dignidad» como recurso de la «tradición» más acorde y fiel al Evangelio.
Esto implica también una profunda relectura del «primado petrino», redescubriendo su cualidad de servicio a la unidad en la diferencia, casi una valorización unitaria de las diferencias.
Sobre el mundo como lugar del Espíritu
La atención a la «vida» ha marcado progresivamente a la Iglesia. Descubrir que el «mundo» es lugar de presencia del Espíritu constituye una oportunidad para interpretar el don del Espíritu «para la vida del mundo», que debe ofrecer una reconstrucción de la relación entre la Iglesia y el mundo.
Para retomar uno de los enfoques más claros, referido al Papa Francisco desde el comienzo de su pontificado, se trata de salir de una representación de la Iglesia como la institución que «lleva a Dios al mundo», para redescubrir la capacidad eclesial de reconocer a Dios ya presente en el mundo y de ofrecer los instrumentos para encontrarlo.
Ese servicio se refiere a la posibilidad de una forma de «hacer experiencia» que exige un lenguaje adecuado, no paternalista y no encorsetado en la doctrina/disciplina, en el dogma/canon. La narración y la acción de la fe van a ser sus instancias principales.
Sobre el papel ministerial de la mujer
Una serena consideración de la mujer como ministra eclesial se impone tras décadas de «lucha en defensa de la reserva masculina». La inserción gradual de las mujeres bautizadas en el ministerio, mediante una ordenación común que se extiende así también a las mujeres, constituye un movimiento de una singular lucidez.
Sí, va a ser necesaria una elaboración minuciosa de los diferentes planos en los que puede hacerse valer y resultar significativa, o incluso indispensable, la diferencia entre lo masculino y lo femenino. Sin embargo, el punto decisivo lo va a constituir una nueva conciencia entre la diferencia entre los sexos y la diferencia jerárquica.
Si la diferencia sexual se ha pensado y sentido durante siglos como «diferencia de autoridad jerárquica», en el futuro hay que hacer posible no perder la diferencia sin tener que aceptar una subordinación de uno a otro.
Y hay que salir de ese automatismo de la «jerarquía entre los sexos» permitiendo configurar un reconocimiento gradual de la autoridad femenina, ante todo en el grado más elemental del ministerio ordenado: es decir, el acceso de la mujer al ministerio ordenado diaconal.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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