lunes, 12 de mayo de 2025

Jesús entra en lo más profundo de todas las vidas.

Jesús entra en lo más profundo de todas las vidas

Ascensión, en busca con Jesús de un cruce entre la tierra y el cielo, de una rendija abierta al más allá, a lo que perdura más allá del ocaso del día: saber que nuestro amor no es inútil, sino que será recogido gota a gota y vivido para siempre; que nuestra lucha no es inútil; que no se pierde ningún esfuerzo generoso, ninguna paciencia dolorosa. 

El Evangelio nos sitúa en equilibrio entre el cielo y la tierra, en una ascensión perpetua, nos empuja hacia adelante y hacia arriba. 

Todo el camino espiritual se resume en crecer hacia una mayor conciencia, una mayor libertad y un mayor amor. Es más, toda la existencia del cosmos, desde los cristales hasta los animales, camina por estas tres profundas directrices: más conciencia, más amor, más libertad. 

Contemplemos los tres últimos gestos de Jesús: envía, bendice, desaparece. 

En esa altura comienza la «Iglesia en salida» -Papa Francisco-. Comienza con el envío que pide a los Apóstoles un cambio de mirada. Deben pasar de una comunidad, de una Iglesia que se pone a sí misma en el centro, que se pone en primer plano, de una Iglesia centrífuga a una Iglesia que se pone al servicio del camino ascendente del mundo, al servicio del futuro del hombre, de la vida, de la cultura, de la casa común, de las nuevas generaciones. 

Una Iglesia que busca lo bueno del mundo, que quiere captar, recoger y hacer emerger las fuerzas más bellas. 

Convertid: cultivad y custodiad las semillas divinas de cada uno. Como hacía Jesús, que recorría Galilea y buscaba las grietas, las fisuras en las personas, allí donde fluían aguas subterráneas, como con la samaritana en el pozo. Captaba las expectativas de la gente y las sacaba a la luz. 

Así, la Iglesia, sabiendo que su anuncio ya está precedido por la presencia discreta de Dios, por la acción suave y poderosa del Espíritu, está enviada al servicio de los gérmenes santos que hay en cada uno. Para despertarlos. 

Luego los llevó fuera, hacia Betania, y alzando las manos, los bendijo. Una larga bendición suspendida, eternamente, entre el cielo y la tierra, vela por el mundo. La maldición no pertenece a Dios, debemos dar testimonio de ello. El gesto definitivo de Jesús es bendecir. 

El mundo lo rechazó y lo mató, y él lo bendice. Me bendice tal como soy, en mis amarguras y en mis pobrezas, en todas mis dudas bendito, en mis fatigas bendito. 

Mientras los bendecía, se separó de ellos. La Iglesia nace de ese cuerpo ausente. 

Pero Jesús no abandona a los suyos, no se va a otra parte del cosmos, sino que entra en lo más profundo de todas las vidas. 

No ha ido más allá de las nubes, sino más allá de las formas: si antes estaba junto a los discípulos, ahora estará dentro de ellos, fuerza ascendente de todo el cosmos hacia una vida más luminosa. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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