lunes, 12 de mayo de 2025

Una gravedad que atrae hacia arriba.

Una gravedad que atrae hacia arriba

¿Quién es el que sube al cielo? Es Dios, que tomó sobre sí el sufrimiento para ofrecerme en cada uno de mis sufrimientos destellos de resurrección, rayos de luz en la oscuridad más negra, grietas en los muros de las prisiones: ¡nuestro Dios, experto en encarnación y ascensión! 

 Que se encarnó en el seno de una mujer revelando el secreto anhelo de Dios de ser hombre. Que ahora, al subir al cielo, lleva consigo nuestro anhelo de ser Dios. 

Los llevó fuera, hacia Betania, y alzando las manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos. Una larga bendición suspendida eternamente entre el cielo y la tierra es la última imagen de Jesús. Testigo de que la maldición no pertenece a Dios. 

No soy digno, y sin embargo me bendice. ¡Dios habla bien de mí! ¡Le gusto! ¡Tal como soy, le gusto! Habla bien de mí y me desea el bien: en mis amarguras y en mis pobrezas soy bendecido, soy bendito, en todas mis dudas bendito, en mis fatigas bendito... 

Jesús deja un don y una tarea: predicad la conversión y el perdón. 

Conversión: indica un movimiento, un dinamismo, salir de los pantanos del corazón inventándose un salto. Significa el valor de ir a contracorriente, contra la lógica del mundo donde siempre ganan los más astutos, los más ricos, los más violentos. 

Como hacen las bienaventuranzas, conversión que nos pone en equilibrio, en equilibrio entre la tierra y el cielo. 

Anunciar el perdón: la frescura de un corazón renovado como en la primavera de la vida. La posibilidad, por don de Dios, de volver siempre a empezar, de no rendirse nunca. 

Sé pocas cosas de Dios, pero una sobre todas, y me basta: ¡que su misericordia es infinita! Dios es una primavera infinita. Y nuestra vida, por su don, un amanecer continuo. 

El final del relato es sorprendente: los discípulos regresaron a Jerusalén con gran alegría. Deberían estar tristes, se acababa la presencia, se iba su amor, su amigo, su maestro. 

Pero no. Y esto porque hasta el último día Él tiene las manos llenas de dones. Porque no se va a otra parte, sino que entra en lo más profundo de todas las vidas, para transformarlas. 

Es la alegría de saber que nuestro amor no es inútil, sino que será recogido gota a gota y vivido para siempre. 

Es la alegría de ver en Jesús que el hombre no termina con su cuerpo, que nuestra vida es más fuerte que sus heridas, que la carne se hace cielo. 

Que no existe en el mundo solo la fuerza de la gravedad que pesa hacia abajo, sino también una fuerza de gravedad que apunta hacia arriba, la que nos mantiene erguidos, la que pone verticales la llama, los árboles y las flores, la que levanta las mareas y los volcanes. 

Y es como una nostalgia del cielo. Cristo ha ascendido al íntimo de cada criatura, fuerza ascendente hacia una vida más luminosa. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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