Tu es Petrus
«Caer de pie» se dice de las personas especiales que cautivan desde el primer momento, como lo consigue instintivamente el Papa León XIV, que domina con humilde sencillez y palabras poderosas que sacuden las conciencias y el mundo. Y lo hace incluso en una ceremonia de investidura de otros tiempos. Un ritual místico bimilenario con evidentes reminiscencias medievales de poder imperial y temporal, que hasta con naturalidad que sabe a normalidad, el Papa León XIV transforma en el inicio de un pontificado inédito, global y local.
¿Un pontífice predestinado o solo un idealista impregnado de fe? Ambas cosas, pero aún menos de lo que lo demuestran la profundidad cultural y teológica y la tangible concreción de las palabras y los gestos del Papa León XIV.
La intensidad litúrgica de la consagración al inicio del pontificado y el impacto del anuncio del 267º sucesor de Pedro de una Iglesia «misionera que abra los brazos al mundo, se convierta en fermento de concordia para la humanidad y esté guiada por un Papa que nunca ceda a la tentación de ser un líder solitario o un jefe por encima de los demás», es tal que concreta alegóricamente el antiguo rito de la imposición de la tiara.
La legendaria tiara papal de las tres coronas superpuestas, que simboliza el triple papel de Padre de los Reyes, Rector del mundo y Vicario de Cristo en la Tierra, transfigurada ahora en el palio y el anillo del pescador que el Papa León XIV se puso con profunda emoción como símbolos e insignias de su apostolado petrino universal.
Un rito que se remonta siglos atrás, pero lo que el Papa León deja entrever es todo menos un retorno al pasado o un flotar en la aureola de una Iglesia autorreferencial. La visión global de la llegada de internet y la inteligencia artificial, que sustenta el inicio del pontificado del Papa, pone de relieve, por el contrario, un despertar exponencial de todo el potencial de la compasión y de la misericordia, pero también geopolítico.
Una movilización de la Iglesia universal comparable a un concilio ecuménico en movimiento, para animar, promover y comprometerse con la paz, comenzando por la paz individual de cada ser humano, que coincide con la escucha de la propia conciencia. Es decir, del alma que vivifica al individuo y al mundo, según el pensamiento de San Agustín de Hipona, que impregna la profunda personalidad religiosa del Papa León XIV.
Una movilización en cadena del Pueblo de Dios alineado detrás del nuevo pontífice para dar testimonio de toda la fuerza inmaterial, pero alternativa y disruptiva, de la fe de una Iglesia Universal que, tras haber mostrado la fuerza de la humildad vivida con coherencia por el Papa Francisco, por segunda vez en menos de un mes en la Plaza de San Pedro, se alza ahora con toda la credibilidad y el carisma del Papa León XIV ante los poderosos y los gobernantes de la Tierra y adquiere de hecho el papel de centro de gravedad no solo del mundo, sino de toda la humanidad.
Un primer plano televisivo capta al Papa León XIV mientras observa el parterre de los poderosos, es decir, de los Jefes de Estado y de Gobierno, soberanos, líderes religiosos y representantes de países belicistas o convulsionados por los conflictos. Un parterre que también representa la suma de las democracias liberales y el infierno de las dictaduras del planeta. Y la mirada del Papa León XIV parece reflejar la pregunta: «¿Será posible seguir caminando y avanzando hacia los nuevos cielos y la nueva tierra?».
Es el punto álgido de la jornada que marca el salto adelante de la Iglesia en el tercer milenio. Un Domingo histórico en una Roma cada vez más pacífica - caput mundi - totalmente impregnada de la fenomenología del primer Papa norteamericano, hijo de la emigración que huía de las guerras y la miseria de Europa, seguidor convencido del Obispo San Agustín de Hipona, un Santo entre los Santos, misionero entre los pobres en su Perú, luego guía mundial de la Orden Religiosa agustina, así como Cardenal Prefecto de la Congregación de Obispos.
Todo ello vivido con bondad, serenidad, compartir y concreción, sin gestos teatrales, sin guiños ni, peor aún, sin caer en la retórica. Un currículum de serenidad que en el Cónclave rozó la unanimidad. Obtuvo la inmediata respuesta de un Papa que, desde su debut ha captado de inmediato y con empatía la atención no solo de los fieles, sino también, de forma inesperada, la emoción de los no creyentes, los indiferentes y los practicantes de otras religiones, impresionados por la sencillez de una actitud de abrazo misericordioso y consuelo hacia todos, sin distinción de pureza, credo y observancia doctrinal.
A nivel internacional, los medios de comunicación y los opinadores subrayan con razón cómo, en solo diez días y sobre todo en la consagración del inicio de su pontificado, ante los ojos del mundo, la incansable invocación del Papa León XIV por la paz en Ucrania, Oriente Medio y todos los escenarios de guerra, ha hecho que el Vaticano supere con ímpetu la vergonzosa parálisis del papel de las Naciones Unidas.
Una paz fuertemente invocada, pero aun trágicamente lejana en los frentes ucranianos y entre los escombros de Gaza. Una secuencia de muerte y horror que no dejará indiferente al Papa León XIV, quien, como su predecesor, podría decidir pronto enfrentarse personalmente con el impacto de la palabra, la fe y su perseverante sonrisa que desarma el odio, a los modernos Atilas contemporáneos, flagelos de la humanidad, es decir, también de Dios.
Con un texto tan preciso como intenso, el Papa León XIV ha indicado algunas directrices para su pontificado en la homilía que siempre se considera o define como «programática», la de la Misa de apertura de su pontificado.
El primer paso en el que detenerse por su actualidad y claridad parte de la tarea confiada por Jesús a Pedro, la de apacentar sus ovejas: Si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un jefe solitario o un jefe colocado por encima de los demás, haciéndose dueño del pueblo que se le ha confiado (cf. 1Pe 5,3); al contrario, se le pide que sirva a la fe de sus hermanos, caminando junto a ellos: todos somos, en efecto, ‘piedras vivas’ llamadas por nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de la diversidad. Como afirma San Agustín: ‘La Iglesia está formada por todos aquellos que están en armonía con sus hermanos y que aman al prójimo’.
Aquí recogemos muchos puntos útiles para situar al Papa León XIV en el contexto eclesial actual. Se acepta la llamada a una mayor colegialidad, el sucesor de Pedro no es un líder solitario. Inmediatamente después, entrando en la reforma sinodal iniciada por el Papa Francisco, que conlleva todo un nuevo papel para el laicado católico, ya no sometido al gobierno eclesiástico jerárquicamente superior y exclusivo del clero (clericalismo), el Papa León puntualiza la expresión 'gobernar juntos', que entonces equivale a sínodo -caminar juntos-, que la unción es la que procede del bautismo y esta unción indica que edifica la Iglesia (por tanto, todos los bautizados, no sólo los ministros ordenados para concluir con la cita crucial del Obispo San Agustín, «la Iglesia está formada por todos aquellos que están en armonía con sus hermanos y que aman a su prójimo».
Así pues, si el horizonte de la Iglesia sinodal, objeto aún de no pocas suspicacias y sospechas, y de acalorados debates, parece confirmarse, el objetivo es la unidad: «Este, hermanos y hermanas, quisiera que fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y de comunión, que se convierta en levadura para un mundo reconciliado». La unidad no significa uniformidad. Y parte, sin embargo, de la reconciliación que es esencial para el mundo de hoy: En nuestro tiempo, vemos todavía demasiadas discordias, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la Tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión, de fraternidad.
Servidora de la reconciliación, la Iglesia del Papa León XIV vive en la historia para ofrecer su palabra a todos: en el único Cristo, repite recordando su lema pontificio, somos uno. Y éste es el camino que debemos recorrer juntos, entre nosotros, pero también con nuestras Iglesias cristianas hermanas, con quienes siguen otros caminos religiosos, con quienes cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y todos los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo en el que reine la paz.
Estos son algunos temas de fondo de la novedad conciliar, del Concilio Vaticano II, todos ellos en el centro de la iniciativa eclesial del Papa Francisco. Y para perseguirlos, en la forma sinodal que se trabajará para definirla, es necesaria una Iglesia misionera, es decir, una Iglesia en salida, una Iglesia no sólo para los que van a la Iglesia: de hecho, inmediatamente después de las palabras que acabo de citar, el Papa León XIV añadió: Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valoriza la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.
Por tanto, la Iglesia está en el mundo, es decir, en la Historia, no está más allá ni por encima de ella. La Iglesia misionera, añade el Papa León XIV, es una Iglesia que abre los brazos al mundo, que se deja turbar por la Historia y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Es aquí donde, sin citarlo como encíclica, el Papa León XIV recordaba aquella fraternidad universal de ‘Fratelli tutti’.
Por lo tanto, la Iglesia del Papa León XIV sigue la estela del Papa Francisco con su estilo y su búsqueda de una armonía entre diversidades, lejos de la uniformidad, con las diferencias que la identidad del nuevo Papa. Situándose en la estela de su predecesor, como dijo claramente, lo hará con el bagaje de su historia, su visión, su diversidad. Luego, al concluir la celebración, tras afirmar que sentía la cercanía espiritual del Papa Francisco, el Papa León XIV recordó a los civiles de Gaza, «reducidos al hambre», al pueblo de Birmania herido por nuevas violencias, a la «atormentada» Ucrania.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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