Un Dios discapacitado
En una visión irreverente del paraíso, tal vez Dios está en una silla de ruedas y quizá se mueve curioso, divertido y sin dolor entre los invitados, algunos de los cuales se ven obligados a desplazarse también en sillas de ruedas.
El Dios de los monoteísmos es invisible, pero podemos reconocerlo en su icono: el Hijo crucificado y ahora gravemente discapacitado, varón de dolores, ante quien se oculta el rostro...
«¿Cuándo te vimos, Señor, y no te acogimos, no te cuidamos y no te alimentamos?», preguntan los discípulos condenados al juicio final (Mateo 25, 31-46). Respuesta: cuando no os preocupasteis por los que estaban en dificultades. Así también me descuidasteis a mí, que era y soy solo, pobre, sediento, enfermo, paralítico. Cada vez que os negasteis a ver a ese ser humano necesitado, perdisteis una oportunidad de reconocerme y estar conmigo.
Santo Tomás de Aquino pensaba que todos los resucitados en la carne tendrían el cuerpo recreado en la flor de la vida, alrededor de los treinta años, sin crecer ya, pero sin entrar aún en decadencia. La visio beatifica (es decir, el privilegio de los santos de contemplar nada menos que a Dios) exigía un organismo sano, bello, fuerte, activo e independiente.
Pero la fe cristiana, incluso la teología tomista, también puede ser pensada de otra manera.
Si Dios asumió nuestras enfermedades para redimirlas, si el centurión romano (emblema de la laicidad política) reconoce a Jesús como Hijo de Dios precisamente en la cruz, cuando los clavos lo convirtieron en un crucificado, entonces esas heridas en las manos, en los pies, el costado forman ahora parte de la vida del Dios trinitario, ya que Jesús ascendió al cielo con esas cicatrices y con esas vulnerabilidades se sienta a la derecha del Padre.
Además, el poder del Evangelio desenmascara los ídolos burgueses. No es «fuerte» el culturista, el maratonista, el saltador con pértiga. No es «bella» la influencer tipo Barbie, con medidas vertiginosas de pecho, cintura y caderas, champú constante, dientes de marfil, sonrisa ostentosa, movimientos eróticos para el marketing comercial. No es ejemplo de «vigor» el superhéroe hipertatuado, bronceado en un tanning center, aburrido en lujosos yates, sexualmente potente. El que ni siquiera tiene que pedir una relación sexual para que se le conceda. No, estos son los espejismos que genera y tritura la sociedad de los productos mercantiles.
Es «tenaz» quien lucha por la verdad, sea cual sea su condición psicofísica. Es «bello» quien se mantiene fiel a sus cánones de pasión por la vida, a los criterios de su fe laica o religiosa. El arte intratable nos recuerda que la naturaleza misma es intratable y derriba aquellos falsos mitos de la figura neoclásica y la tranquila y templada armonía del arte sublime.
El cristiano discapacitado no quiere sermones
acusatorios (¡has pecado y éste es el resultado!), ni compasión (¡pobrecito! ¡acéptalo!
¡no seas una carga!), ni limosna mezquina (toma y vete de aquí), ni
santificación aristocrática. El cristiano discapacitado no alaba la enfermedad
ni la considera beneficio en sí misma, ni la considera una mensajera necesaria
de la madurez espiritual.
¡El cristiano discapacitado lucha contra la enfermedad, el mal, el dolor, la muerte! Por ahora no puede. ¡Pero tiene esperanza! Espera el día en que banquetearemos juntos, en la cara del enemigo que quería aplastarnos y humillarnos. Nadie ni nada puede arrebatarnos, ni siquiera ahora, nuestra dignidad infinita, aunque el mal sea más fuerte que nosotros. Aunque hayamos tenido que construir con esfuerzo una habilidad diferente para nosotros o para nuestros seres queridos.
Sin embargo, hasta ni siquiera esto nos basta. El cristianismo mira con sospecha todo aquel discurso religioso que dice que, por naturaleza, el hombre es contingente y relativo, enfermo y mortal. Porque, por derecho divino, sin embargo, el ser humano no debería sufrir ni morir, aunque sea una criatura finita, frágil y vulnerable. Si tenemos un aliado en los cielos, es un Dios de la vida, que nos ha dado un jardín acogedor y los buenos frutos del árbol inmortal. Es un Dios que nos sanará.
Entonces, ¿por qué Dios no interviene? ¿Por qué nos deja sufrir? ¿Por qué no cura a nuestro hijo de su discapacidad? ¿Por qué no alivia mi esclerosis? ¿Por qué no nos libera de la ceguera? Así lo hizo Jesús cuando le traían lisiados o leprosos. ¡Los curaba! Entonces, ¿por qué?
Aquí arriesgo mi respuesta discutible (y demasiado sintética): ¡porque Dios no es omnipotente! No sabemos cómo ni por qué, pero él/ella (Dios es mujer y hombre, madre y padre y mucho más), aunque nos quiere, no puede arrancarnos de la enfermedad. Dios está creciendo! Debemos cuidar de Dios, de su silla de ruedas, de su silencio distante, de su sufrimiento por lo que ha salido mal, de forma incomprensible. Por ahora no vendrá a nuestro encuentro como nos gustaría. Pero le reservaremos un lugar. Para cuando vuelva.
Dios siente nuestro mal en su interior. Nuestro cuerpo es suyo. El cuerpo mutilado es reconocido, honrado y acogido por Dios en la vida resucitada. Pero Dios no nos pide sumisión, autocompasión, obediencia ciega, devoción idólatra o justificación del mal.
En la vida del mundo que vendrá -teológicamente: en el
cuerpo de Cristo resucitado-, nuestra identidad es y será amada precisamente
por ser dependiente de otros
(en contra del mito de la autonomía individual). Y todos estaremos en camino,
tomados de la mano. Nuestra persona
entrará en una transformación,
en nombre de un deseo incondicional de liberación
del mal.
Resucitaremos en la carne. Nuestro cuerpo no será sustituido, sino renovado. El objetivo de la vitalidad (no el de la eficiencia productiva material) será humanizado y personalizado. Ya no existirá la separación entre personas capaces y discapacitadas, ya que la fuerza del Espíritu remodelará nuestras fuerzas y nuestras debilidades, nuestras armonías y nuestras disonancias.
Las heridas permanecerán, pero cambiarán de aspecto y significado. Ya no acompañada de dolor crónico, la vida vulnerada de los niños, los accidentados y los ancianos atravesará una remodelación (no un mero maquillaje) hacia el conocimiento, la libertad, el amor, la alegría y el compartir.
Y el Dios cristiano de la Alianza pide, por su propio bien, que luchemos junto a los más frágiles con vistas a un futuro de cuerpos transformados para mejor, con vistas a una nueva creación. Por eso, la vida discapacitada, la vida no convencional, la vida capacitada de otra manera, se encuentra también en la frontera de la escatología. Continuidad en el cambio. Seremos los mismos, pero nuestro cuerpo, el mismo cuerpo que tenemos ahora, será nuevo.
La fe en un Dios discapacitado es una fe de la liberación desde aquel día en que en una cierta Sinagoga de Nazaret Alguien proclamó la Buena Noticia del Año de Gracia para los no capaces y los diversamente capacitados.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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