Una clave espiritual la del Papa León XIV
El nombre es antiguo, la voz es nueva. El Papa León XIV ha elegido comenzar su pontificado con un discurso que no tiene el tono del poder, sino la profundidad de la oración. Sin proclamas. Sin reivindicaciones. Solo una pregunta existencial y universal: ¿dónde descansa el corazón del hombre contemporáneo?
En una época que ha hecho de la velocidad su dogma y de la tecnología su horizonte, la religión parece archivada. Sin embargo, precisamente ahí, entre los pliegues del cansancio cotidiano y el ruido global, el Papa León XIV pone el acento en una profunda nostalgia: la de Dios, o al menos de una dimensión que nos supera, que nos reconcilia, que nos mantiene unidos. No se trata de volver atrás. Se trata, dice, de volver a la profundidad.
El corazón del mensaje está todo aquí: «Este es el momento del amor», afirma con palabras sencillas y radicales. Y las raíces están en la Rerum Novarum de León XIII, en esa visión profética según la cual solo la caridad puede sostener la sociedad cuando las instituciones se endurecen, los poderes se aíslan y el pueblo pierde la confianza.
El Papa León XIV no se parece al Papa Francisco, ni imita al Papa Pablo VI. Pero hereda lo que los animaba: del primero, la pasión por los pobres y la concreción evangélica; del segundo, la espiritualidad del diálogo, la confianza en que también el mundo secular merece ser escuchado y respetado. Con su voz tranquila pero clara, propone una tercera vía: la espiritualidad como lengua común entre creyentes, agnósticos y buscadores de sentido.
No se dirige solo a la Iglesia. Se dirige al ser humano. «A todo aquel que cultiva la inquietud de la búsqueda de Dios». En esta expresión, una de las más fuertes del discurso, se reconoce que la fe ya no es el único lenguaje, sino que la sed de espiritualidad atraviesa todas las conciencias, incluso las laicas. Ya no se cree como antes. Pero se sigue deseando, buscando, esperando.
En la visión del Papa León XIV, la espiritualidad no está circunscrita a un recinto confesional, sino que es una dimensión de la existencia. No es necesario adherirse a ella para intuir su necesidad. Es lo que nos salva de la superficialidad, del consumo compulsivo, del cinismo. Es lo que nos permite volver a ser frágiles y verdaderos.
Como ya intuía el Papa Pablo VI en su discurso ante la ONU en 1965 —«Nunca más la guerra. Aprendamos a llamarnos hermanos»—, también el Papa León XIV sueña con una civilización reconciliada, fundada en una ética del corazón antes que en un código de conducta. Y la Iglesia, en este escenario, no es protagonista, sino una presencia humilde, levadura, voz que sugiere, no que impone.
El modelo no es el poder. Es el amor como autoridad espiritual. El relato evangélico de Jesús y Pedro en el lago de Tiberíades no se elige al azar: Pedro es confirmado en su tarea no por ser el primero, sino por ser el que más ama. El que se equivocó, lloró, pero decidió empezar de nuevo. Este es, para el Papa León XIV, el rostro de la Iglesia hoy: una comunidad de frágiles reconciliados, no de puros seleccionados.
El Papa León XIV no pide volver a la religión. Pide, en el fondo, volver al espíritu. Devolver a la vida cotidiana esa profundidad que la modernidad ha agotado a menudo. Redescubrir que se puede ser laico, crítico, moderno, pero también espiritual. Y que la espiritualidad, si se vive en la gratuidad, es un don que une.
En tiempos de polarizaciones, tal vez la verdadera revolución sea precisamente esta: un Papa que no quiere dominar, sino amar. No convencer, sino acompañar. No ocupar espacios, sino generar relaciones. Y que hace de la mansedumbre una forma de profecía.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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