domingo, 22 de junio de 2025

De las oraciones a la oración - San Lucas 11, 1-13 -.

De las oraciones a la oración - San Lucas 11, 1-13 - 

Damos el salto cuando descubrimos que tenemos alma. Y al seguir a nuestra alma aprendemos a dialogar con Dios. Un Dios desconocido, al principio (y nos parece un poco tonto hablar con alguien que aún no sabes si existe), hasta que poco a poco descubrimos que ese diálogo nos lleva a otro lugar, a un mundo desconocido.

 

Nos acercamos a la fe por lo que hemos oído, y luego, paso a paso, experimentamos al Dios de Jesús y nos descubrimos amados y capaces de amar.

 

Nos descubrimos amados.

 

Es una mirada suave, sutil, libre, pura, la que descubrimos en nosotros mismos.

 

Eres engendrado a una nueva vida.

 

Tú sigues siendo el mismo y tu vida también, pero tu corazón y tu mirada cambian, se hacen profundos, ves más allá del horizonte.

 

Más allá del caos, los miedos, las angustias, los lugares comunes. Ves el diseño oculto a lo largo de los siglos.

 

Cuando, finalmente, dejamos de lado los muchos prejuicios, las cosas que creemos creer, nos abrimos a escuchar verdaderamente el mensaje evangélico. Y, después de haber seguido al Señor, después de habernos sentado también nosotros a escuchar su Palabra, llega un momento en el que pedimos, como hacen los discípulos: Maestro, enséñanos a orar.

 

No piden: enséñanos oraciones.

 

Esas ya las saben, como nosotros, fórmulas breves memorizadas. Pero lo que hace Jesús es otra cosa.

 

Algo nuevo. Intenso. Verdadero.

 

Un verdadero encuentro.

 

¡Por favor!

 

No sabemos rezar, no bromeemos.

 

Tratamos a Dios como a un poderoso al que hay que convencer. Para que nos haga felices, para que nos conceda alguna gracia, al fin y al cabo.

 

La oración, por desgracia, goza de muy mala fama entre los católicos.

 

Como algo inútil, que debe dejar espacio, en cambio, a la acción.

 

Detrás de esta idea hay siglos de invitaciones a la devoción, a la recitación de fórmulas que nacieron espléndidas y murieron distraídas, de rosarios rezados pensando en otra cosa.

 

La oración concebida como un agotamiento para convencer a Dios. Un agotamiento que lleva al agotamiento, el nuestro y el de Dios. El término mismo, «oración», se ha convertido en sinónimo de «recitación», de cantinela, de insistencia para convencer a alguien de nuestras buenas intenciones.

 

¡Por favor, hazme un favor!

 

Se ha convertido en el estribillo de nuestra petición, de nuestra oración cotidiana.

 

Antes de hablar de oración, debemos hacer el enorme esfuerzo de borrar todas estas ideas falsas y ponernos a escuchar.

 

Escuchar

 

Como María, la oración es, ante todo, sentarse a escuchar.

 

Escuchar a alguien a quien se ama, se estima, se admira.

 

Ese Jesús que rezaba como nadie había rezado jamás, que sorprendía y fascinaba a los Apóstoles cuando, en plena noche, se levantaba para hablar en su corazón con el Padre. Un estilo nuevo, diferente de la oración colectiva, en el templo, en la sinagoga. Una oración íntima que los apóstoles intuyen como origen de la serenidad y la fuerza del Señor, del Maestro.

 

Por eso le piden que les enseñe a rezar.

 

Y Jesús lo hace, entregándoles la oración por excelencia, el Padrenuestro, que en la versión de Lucas es aún más esencial. Y que ya nos dice lo que es la oración: diálogo con el Padre, para pedir, sí, pero también para actuar, para cambiar de actitud ante la vida.


 

La oración es confianza

 

Jesús nos revela el rostro del Padre: es a Él a quien dirigimos nuestra oración. No a un déspota caprichoso, ni a un poderoso al que hay que convencer. Nos hemos convertido en hijos, nos dice San Pablo, Dios nos trata como trata a su hijo amado. Un buen padre sabe lo que necesita su hijo, no le deja sufrir. Muchas de nuestras oraciones no son escuchadas porque se dirigen al destinatario equivocado: no se dirigen a un padre, sino a un padrastro o a un tutor antipático al que pedir algo que, en realidad, creemos que nos corresponde.

 

Tantas veces confieso algo que he descubierto en mi pobre vida: pedí y no me fue dado. Entonces, en esos momentos, me desanimé. Hoy, años después, sé que obtuve todo lo que necesitaba y que, a menudo, no era lo que pedía.

 

La oración es amistad y constancia

 

Como aquel que va a pedir pan en plena noche.

 

Cuando rezamos, nos dirigimos a un amigo. Y lo hacemos para pedirle algo con lo que alimentar a los huéspedes de nuestra vida, no para ganar la lotería.

 

Amistad recíproca, como leemos en la hermosa página del Génesis: la relación con Abraham se consolida y Dios decide hablarle de su proyecto de abandonar Sodoma a su maldad. Abraham siente un vuelco en el corazón: en Sodoma vive Lot, su sobrino, y comienza una dura negociación. Al final, Abraham se sale con la suya: si Dios encuentra en Sodoma tan solo diez justos, salvará toda la ciudad, dando la vuelta a la teoría de la solidaridad según la cual todos pagan por la culpa de uno. En este caso, todos serán salvados por los méritos de diez.

 

La oración es una conversación íntima, un intercambio de opiniones, un entendimiento mutuo.

 

No es una lista de la compra, ni un intento de corrupción, ni una letanía para dar suerte.

 

Concebimos la oración como una serie de fórmulas de buenos deseos, pero la oración es ante todo escuchar, escuchar a Dios, e interceder, interceder por el mundo, no por mis necesidades.

 

¿Por qué no?

 

¿Por qué no aprender a rezar?

 

La oración te necesita a ti, ante todo: tal como eres, devoto o ateo, santo o pecador. Pero un «tú» verdadero, no falso, no aparente. La oración necesita tiempo: cinco minutos, para empezar, el tiempo en el que no estás completamente atontado o distraído, apagando el móvil y aislándote. La oración necesita un lugar: tu habitación, el metro, la pausa para comer. La oración necesita una palabra que escuchar: mejor si es el Evangelio del día, para leerlo con calma y saborearlo. La oración necesita una palabra que decir: las personas con las que te encuentras, las cosas que te angustian, un «gracias» dicho a Dios. La oración necesita una palabra que vivir: ¿qué cambia ahora que retomas tu actividad cotidiana?

 

Venga el Espíritu prometido por el Señor, amigos, el Espíritu que nos permite ver con una mirada diferente incluso las cosas que nos parecen indispensables para nuestra felicidad, comprendiendo, finalmente, que lo que consideramos un obstáculo insuperable no es tan importante resolverlo y, tal vez, ni siquiera es un obstáculo.

 

Porque, en la oración, descubriremos que nada nos puede impedir decir con verdad: Padre.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

 


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