viernes, 6 de junio de 2025

In illo uno unum: un programa eclesial.

In illo uno unum: un programa eclesial

Cuatro palabras pueden ser capaces, no solo de resumir eficazmente la enseñanza teológica y cultural de un gran pensador, como fue San Agustín de Hipona, sino también de expresar de manera proyectada el compromiso y las prioridades de un pontificado. 

In illo uno unum: en esta brevísima frase aparece dos veces el término «uno», tanto en referencia a Cristo como a la Iglesia y a toda la humanidad. Se trata, por tanto, de una frase cargada de significado, que involucra al mismo tiempo la cristología, la trinidad, la eclesiología, la antropología teológica y la sacramentaria, pero también la sociología, la política y la economía. 

Una densidad de contenidos en cuatro palabras que solo un gran pensador como San Agustín de Hipona podía presentar y que, después de siglos, sigue siendo capaz de ofrecer a la Iglesia actual un «método» de experiencia comunitaria muy particular. 

La cita de San Agustín está tomada de la Exposición sobre el Salmo 127, donde se habla de una multitud de hombres y mujeres que, a pesar de ser numerosos, son y siguen siendo «un solo hombre», es decir, Cristo. San Agustín escribe: «Los mismos cristianos, junto con su jefe, que ha ascendido al cielo, son el único Cristo: no él un individuo solo y nosotros una multitud, sino también nosotros, multitud, (somos) uno en él, que es uno» («non ille unus et nos multi, sed et nos multi in illo uno unum»: Enarr. in Ps. 127.3). 

Una frase concisa que encierra un pensamiento profundo desde muchos puntos de vista. En lo que podríamos detenernos es en el «tipo» de unidad que se presenta aquí en referencia a la Iglesia. Una unidad que debe tener en cuenta dos aspectos fundamentales: en primer lugar, se trata de una comunión capaz de reunir a una pluralidad de personas distintas entre sí; en segundo lugar, el resultado de esa comunión es el ser, no una sola cosa, sino una sola persona, es decir, Cristo. 

Veamos más de cerca estos dos aspectos. En primer lugar, se trata de una comunión que acoge y reúne las diferencias de cada hombre y mujer, valorando sus especificidades. Cristo mismo es la visibilidad de este tipo de unidad, donde su ser «uno» con el Padre no representa una pérdida de su identidad filial; es precisamente en el ser uno con el Padre donde se manifiesta plenamente su ser Hijo, totalmente distinto del Padre. En este tipo de unidad, que encuentra en Cristo su condición de posibilidad, encuentra existencia concreta la unidad de la multitud de hombres y mujeres: in illo uno unum. 

Es precisamente en Cristo, por tanto, donde se puede realizar un tipo de unidad tal que los muchos pueden seguir viviendo plenamente su identidad peculiar. Jesús es, por tanto, quien revela y realiza un tipo de unidad que no representa lo «contrario» de la distinción, sino que es su origen. En el plano eclesial, esta reflexión tiene una importancia decisiva, ya que la unidad de la Iglesia no anula la alteridad y la distinción en su interior, como si fuera un lugar de homologación. 

El segundo aspecto central que se puede identificar en la cita de San Agustín se refiere al resultado de quienes viven una unidad arraigada en Dios: no son «una sola cosa», sino «una sola persona», es decir, Cristo. 

Para comprender esta afirmación, que representa una peculiaridad de la reflexión eclesiológica de San Agustín, conviene recuperar un concepto clave de su pensamiento, a saber, el Christus totus. 

En un discurso, San Agustín de Hipona explica cómo se puede entender a Cristo de tres maneras diferentes: la primera es su ser Verbo eterno, antes del acontecimiento de la encarnación; la segunda, en cambio, es a la luz de la asunción de la naturaleza humana, en referencia a todo lo que él dijo e hizo; «el tercer modo es, en cierto sentido, el del Cristo total en la plenitud de la Iglesia, es decir, Cabeza y Cuerpo, según la plenitud de un hombre en cierto modo perfecto, en el cual los individuos son miembros» (Sermo 341.1.1). 

No se trata de confundir entre sí a Cristo y la Iglesia, que son y siguen siendo distintos, sino de afirmar que la unidad de todos los cristianos (y, en ellos, de toda la humanidad) no es el resultado de un esfuerzo humano o religioso, sino un acontecimiento de gracia (y, por tanto, un don de Dios) en el que la diferencia permanece, se valoriza y todos son Cristo mismo. 

En este horizonte, la Iglesia está llamada a convertirse cada vez más en sí misma, recuperando una subjetividad que no teme convertirse en el lugar donde Cristo mismo, en el Espíritu, sigue siendo el protagonista; solo Él es lo que la humanidad realmente necesita, como afirmó el Papa León XIV desde su primer saludo desde la logia central de la Basílica de San Pedro, el pasado 8 de mayo: «Cristo nos precede. El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para llegar a Dios y a su amor». 

El protagonismo de la Iglesia está llamado a hacer emerger la centralidad de Cristo: Él es la luz de los pueblos - Lumen Gentium -. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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