Qué paz necesitamos
¿Es precisamente esta la paz que necesita el mundo, cada uno de nosotros? Y si no es así, ¿qué significa hoy, qué debe significar para cada uno?
Aun sabiendo que la respuesta a esta pregunta corre el riesgo de resultar genérica y utópica hasta que no se concreta situación por situación, ¿no es indispensable que cada uno intente ponerla en marcha? ¿No es mejor intentar dar indicaciones positivas, aunque sean tímidas, que resignarnos a pensar en la paz en términos negativos, como ausencia de guerra?
No es cierto que todos queramos la paz. Hay que tener el valor de identificar quién organiza y alimenta la preparación de las guerras para someter a quienes quiere explotar; descubrir dónde está la línea divisoria entre el parasitismo de todo tipo y quienes se ven impedidos de desarrollarse por hemorragias de todo tipo, entre la violencia de quienes defienden su parasitismo y la valiente energía de quienes defienden la vida; ver claramente cuándo y dónde pasa esta línea a través de nosotros mismos. Y no podemos confundir el compromiso por lograr la paz con la preocupación por mantenernos equidistantes de todos.
Cualquier comportamiento —individual, de grupo, de masas— que tienda esencialmente a mantener la situación tal como está, o a admitir el cambio si es muy lento, de hecho no es un compromiso con la paz.
Los prepotentes, cuando no pueden someter a otros prepotentes para sustituirlos, tratan de ponerse de acuerdo entre ellos: naturalmente en detrimento de los débiles. Esto no es la paz, aunque no disparen las escopetas ni los cañones.
Incluso las amplias zonas de la opinión pública conservadora, que recordamos haber visto con nuestros propios ojos bendecir las banderas fascistas frente a desfiles llenos de odio y violencia, se mueven con más prudencia, tomando nota de la relación imprescindible entre paz y desarrollo: pero aun así, básicamente adulando a los fuertes, a los ricos, a los «nobles» y compadeciéndose de los débiles, los pobres, los parias. Esta no es la paz que necesitamos: es un compromiso equívoco.
Se necesita un compromiso continuo y estratégico para la construcción de un mundo nuevo y la demolición del mundo superado, atentos a mover nuestras propias fuerzas de manera que suscite nuevas fuerzas en todas partes: se necesita una revolución no violenta comprometida con la eliminación de la explotación, el asesinato, la inversión de energías en instrumentos de asesinato y la promoción de reacciones en cadena de nueva construcción humana.
Es más fácil dudar de la eficacia de la revolución no violenta hasta que esta haya demostrado históricamente que también es capaz de cambiar las estructuras. La acción no violenta es revolucionaria también porque, con su profunda capacidad de animar las conciencias, pone en marcha otras fuerzas puras, aunque diferentes en los métodos. Cada uno que aspira a lo nuevo hace la revolución que conoce.
A menudo admiramos las fuerzas revolucionarias violentas no porque sean las únicas posibles o las más adecuadas en las circunstancias en que operan, sino porque donde actúan son las únicas existentes, las únicas que tienen el valor de existir.
Quien piensa que la guerra es la forma suprema de lucha, la forma de resolver los contrastes, tiene una visión aún muy limitada del hombre y de la humanidad. Quien tiene experiencia revolucionaria efectiva sabe que para lograr cambiar una situación debe apelar, explícita o no, a un nivel moral, además de material, superior al imperante; sabe que apelar a principios más exactos, a una moral superior, se convierte en un elemento de fuerza efectiva: y de este modo su acción es revolucionaria también en cuanto contribuye a crear una nueva capacidad, una nueva cultura, nuevos instintos: una nueva naturaleza del hombre.
Me asalta una duda. Busco el significado de la palabra paz en otros diccionarios.
En el Diccionario de la Academia Francesa, «paix»: «Estado de calma, de reposo, de silencio, ausencia de ruido o de asuntos». En el Oxford English Dictionary, «peace»: «Libertad de —o cese de— guerra u hostilidad; la condición de una nación o comunidad en la que no hay guerra con otros». En el monumental diccionario alemán de Grimm, «friede»: «Ocio, tranquilidad, protección».
No tengo otros diccionarios para verificar más, pero si se observa con atención, por otra parte, se confirma la confusión y la insuficiencia generalizadas al respecto, se confirma la necesidad de aclarar la íntima relación entre paz, conciencia, valentía, revolución no violenta, no venderse, experimentar, nueva estrategia, planificación orgánica.
Es necesario lograr que cada día sea más evidente cómo un nuevo trabajo capilar de construcción y presión, primero de grupos en pequeños o medianos círculos y luego de multitudes, puede lograr transformar efectivamente las viejas estructuras sociales y políticas. La evidencia de nuevos hechos puede ayudar a aclarar. Ciertamente, es un trabajo enorme, hay que hacer un esfuerzo no menos enorme, pero ¿es posible pensar que el nuevo mundo que necesitamos puede crearse por sí mismo? ¿Acaso no cuesta aún más esfuerzo —por ser en demasiados aspectos antihumano— el mundo tal y como es?
Sí, la paz también significa calmar la ira y el rencor, saber despejarse para encontrar la manera —siempre compleja y hasta difícil— de eliminar el mal sin eliminar al enfermo ni perjudicarlo, la capacidad de sacrificio personal, saber madurar las cualidades esenciales y, cuando es de noche, aunque la noche sea terrible, saber ver más allá. Pero todo esto, si no se concibe en un marco más amplio, sigue siendo un ingenuo intento de evasión: una de las muchas formas de suicidarse.
La paz que amamos y debemos alcanzar no es, por tanto, tranquilidad, quietud, ausencia de sensibilidad, evitar los conflictos necesarios, ausencia de compromiso, miedo a lo nuevo, sino capacidad de renovarse, construir, luchar y vencer de una manera nueva: es salud, plenitud de vida (aunque en el compromiso se deje la piel), una forma diferente de existir.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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