Jesús tiene «prisa» por curar al hombre
Jesús está en camino. Y como en todo camino, la lentitud favorece los encuentros, la atención transforma cada encuentro en un acontecimiento.
Y he aquí que diez leprosos, una comunidad sin esperanza, un nudo de dolor, se interponen de repente en el camino de los doce.
Y Jesús, en cuanto los ve... Fijémonos: inmediatamente, sin esperar ni un segundo más, «en cuanto los vio», antes incluso de oír sus lamentos.
Jesús tiene prisa por curar, su amor se apresura, es un amor prevenido, un amor que se adelanta, un pastor que desafía el desierto por una oveja que ya no está, un padre que corre al encuentro de su hijo mientras este camina...
Ante el dolor del hombre, aparecen los tres verbos de la acción de Jesús: ver, detenerse, tocar, aunque solo sea con la caricia de la palabra.
Ante el dolor surge como una urgencia, una prisa por hacer el bien: no deben sufrir ni un segundo más. Y esto recuerda un hermoso verso de Ian Twardowski: «¡Apresurémonos a amar, que las personas se van tan pronto!». El amor verdadero siempre tiene prisa. Siempre llega tarde al hambre de abrazos o de salud.
Id... Y mientras iban, quedaron limpios. No quedan limpios cuando llegan a los sacerdotes, sino mientras caminan. La curación comienza con el primer paso dado creyendo en la Palabra de Jesús. La vida se cura no porque llega a la meta, sino cuando zarpa, cuando inicia procesos y emprende caminos.
Nueve leprosos se curan y no sabemos nada más de ellos, probablemente desaparecen en el torbellino de su inesperada felicidad, secuestrados por los abrazos recuperados, convertidos de nuevo en personas libres y normales.
En cambio, un samaritano, un extranjero, el último de la fila, se ve curado, se detiene, se vuelve, regresa, porque intuye que la salud no viene de los sacerdotes, sino de Jesús; no de la observancia de reglas y ritos, sino del contacto con la persona de ese rabino.
No hace ningún gesto llamativo: regresa, canta, lo abraza, dice un simple «gracias», pero contagia de alegría.
Una vez más, el Evangelio propone a un samaritano, un extranjero, un hereje como modelo de fe: tu fe te ha salvado.
La fe que salva no es una profesión verbal, no se compone de fórmulas, sino de gestos llenos de corazón: el regreso, el grito de alegría, el abrazo que estrecha los pies de Jesús.
El centro de la narración es la fe que salva. Los diez han sido curados. Los diez creyeron en la palabra, confiaron y se pusieron en camino. Pero solo uno se salvó.
Una cosa es ser curado y otra ser salvado. En la curación se cierran las heridas, renace una piel de primavera. En la salvación encuentras la fuente, entras en Dios y Dios entra en ti, y florece toda tu vida.
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