La fe es una respuesta libre al amor de Dios
Diez leprosos a la entrada de un pueblo, nueve judíos y un samaritano juntos. El sufrimiento los ha unido, la curación los separará. Juntos piden a Jesús y Él, en cuanto los ve... Fijémonos en el detalle: inmediatamente, sin esperar ni un segundo más, en cuanto los ve, con ansias de curarlos. Su prisa recuerda un hermoso verso de Ian Twardowski: «¡Apresurémonos a amar, que las personas se van tan pronto!».
Apresurémonos a amar...
Jesús les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban, quedaron purificados.
No quedan purificados cuando llegan a los sacerdotes, sino mientras caminan, siguiendo los pasos de la fe.
Nueve de los curados no regresan: desaparecen en el torbellino de su felicidad, en los abrazos recuperados, convertidos en personas plenas, libres.
Solo uno, un hereje extranjero, regresa y lo hace porque escucha a su corazón, porque intuye que la salud no viene de los sacerdotes, sino de Jesús; no de la observancia de leyes y ritos, sino de la relación viva con Él.
Para Jesús, lo que cuenta es el corazón, y el corazón no tiene fronteras políticas ni religiosas. El centro del pasaje es la última palabra: tu fe te ha salvado.
Nueve han sido curados, pero solo uno se ha salvado. Por la fe. En el relato podemos distinguir los tres pasos fundamentales del camino de la fe: necesito / confío / doy gracias y me entrego.
La fe nace de la necesidad, del grito universal de la carne que sufre, de nuestra hambre de vida, de sentido, de amor, de salud, cuando no puedes más y tiendes las manos.
Luego «confío». El grito de la necesidad está lleno de confianza: alguien escuchará, alguien vendrá, ya viene en ayuda.
Los diez confían en Jesús y son curados. Pero a esta fe le falta algo, una dimensión fundamental: la alegría de un abrazo, una relación, una reciprocidad, una respuesta.
El tercer paso: «te doy las gracias», lo da el extranjero. Damos las gracias porque todos somos deudores de todo.
Entonces corre hacia Él, me aferro a Él, como un niño a su madre, como el amado a la amada, cuando cada uno pone su vida, sus sueños y su futuro en manos del otro.
Todos han recibido el don, solo uno ha respondido. La fe es la respuesta libre del hombre al cortejo de Dios. Y entrar en contacto con la madre de todas las palabras religiosas: «gracias».
Quiero hacer como aquel extranjero: comenzar mi día a día volviendo a Dios con el corazón, no recitando oraciones, sino dándole algo, una palabra: «gracias». Y lo mismo haré luego con los de mi casa. Lo haré en silencio y con una sonrisa.
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