Mis vacaciones en Pamplona (Navarra): elogio del no hacer nada, del contemplar, del pensar
Hay en las vacaciones una dimensión que, lamentablemente, se niega y se contradice, a pesar de las intenciones declaradas por quienes se van, se alejan de la rutina diaria y, por lo tanto, se van de vacaciones, emprenden el viaje para descansar.
En realidad, descansar no es tan fácil, no es automático, sobre todo si se piensa que encierra sobre todo la idea de «no hacer nada».
¿Qué significa «no hacer nada»? Significa darse tiempo para no hacer lo que hacen los demás... «No hacer nada» significa sentir que se existe, sentir que se está vivo y, por lo tanto, disfrutar de estar en el mundo, saborear el instante.
Durante todo el año se actúa, se hace, pero también se puede «no hacer nada», algo más fácil de decir que de vivir. Hay hombres y mujeres que nunca consiguen «no hacer nada», porque actuar les alimenta; nunca tienen tiempo para «no hacer nada», porque siempre tienen algo que hacer, y así, poco a poco, se vuelven incapaces de dejar de hacer.
Sí, hay hombres y mujeres que, cuando llegan de vacaciones, piensan inmediatamente en llenar las maletas, ordenar, hacer planes, ir a las ofertas de turismo, decidir qué hacer por la mañana, al mediodía, por la noche... Y se encuentran muchas otras cosas que hacer, con tal de no quedarse «sin hacer nada». No hacer nada nos angustia, hacer muchas cosas nos tranquiliza. Así demostramos que estamos vivos, y cuando nos presentamos a los demás al retorno vacacional les decimos lo que hemos hecho; si no hago nada, ni siquiera sé de qué hablar, y entonces me invade el aburrimiento, la irritación...
Sin embargo, detenerse y «no hacer nada», de forma consciente, significa sentirse como un árbol, una piedra, un insecto posado en el césped, una nube en el cielo: hay muchos sujetos a mi alrededor que saben «no hacer nada» ...
«No hacer nada» se convierte entonces en sentir un vínculo, una comunión con lo que me rodea. Y siento que vivo, tranquilamente, me siento contento con nada y con todo lo que existe. Y comprendo que paso días y días sin sentir que vivo, sin ser consciente de que existo y de que es bonito vivir: ¡no soy «una máquina que hace»! Se necesita de ese arte no solo para descansar del «no hacer nada», sino para vivir y hacerse sabio.
En vacaciones se puede tener tiempo para mirar, para contemplar. Sí, porque normalmente no miramos realmente las cosas, vemos pero no miramos. No tenemos tiempo para detener la mirada, que está acostumbrada a ejercitarse mecánicamente ante un semáforo, porque veo pasar a una mujer guapa, porque veo un cartel que me llama la atención ... Ya no hay libertad para mirar y ya no hay capacidad para mirar las cosas en profundidad, para atravesarlas mirando más allá de las cosas...
Miramos cada vez más lo que se nos dice que miremos, y así atrae nuestra mirada sobre todo lo que está pensado para seducirnos, para llamar nuestra atención, para encender nuestro deseo: basta pensar en las horas que muchos dedican cada día a ver la televisión... Y así oímos confesar: «No lo había visto, no me había dado cuenta», solo porque algo no se impone a nuestra mirada. Por lo tanto, tantas veces no soy yo quien elige mirar, sino que se me dicta de hecho qué mirar, y así se aleja toda posibilidad de ejercer el sentido de la vista para contemplar, saborear, pensar, leer lo que veo.
Por eso, en vacaciones es importante ejercitarse en mirar: intentar una vez en la playa mantener los ojos abiertos hacia el cielo; detenerse largo tiempo a contemplar el mar, que nunca es igual, sino que cambia constantemente de color y de forma; intentar ver cómo una hormiga lleva y transporta una migaja de pan; observar cómo es una flor...
Así es como se aprende a ver, como decía Saint Exupery, a «ver con el corazón»: así, abriendo los ojos de nuestro corazón, aprendemos a ver en grande, y por tanto a sentir en grande; así se aprende a ver lo que no se veía pero que existe, que vive a nuestro lado; se aprende a admirar, a acoger lo desconocido, lo diferente de lo que pensamos. Así no nos aburrimos al mirar...
Es significativo que San Benito, en su Regla, exhorte a dirigirse a la luz de Dios «con los ojos abiertos» (Prólogo, 8). Recuerdo que contemplar significa etimológicamente «mirar con el templo», es decir, tener la mirada de Dios, compartir la forma en que Dios mira el mundo, la historia. Él, que «amó tanto al mundo» (Jn 3,16), siempre mira con amor.
En vacaciones es necesario, sin duda, aprender a no hacer nada aprender a mirar, pero también ejercitarse en reflexionar sobre la propia vida.
También esto es algo que no surge espontáneamente, que no es fácil y que a menudo resulta fatigoso, pero es fundamental escuchar las preguntas que nos habitan. Preguntas que no pueden eludirse salvo quitándolas, silenciándolas, «distrayéndonos» o embriagándonos de activismo. Las vacaciones son una ocasión para escuchar en nuestro interior estas preguntas: «¿Cómo va realmente mi vida? ¿Soy feliz? ¿Qué me falta?, ¿Qué me sobra?».
Artur Schopenhauer escribe que «el hombre es un animal metafísico», es decir, es capaz de plantearse preguntas que van más allá de lo material, más allá de lo visible. ¿Qué significa vivir y qué significa morir? ¿Qué significa amar de verdad? ¿Puede acabar el amor? El hombre es un animal capaz de plantearse estas preguntas, un animal que quiere interpretar su propia existencia y darle razones. ¿No hay respuestas claras y seguras? ¡Pero eso no significa que debamos prohibirnos escuchar estas preguntas!
Por lo tanto, a mí me es necesario encontrar tiempo durante las vacaciones para estar un poco solo, para hacer un poco de silencio y entregarme a las preguntas que me habitan. Si nunca hacemos este «trabajo», corremos el riesgo de vivir en la superficie, sin ser nunca conscientes, sin poder leer nuestra vida y medirla en sus expectativas y fracasos...
Los latinos decían que el hombre también debe aprender a ‘habitare secum’, a «habitar consigo mismo», a escucharse a sí mismo. No es una operación narcisista, sino una operación de verdad sobre uno mismo y sobre la relación con los demás, es una necesidad para tomar la vida en las manos con un mínimo de lucidez y para aprender a amar a los demás. Sí, amar a los demás, porque se ama a los demás cuando se ama a uno mismo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18; Mc 12,31 y par.; Rm 13,9; Gal 5,14; Jc 2,8).
En vacaciones, dedico tiempo a la reflexión, al pensamiento. «¿Qué haces?». «Pienso». ¡Una respuesta rara, pero extraordinaria!
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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