Que no nos roben la VIDA
Acumular tesoros para uno mismo: ahí es donde comienza el sufrimiento.
Todas las grandes tradiciones espirituales lo proclaman de mil maneras: quien se engaña a sí mismo construyéndose a partir del poder, el éxito y las seguridades, ya ha perdido la partida de la vida.
T. S. Eliot se pregunta con conmovedora lucidez: «¿Dónde está la vida que hemos perdido al vivir?»
Sí, ¿dónde está?
Jesús nos lo recuerda sin ambigüedades. Solo hay una manera de llegar a la luz de uno mismo: morir a uno mismo. No es una sombría invitación al sacrificio, sino una llamada a despertar.
Es el fin del sueño, el comienzo de la VIDA auténtica. Aquí está el «enriquecerse en Dios» del Evangelio: gastar la vida no según la lógica de la posesión, sino de la verdad; comprometerse con lo que no pasa, alimentando el alma y no el ego.
Hay una VIDA más allá de la vida: es esta la que merece nuestra atención, nuestra dedicación, nuestro valor. Pero atención, no se trata aquí de la vida después de la muerte, sino de lo que ahora se encuentra detrás del velo de la ilusión, detrás del telón de ese escenario en el que estamos representando nuestra aventura humana.
Se trata de la VIDA auténtica: la del Ser, y no la del pequeño yo egoísta que nos mueve y nos domina.
No hace falta decir que el único «pecado mortal» que existe es vivir engañándonos a nosotros mismos de que lo que da sentido y fecundidad a la vida son «los graneros llenos», es decir, los objetivos alcanzados, las carreras profesionales, los objetos y los cuerpos acumulados, haberse hecho un nombre, el poder ejercido, el éxito conseguido. En una palabra, el propio yo engordado. Todas estas cosas pueden ser incluso hermosas, dice el Evangelio, pero son incapaces de tocar la VIDA.
Existir aún no es vivir. Jesús lo demostró con toda su
existencia.
Su muerte no es la exaltación de la nada, de la vanidad, sino
la negación de la vanidad, porque hemos comprendido, de una vez por todas, que
también se puede morir sin morir.
Quien muere porque hay algo más grande que la dialéctica
vida-muerte, es decir, el amor, ese no muere.
Hay un camino de VIDA que es metamorfosis continua. Sí, el cuerpo se consume, se desgasta. Pero mientras tanto, en su interior, algo crece. Una esencia secreta que madura, una presencia que se convierte en plenitud. Como intuyó Pablo al escribir a los corintios: «No nos desanimamos, pero, aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior se renueva día a día» (2 Cor 4,16).
La verdadera VIDA está oculta, como una semilla que trabaja en la noche.
Y quien la descubre, no encuentra paz en sus provisiones. Como escribe Saint-Exupéry: «Solo viven aquellos que no han encontrado paz en las provisiones que han hecho».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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