domingo, 3 de agosto de 2025

San Juan María Vianney: una reflexión en la complejidad del ejercicio del ministerio presbiteral.

San Juan María Vianney: una reflexión en la complejidad del ejercicio del ministerio presbiteral 

La muerte de Don Matteo Balzano, presbítero de la Diócesis de Novara (Italia), hace unas semanas, causó un gran revuelo. Un presbítero joven y comprometido se quitó la vida. 

Muchos, sobre todo presbíteros, pero también psicólogos y sociólogos, han dado relevancia a esta tragedia, subrayando en particular las dificultades que caracterizan la vida del presbítero hoy en día. Han pasado ya muchos días y, como es habitual en nuestro mundo acelerado, ya no se habla de ello. Es cosa del pasado. 

En el día en que se celebra la memoria del presbítero San Juan María Vianney me gustaría, en general, intentar ofrecer algunas reflexiones no tanto sobre el sufrimiento del presbítero, sino sobre los lugares donde estos sufrimientos pueden ser acogidos y gestionados. Y hacerlo en este día en el que celebramos la memoria del Cura de Ars, alguien que sufrió en carne propia el ejercicio del ministerio presbiteral. 

En primer lugar, cada vez me molesta más la trivialización. Por educación, nunca respondo mal, prefiero fingir que no entiendo, guardar silencio o cambiar de tema, pero ya no soporto ciertos comentarios. Son afirmaciones vergonzosas, que no solo hablan de una humanidad problemática, sino también de una gran ignorancia: pensar que se puede reducir la complejidad humana al querer o no querer hacer algo, al trabajar o no trabajar, es imperdonable. Además, un cierto tipo de pensamientos dejan entrever una conclusión escalofriante, según la cual una persona se busca sus propios problemas, crisis y dificultades. 

Con el debido respeto a la simplicidad de los diversos «todos tenemos problemas» y «si un presbítero reza, no puede tener crisis», es necesario detenerse y preguntarse cuáles son los lugares en los que los presbíteros en dificultades pueden llevar su existencia para que se les ayude a retomar las riendas de su libertad de manera competente y eficaz. 

Ofrezco mi respuesta, que cada uno puede rechazar, integrar o relanzar. 

En primer lugar, las dificultades del presbítero deben ser escuchadas y discernidas en el ámbito eclesial. La vida del presbítero la conoce ante todo quien es presbítero. A partir de aquí, hay dos caminos fundamentales. 

El primero es el del padre espiritual, necesario para la vida del presbítero, para acompañar la vocación y su realización en la vida práctica y en el cargo que la Iglesia le ha asignado. 

En las conversaciones surgen las cuestiones más delicadas, las relacionadas con la oración, las relaciones, la gestión de los afectos, el ministerio y las alegrías y sufrimientos que lo conforman. Corresponde al padre espiritual ayudar al presbítero que acompaña a discernir, acompañándolo también en aquellas decisiones difíciles que sean necesarias, como un traslado, un período de estudio y vuelta a la formación, hasta la decisión de abandonar el ministerio ordenado. 

Junto con el padre espiritual, son importantes las amistades con otros presbíteros. Tener hermanos que comparten la misma experiencia de vida y con los que se está unido por el afecto y la amistad es importante, sobre todo cuando el corazón está pesado y hablar de lo que se está viviendo se vuelve decisivo para la vida y la vocación. 

A estos añado las buenas amistades, masculinas y femeninas. ¿También femeninas? Sí, también. Tener personas de confianza, quizá de lugares pastorales en los que se ha prestado servicio, con las que poder confrontarse, poder decir que se está pasando por un momento de dificultad o de discernimiento es un gran don. 

¿Y si son amistades jóvenes? Creo que también es una gracia, porque las cuestiones del presbítero joven las comprende más fácilmente el joven que quien, por edad, tiene otra formación, otras formas de ver la vida, otras experiencias (sin restar mérito, con esto, a la sabiduría y los consejos de quienes tienen algunos años más, evidentemente). 

A partir de aquí, pero esto habría que tratarlo en otra reflexión, estaría la cuestión de la relación que existe entre quienes se ocupan de la vida de los presbíteros y los superiores. 

¿Qué importancia tiene informar a los superiores de un presbítero que ve a otro en dificultades? ¿Qué pasa con el fruto del discernimiento espiritual realizado con el padre espiritual (¡por tanto, dentro de la Iglesia!) cuando la historia de ese presbítero, acompañada de algunas peticiones relativas al ministerio que debe vivir, llega a la mesa de quienes tienen el poder de decidir? ¿Importa cómo está ese presbítero o prima el hecho de que se necesita un presbítero en el lugar x, y, z (un problema ciertamente grave, nadie lo niega) y, por lo tanto, no se tiene en cuenta nada más? 

Mi esperanza es que los acontecimientos, no solo de los presbíteros que han llegado a quitarse la vida, sino también (¡y sobre todo!) de los presbíteros que viven momentos complejos, incluso difíciles, puedan encontrar espacio en la reflexión de todo el presbiterio, no con la intención de violar la privacidad, buscando satisfacer una curiosidad inútil sobre la vida de los hermanos, sino con la intención de vivir verdaderamente la fraternidad presbiteral, que encuentra en las fatigas humanas de nosotros, los presbíteros, un punto decisivo, que dice la autenticidad con la que nosotros, los primeros, vivimos el Evangelio. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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