sábado, 2 de agosto de 2025

Una teología desde abajo.

Una teología desde abajo 

En cierto panorama del pensamiento teológico contemporáneo, cada vez está más extendida la conciencia de que la teología ya no puede construirse solo «desde arriba», como una reflexión abstracta y alejada de las necesidades concretas de las personas. 

La demanda de una «teología desde abajo» nace de la experiencia de las comunidades, de las periferias, de las historias vividas, a menudo marcadas por la marginalidad, la exclusión y el sufrimiento, pero también por la esperanza y la resistencia. Esta exigencia no es simplemente una moda pasajera en el ámbito académico o pastoral, sino que surge de un movimiento profundo en la historia de la fe, del cristianismo y de las religiones, hacia una relectura de la experiencia de Dios a partir de la vida real de quienes creen y buscan. 

La teología «desde abajo» se contrapone a una teología «desde arriba», centrada a menudo en sistemas doctrinales y dogmáticos, producidos por élites religiosas y escolásticas, a veces alejadas de la dinámica cotidiana de las personas. «Desde abajo» indica un movimiento que parte del pueblo, de la experiencia concreta y de la lectura de la Palabra en diálogo con la realidad social, cultural, política y económica en la que se vive. 

Esta teología se nutre de los relatos, las luchas, los sueños y las heridas de las personas, especialmente de quienes se encuentran al margen: los pobres, los excluidos, las víctimas de injusticias, las personas LGBTQIA+, las mujeres, ... También tiene en cuenta a quienes la sociedad declara minorías, como los pueblos indígenas, las diferentes etnias víctimas de exterminio, pero también a las personas sin hogar, los nómadas, los gitanos. 

Y es que hay todo un mundo que vive en los subterráneos de la historia y que es excluido sistemáticamente no solo por la sociedad que se narra desde su propio centro, sino también por la Iglesia, por las comunidades cristianas víctimas de una narrativa teológica. 

No se trata de sustituir una visión por otra, sino de integrar la perspectiva de la vida vivida en la reflexión sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre el sentido último de la existencia. 

La propia tradición bíblica muestra cómo Dios se manifiesta a menudo a quienes se encuentran en las situaciones más difíciles: Abraham llamado desde el desierto, Moisés que libera a un pueblo esclavo, los profetas que dan voz a quienes no la tienen. 

El Evangelio de Jesús está profundamente marcado por encuentros con mujeres y hombres excluidos, enfermos, pobres, extranjeros. La cruz de Jesús es la máxima expresión de un Dios que se une a la humanidad herida. 

En la historia de la Iglesia, siempre ha estado presente la tensión entre una teología «oficial» y una fe popular, vivida en la concreción de la vida cotidiana. Basta pensar en las devociones populares, los movimientos de reforma, las luchas por la justicia social. 

En las últimas décadas, experiencias como la teología de la liberación en América Latina han puesto de manifiesto que la reflexión sobre Dios debe partir de la experiencia concreta de los pobres y los oprimidos. 

Del mismo modo, las teologías feministas, queer, indígenas y poscoloniales nos recuerdan que hay muchas voces, a menudo silenciadas, que tienen algo que decir sobre el misterio de Dios. Vivimos en una época atravesada por múltiples crisis: social, económica, medioambiental y también una profunda crisis de sentido. 

En no pocas partes del mundo, las instituciones religiosas parecen alejadas de las necesidades reales de las comunidades. 

En este escenario, una teología desde abajo se vuelve no solo oportuna, sino urgente. Permite una renovada credibilidad del anuncio cristiano, porque pone a la persona —con su historia, sus sufrimientos y sus esperanzas— en el centro de la atención. A través de la escucha real de las preguntas, las inquietudes y las expectativas que surgen de la vida concreta, la reflexión teológica se vuelve más humana, más accesible y más profética. 

Una teología desde abajo ofrece además un espacio de reconocimiento a las experiencias de quienes, por motivos de origen, clase social, etnia, orientación sexual o condición económica, han sido históricamente excluidos de los procesos de toma de decisiones y de la propia producción teológica. 

Las experiencias de teología desde abajo ya han dado frutos extraordinarios: mayor atención a la inclusión, relectura de la Escritura con ojos nuevos, diálogo interreligioso e intercultural, compromiso con la justicia social y la paz. Se han desarrollado prácticas pastorales más atentas a la participación de todos y todas, valorando la riqueza de las diferentes experiencias. 

Esta perspectiva desde abajo no abandona la búsqueda de la verdad teológica, sino que la arraiga en la experiencia de la comunidad, en el compartir, en el servicio concreto, en la escucha recíproca. De este modo, la teología deja de ser solo palabra y se convierte en gesto, acción y elección cotidiana. 

Si, por un lado, la teología desde abajo abre nuevos horizontes, por otro, plantea retos. El primero es evitar la fragmentación: escuchar múltiples voces es una riqueza, pero también requiere un trabajo de síntesis y discernimiento. Además, hay que tener cuidado de no oponer radicalmente «alto» y «bajo», sino alimentar un diálogo fecundo entre la reflexión académica y la vida cotidiana. 

Otro reto es el riesgo del relativismo: poner la experiencia en el centro podría llevar a una dispersión del significado. Pero una teología desde abajo que se basa en la Escritura, en la tradición viva y en el discernimiento comunitario puede mantener firme su orientación. 

Mirando hacia el futuro, la teología desde abajo está llamada a ser cada vez más dialógica, plural y atenta a los signos de los tiempos. Es una teología que escucha el grito de la tierra y de los pobres, como recordaba el Papa Francisco. Es capaz de asumir las preguntas de las nuevas generaciones, de las minorías, de los migrantes, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de las personas LGBTQIA+. 

Por eso será cada vez más importante formar comunidades capaces de discernir y escuchar, donde la reflexión sobre Dios nazca del diálogo y de la experiencia compartida, no solo de la autoridad o de la doctrina. 

Una teología desde abajo no es una moda, ni una simple opción entre otras: es la respuesta a una necesidad profunda de nuestras comunidades y sociedades. Es una forma de devolver sentido y fuerza al anuncio cristiano, de construir Iglesias y sociedades más justas, abiertas y acogedoras. Solo escuchando a quienes caminan al margen de la historia, la teología puede convertirse verdaderamente en palabra viva, capaz de cambiar el mundo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

 

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