Adviento, un tiempo para desear - Mateo 24,37-44 -
Comienza el «Adviento», un término latino que significa acercarse, caminar hacia... Todo se hace más cercano, todo se pone en marcha y se acerca: Dios, nosotros, el otro, lo más profundo de nuestro corazón.
El Adviento es tiempo de caminos. El hombre del Adviento es aquel que, dice el salmo, tiene senderos en el corazón, recorridos por los pasos de Dios, y que a su vez se pone en camino: para reencontrarte en el último pobre, reencontrarte en los ojos de un niño, verte llorar nuestras lágrimas o sonreír como nadie.
El Adviento es tiempo de atención. El Evangelio recuerda los días de Noé, cuando «en los días que precedieron al diluvio, los hombres comían y bebían, se casaban y no se daban cuenta de nada». Alimentarse, casarse son acciones de la normalidad originaria de la vida. Están comprometidos con vivir, con simplemente vivir.
Y, sin embargo, con el riesgo de que la rutina no les haga percibir lo extraordinario de lo que está a punto de suceder: y no se dieron cuenta de nada. Ellos, del diluvio; nosotros, de la oportunidad de vida que es el Evangelio.
¿Sientes que en cada página Jesús repite: no vivas sin misterio? Te lo ruego: bajo lo familiar descubre lo insólito, bajo lo cotidiano observa lo inexplicable. Que todo lo que decimos habitual te inquiete - Bertold Brecht -.
Los días de Noé son días de superficialidad: «El vicio supremo de nuestra época es ser superficiales» - Raimond Panikkar -. En cambio, se necesita la atención vigilante de los centinelas, entonces te das cuenta del sufrimiento que apremia, de la mano tendida, de los ojos que te buscan y de las lágrimas silenciosas que tiemblan en ellos. Y de los mil dones que traen los días, de las fuerzas de bondad y belleza que obran en cada uno, te das cuenta de cuánta luz, de cuánto Dios vive en nosotros: «Vuestro mal es no daros cuenta de lo hermosos que sois» - Fiódor Dostoievski -.
Adviento: tiempo para esperar, porque falta algo o alguien. Como los soldados romanos llamados «desiderantes» que, según cuenta Julio César, esperaban velando bajo las estrellas a los compañeros que aún no habían regresado al campamento después de la batalla. Esperar es una declinación del verbo amar.
Adviento: tiempo para desear y esperar a ese Dios que viene, dice el Evangelio de hoy, con una metáfora desconcertante, como un ladrón. Que viene en el tiempo de las estrellas, en silencio, sin ruido ni alboroto, sin apariencia, que no roba nada y lo da todo.
Dios es percibido por los que lo desean, los que velan en punta de corazón, a la luz de las estrellas, los de ojos profundos y transparentes que saben ver cuánto dolor y cuánto amor, cuánto Dios hay, caminando por el mundo.
También Dios, entre las estrellas, como un “deseante”, enciende su lámpara y espera a que yo me ponga en camino hacia casa.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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