El estilo del Adviento: darse cuenta, vivir con atención - Mateo 24,37-44 -
Comienza el tiempo de Adviento, cuando la búsqueda de Dios se convierte en espera de Dios. De un Dios que siempre está por nacer, siempre en camino y siempre extranjero en un mundo y un corazón distraídos.
La distracción, precisamente, de la que deriva la superficialidad, «el vicio supremo de nuestra época» - Raimon Panikkar -. «Como en los días de Noé, cuando no se dieron cuenta de nada; comían y bebían, se casaban y no se dieron cuenta de nada». Es posible vivir así, como usuarios de la vida y no como seres vivos, sin sueños y sin misterio.
Es posible vivir «sin darse cuenta de nada», de quien te roza en tu casa, de quien te dirige la palabra, de todos los náufragos en cada uno de los mares de la tierra o del pobre a la puerta.
Sin ver este planeta envenenado y humillado y la casa común saqueada por nuestros estilos de vida insostenibles. Se puede vivir sin rostros: rostros de pueblos en guerra; rostros de mujeres violadas, compradas, vendidas; de ancianos en busca de una caricia y de consideración; de trabajadores precarios, robados de su futuro.
Para darse cuenta es necesario detenerse, en esta carrera, en esta furia de vivir que nos ha atrapado a todos. Y luego arrodillarse, escuchar como niños y mirar como enamorados: entonces te das cuenta del sufrimiento que apremia, de la mano tendida, de los ojos que te buscan y de las lágrimas silenciosas que tiemblan en ellos. Y de los mil dones que traen los días, de las fuerzas de bondad y belleza que actúan en cada ser.
El otro nombre del Adviento es vivir con atención. Un término que no indica un estado de ánimo, sino un movimiento, un «tender hacia», saliendo de uno mismo.
El Adviento es tiempo de caminos, cuando el nombre de Dios es «El que viene», que camina a pie, sin ruido, en el polvo de nuestras calles, siguiendo los pasos de los pobres y los migrantes, caminante de los siglos y los días. Y se necesitan ojos grandes.
«Dos hombres estarán en el campo, dos mujeres molerán en la muela, uno será tomado y otro dejado»: no son palabras que se refieren al fin del mundo, a la muerte al azar, sino al sentido último de las cosas, el más profundo y definitivo.
En los campos de la vida, uno vive de manera adulta, otro de manera infantil. Uno vive al borde del infinito, otro solo dentro del breve circuito de su piel y sus necesidades. Uno vive para tomar y tener, otro es generoso con los demás con pan y amor.
De estos dos, solo uno está preparado para el encuentro con el Señor. Solo uno está en el umbral y vela por los brotes que nacen en él, a su alrededor, en la gran historia, en la pequeña crónica, mientras que el otro no se da cuenta de nada. Solo uno sentirá las olas del infinito que vienen a romper en el promontorio de su vida y una mano que llama a la puerta, como una llamada a zarpar.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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