Bautismo: sumergirse en un océano de amor - Mateo 3, 13-17 -
La grandiosa escena del bautismo de Jesús, con el cielo rasgado, con el vuelo de alas abiertas del Espíritu sobre las aguas del Jordán, con la declaración de amor de Dios, también ocurrió en mi bautismo y sigue ocurriendo cada día que vuelvo a empezar.
La Voz, la única que resuena en el alma, repite a cada uno: tú eres mi hijo, el amado, en ti he puesto mi complacencia. Palabras que arden y queman: hijo mío, amor mío, alegría mía.
Hijo es la primera palabra. Hijo es un término poderoso en la tierra, poderoso para el corazón del hombre. Y para la fe. Dios engendra hijos según su propia especie, y tú y yo, todos nosotros tenemos el cromosoma del progenitor en nuestras células, el ADN divino en nosotros.
Amado es la segunda palabra. Antes de que actúes, antes de que digas «sí», lo sepas o no, cada día, cada vez que despiertas, tu nombre para Dios es «amado». De un amor que te precede, que te anticipa, que te envuelve independientemente de lo que seas y hagas hoy. Amado, sin peros ni excusas. La salvación proviene del hecho de que Dios me ama, no del hecho de que yo lo amo a Él. ¡Y que yo sea amado depende de Dios, no depende de mí! Por suerte, diría yo; o, mejor dicho, ¡por gracia! Y es este amor el que entra, se extiende, envuelve y transforma: somos santos porque somos amados.
La tercera palabra: Mi complacencia. Término en desuso, inusual y, sin embargo, hermoso, que en su núcleo contiene la idea de placer. La Voz grita desde lo alto del cielo, grita sobre el mundo y en medio del corazón, la alegría de Dios: es hermoso estar contigo, hijo mío; me gustas; estar contigo me llena de alegría.
El poder del bautismo se expresa con el vasto símbolo de las aguas que limpian, sacian, refrescan, curan, hacen germinar las semillas; con el Espíritu que, junto con el agua, es la primera de todas las presencias en la Biblia, ya presente desde el segundo versículo del Génesis: «El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas».
Una danza del Espíritu sobre las aguas es el primer movimiento de la historia. Desde entonces, el Espíritu y el agua están ligados a cada génesis, a cada nacimiento, a cada bautismo, a cada vida que brota.
Pensamos en el rito del bautismo como unas gotas de agua vertidas sobre la cabeza del niño. La realidad es grandiosa: en su raíz, bautizar significa sumergir. Estamos sumergidos en un océano de amor y no nos damos cuenta.
Yo estoy sumergido en Dios y Dios está sumergido en mí; yo en Su vida, Él en mi vida. Abrázame, dice Dios, abrázate en mí. Estoy dentro de Dios, como dentro del aire que respiro, dentro de la luz que besa mis ojos; sumergido en una fuente que nunca se agotará, hundido en un seno vivo que nutre, hace crecer y protege: bautizado.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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