miércoles, 24 de septiembre de 2025

Caquistocracia.

Caquistocracia

Hay momentos en la historia en los que parece que se cumplen las antiguas palabras del salmo: «Salen a la luz los peores entre los hombres». Los días que estamos viviendo son exactamente así: sacan a la luz a los peores entre los hombres.

 

¿Cuál es entonces la tarea que nos queda? Al menos triple: identificación, defensa externa, defensa interna.

 

En cuanto al primer punto, es significativo que recientemente se haya resucitado un término tan en desuso que parece un neologismo: «caquistocracia», literalmente «el gobierno de los peores», exactamente lo contrario de la aristocracia, el gobierno de los más competentes.

 

La paradoja es que estos peores no son tiranos que han llegado al poder por la fuerza, sino políticos elegidos por el pueblo: es decir, es la democracia la que produce la ‘caquistocracia’.

 

Es como si, por hacer una comparación con la alimentación, de repente la mayoría declarara que los mejores alimentos no son los más refinados y saludables, sino los más insalubres, etiquetados como comida basura.

 

En ese gran supermercados de la política mundial, parece que hoy en día las cosas están yendo así. Emergen los peores entre los hombres. Pero, ¿cómo definir a esos peores? ...

 

A veces, entre los seres humanos se produce un sutil acuerdo de energías que prescinde de las palabras pronunciadas y que alcanza las zonas más instintivas y profundas del ser: es una cuestión de sentimiento de la vida. Creo que esto es lo que une a Trump, Putin, Netanyahu, Orban, Erdogan y otros líderes con aire dictatorial: el placer de la fuerza y, en consecuencia, la molestia del derecho y el respeto que este requiere.

 

El demócrata es aquel que siente en su interior que existe algo más importante que él mismo: el derecho, el Estado, el bien común. El antidemocrático es aquel que se burla de todo ello porque no conoce nada más importante que él mismo.

 

Por lo tanto, en última instancia, es una cuestión de madurez humana, de esa adquisición que se obtiene al superar la adolescencia, cuando el ego comprende que, por importante que sea, siempre es menos importante que el Estado, el derecho y el bien común.

 

La democracia es ante todo un estilo que habita la mente y el corazón de los seres humanos maduros; su contrario, la mente y el corazón de los inmaduros. Estos son los peores entre los hombres. No son más que el reflejo de la inmadurez generalizada que azota nuestro planeta, un fenómeno bien descrito por Amos Oz cuando habla de la «infantilización de las masas».

 

 Así es como la democracia, cada vez más “oclocracia” (“oclos” en griego significa «multitud», muy diferente de “demos”, «pueblo»), produce la “caquistocracia”. Así me explico los millones de estadounidenses que votaron al actual presidente y que están entusiasmados con él, sabiendo perfectamente sus problemas judiciales por motivos financieros y sexuales, y que él está en el origen del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.

 

Saben perfectamente que miente, insulta, hace papel del derecho internacional, reclama tierras ajenas y, sin embargo, lo aman; es más, ¡lo aman precisamente por eso! Y no pocos europeos hacen lo mismo al establecer con Donald Trump ese acuerdo de profundo sentimiento que ya tenían antes con los numerosos populistas de ego pronunciado y adolescente que hemos tenido aquí.

 

Las peores cualidades humanas resultan hoy agradables y ganadoras. Es un hecho, hoy en día las cosas funcionan así en el mundo, y no solo en la política.



Ante lo peor de la humanidad, el segundo paso consiste en defenderse. En este sentido, existe una defensa personal y una defensa territorial.

 

La defensa personal se llama estudio, meditación, silencio, oración, aquellas prácticas que alimentan la conciencia moral y la protegen del odio y la estupidez. La otra defensa se llama protección militar y es tarea de los gobiernos garantizarla, es el primer deber de un Estado hacia sus ciudadanos. Antes que la educación, la libertad de expresión y cualquier otra necesidad, está la necesidad de seguridad, y un Estado digno de ese nombre siempre debe estar a la altura.

 

Por último, queda la tercera tarea, que introduzco con esta frase de Hannah Arendt: «Hoy en día es raro encontrar personas que crean poseer la verdad; en cambio, nos enfrentamos constantemente a quienes están seguros de tener razón».

 

Los peores entre los hombres se caracterizan por ese fanatismo egocéntrico que consiste en despreciar la verdad y querer tener siempre la razón, ya sea como individuos o como exponentes de una ideología.

 

La diferencia entre «verdad» y «tener razón» es clara: la verdad remite a un orden objetivo que la mente debe reconocer y respetar (aunque no le guste), mientras que tener razón se basa en cualquier forma de la fuerza que silencia y obliga a decir: «Tienes razón».

 

El fundamento de la democracia es el servicio a la verdad sin querer tener razón a toda costa, es la duda y el diálogo que la sigue.

 

Está claro que cuando se expone una tesis se cree tener razón, de lo contrario se guardaría silencio; pero quien ama la verdad sabe distanciarse de su propia tesis, abriéndose al diálogo y mirando de frente a la realidad, incluso cuando es incómoda.

 

Recuerdo lo que escribió Anna Politkovskaya en 2004, dos años antes de ser asesinada por los amigos de Vladimir Putin: «El KGB solo respeta a los fuertes, a los débiles los devora. Y ya deberíamos saberlo. En cambio, hemos elegido el bando de los débiles y nos han devorado». La tarea de un Estado es impedir que sus ciudadanos sean devorados.

 

En este complicado presente en el que emergen los peores, hay al menos tres tareas. La primera es de tipo cognitivo y consiste en reconocerlos; la segunda es de tipo operativo y consiste en defenderse personalmente y comunitariamente; la tercera es de tipo introspectivo y consiste en descubrir el potencial Donald Trump o Vladimir Putin que hay en nosotros y reeducarlo.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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