El lado oscuro o el reverso negativo
Ante la agresión sufrida por Ucrania, muchos creen que el mal puede detenerse sin causar más daño.
Ante el drama de Gaza, muchos reaccionan ante la culpable pérdida de proporcionalidad de la reacción del Gobierno de Netanyahu tratando a Israel como un cuerpo extraño en lugar de como un socio fundador de la civilización europea.
En un plano completamente diferente, por ejemplo en el doméstico, el drama de los feminicidios conmueve porque desmiente la convicción de que el mal no habita en las relaciones más estrechas.
Todo apunta a que el mal existe, persiste y resiste, y no solo viene de fuera. El mal también habita dentro de nosotros y, a veces, toma el control de nuestra voluntad y de nuestras instituciones.
El escándalo del mal no deja escapatoria: si se ignora, uno se convierte automáticamente en cómplice, y uno se convierte automáticamente en cómplice incluso si se limita a juzgarlo como espectador inocente.
El drama de Occidente radica también, y quizás sobre todo, en haber eliminado el escándalo del mal: considerándolo eliminable o atribuyéndolo siempre a causas externas o incluso tratando de volverse indiferente a él.
Imagine, la canción de John Lennon, canta la ilusión en la que Occidente ha caído en masa desde los años 60. En aquellos años, individualmente y todos juntos, cedimos a la ilusión de vivir como si el mal no existiera o como si pudiera ser eliminado de la sociedad y de la historia.
Los hechos pronto comenzaron a abofetearnos, pero reaccionamos cerrando los ojos con aún mayor obstinación.
Sin embargo, y por poner solamente un ejemplo de comienzos de siglo, desde el atentado de las Torres Gemelas (11 de septiembre de 2001), el truco ya no funciona.
Este primer cuarto del siglo XXI está recordando a Occidente que el mal existe, resiste y que puede venir tanto de fuera como de dentro. La debilidad de Occidente, en una medida nada desdeñable, proviene de fingir que el mal no existe o que puede eliminarse con la voluntad y/o con la razón y su técnica.
Exactamente esto es el núcleo de esa de modernidad infectada de optimismo, de esa ilustración ilustrada de racionalismo arrogante que en algunos momentos ha logrado poner en minoría aquella ilustración crítica y autocrítica, de modo que desde hace algunas décadas estamos viviendo el ocaso y la noche que siguen a uno de esos momentos.
Era un tal Max Weber el que enseñaba que una parte decisiva del software que hace funcionar una civilización es la que contiene la respuesta que ésta da al escándalo generado por la experiencia del mal.
La mayoría de las respuestas con las que las civilizaciones conocidas se han protegido de este escándalo pueden agruparse en al menos tres grupos.
1.- Uno enseña técnicas para volverse insensible al mal, para dejarlo pasar.
2.- El otro considera que la razón y/o la voluntad son capaces de eliminar el mal del mundo y de la historia.
3.- Un tercer grupo de respuestas al escándalo del mal es el de aquellos que hacen uso del mal sin reparos, teniendo en cuenta que tarde o temprano se encontrarán con alguien más malo que ellos.
¿Es todo? No, aún no es todo.
En el catálogo de respuestas al escándalo del mal hay otra más, aquella en la que se ha basado «Occidente».
Se compone por lo menos de cuatro partes:
1.- El mal existe (en los individuos y en la vida social); existe, no es una apariencia y no puede ser eliminado de este mundo y de la historia humana.
2.- El mal puede y debe ser combatido, a veces ganará, pero al final de la historia no será el mal el que prevalezca y, mientras tanto, o independientemente de esta fe, resistirnos a él nos hace dignos y nos permite disfrutar de una humanidad plena.
3.- Para resistir al mal no siempre es inevitable recurrir a instrumentos que a su vez producen otro mal, y esta elección es moralmente aceptable siempre que el mal producido no sea mayor que ese mal concreto que se pretende derrotar.
4.- Resistir al mal requiere vigilancia y lucha, tanto interior como pública.
La mezcla de estos cuatro ingredientes caracteriza la solución «occidental» al escándalo del mal. Una solución diferente de todas las demás.
Su motor ha querido ponerse en la esperanza, el enemigo más acérrimo de aquella imaginación que engaña y extravía, esperanza que para Kant es la piedra angular de lo moderno, obviamente de lo moderno en su versión crítica y opuesta a la dogmática racionalista.
Desde los años 60 del siglo XX, sin embargo, la solución «occidental» al escándalo del mal ha quedado en minoría en su propia casa.
Incluso en la opinión pública occidental más amplia ha prevalecido la alianza objetiva, el amplio campo del irenismo, la cínica voluntad de poder, el racionalismo ingenuo y superficial, la ilusión de poder volverse indiferente al mal.
Casi todo Occidente se ha acostado bajo un manto de torpeza y de torpor, sumiéndose así en un sueño profundo. A pesar de sus golpes cada vez más fuertes, la historia (que en el «sueño» habíamos dado por terminada) sigue intentando despertarnos en vano.
En este sueño nos hemos acostumbrado a consentir el mal, a denunciarlo de forma intermitente, a sentirnos justificados cuando no lo combatimos dentro y fuera de nosotros.
Hemos preferido la ilusión a la esperanza y hemos caído en una noche en la que, no por casualidad, ya no se tienen hijos… uno de los símbolos del futuro. Y hemos aflojado, cuando no roto, la indignación y la resistencia. Y nos hemos acostumbrado o a mirar hacia otro lado, o a consentir, o a justificar, o a pactar con lo que no se debe negociar.
Sobre el papel, la originalidad y el poder de atracción de la respuesta «occidental» al escándalo del mal siguen intactos. Sin embargo, sin un retorno generalizado a la práctica de la esperanza, es difícil que esta respuesta tenga futuro.
En una época en la que, a pesar de los recientes esfuerzos de los Papas Francisco y León XIV, incluso un Jubileo se interpreta a menudo como un festival de buenismo o de irenismo, es decir, como un señuelo para los sueños en lugar de como una provocación a las conciencias.
Mientras tanto corremos el riesgo de no escuchar los llamamientos a una esperanza que, al menos por el momento, no puede contar con la compañía del optimismo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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