jueves, 18 de septiembre de 2025

De ángeles y arcángeles. Lo esencial es invisible a los ojos: solo se ve bien con el corazón.

De ángeles y arcángeles. Lo esencial es invisible a los ojos: solo se ve bien con el corazón

Esta reflexión es, a la vez, una deuda y un homenaje a un eminente profesor de Teología Dogmática de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto (Bilbao): el P. Luis María Armendáriz Loizu SJ. A él escuché por primera vez una reflexión propiamente teológica sobre los ángeles. Como siempre, su reflexión fue tan bella como profunda.

 

El famoso teólogo Rudolf Bultmann escribió hace algunas décadas que «no se puede utilizar la luz eléctrica y la radio, o recurrir en caso de enfermedad a los modernos avances médicos y clínicos, y al mismo tiempo creer en el mundo de los espíritus propuesto por el Nuevo Testamento». Era 1941.

 

Y, sin embargo, al consultar la mayor librería del mundo - www.amazon.com - se descubre que hoy en día, cuando utilizamos mucho más que la radio y la electricidad, los títulos que tratan sobre un tipo particular de espíritus, como los ángeles, ascienden a una cantidad impresionante, seguramente hasta el doble que los que tratan sobre la electricidad…

 

Seguramente entre los libros a la venta habrá muchos que parecen un himno a la “irracionalidad” pero el fenómeno de los ángeles no se reduce a eso. Basta pensar que no hay civilización ni tradición religiosa que no hable de ellos, que los más grandes filósofos de la antigüedad dan testimonio de ellos (el caso más conocido es el de Sócrates con su daimonion a modo de voz interior).

 

También la filosofía contemporánea no deja de producir pensamientos al respecto. Por ejemplo, la filósofa francesa Catherine Chalier, alumna de Emmanuel Lévinas y profesora de la Universidad de París X Nanterre, con su libro sobre ángeles y hombres.

 

Catherine Chalier destaca el hecho de que la Biblia, al enumerar las cosas creadas por Dios, no menciona a los ángeles (aunque los muestra en acción en otros pasajes). ¿Por qué? Es una pregunta que ha suscitado las más variadas respuestas.

 

En mi opinión, la Biblia no pretende dar una enseñanza directa sobre la existencia de los ángeles, sino que se limita a educar en una lectura de la realidad que va más allá de la dimensión visible.

 

Para la doctrina católica, la existencia de los ángeles es un dogma de fe, sancionado por los Concilios de Letrán IV y Vaticano I, y reafirmado por el Catecismo de la Iglesia católica en el artículo 328.

 

Según la angelología de los Santos Dionisio Areopagita y Tomás de Aquino (este último designado doctor angelicus por la tradición), existen nueve coros angelicales, en orden jerárquico descendente: serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles. Sin embargo, según la Biblia, también se puede no creer en la existencia de los ángeles como espíritus puros dotados de personalidad autónoma.

 

El elemento decisivo en todo caso es la irreductibilidad de lo real a la dimensión visible, es el carácter angelical del ser, es decir, la posibilidad de que algunas experiencias, cosas o personas sean mensajeras de un mundo más amplio que el visible. No otro mundo, sino este mismo mundo, pero captado de manera más profunda.

 

El cristiano ortodoxo Pavel Florenskij hablaba de «la profundidad del mundo, alcanzable solo con una disposición recta del alma», y del mismo modo Catherine Chalier se refiere a «un excedente inagotable de belleza y sentido que apela a la inteligencia y renueva su deseo».

 

En la figura del ángel está en juego la ontología de lo real, la propiedad de las cosas de remitir a la profundidad de lo invisible.


«Lo esencial es invisible a los ojos», enseñaba el zorro al principito, añadiendo «solo se ve bien con el corazón». Es secundario que Saint-Exupéry haga hablar a un zorro, mientras que la Biblia y el Corán ponen en escena a los ángeles.

 

Lo decisivo es dónde se sitúa el verdadero centro del ser, lo esencial: si en la materia o en una dimensión que la trasciende y que se suele llamar «espíritu».

 

La reflexión sobre los ángeles cobra sentido, saliendo de lo cursi o kitsch que a menudo impregna las reflexiones sobre los ángeles, solo en la medida en que se sabe hablar del espíritu y del fenómeno concreto para expresar el cual surgió ese concepto.

 

El fenómeno en la base del concepto de espíritu es la libertad, la libertad de la que disfruta el hombre con respecto a la materia. El ser humano es materia, pero afirmar su libertad significa considerar que el hombre no es reducible a la materia, que puede actuar y no solo reaccionar a los instintos.

 

El ángel es un símbolo que expresa la libertad del hombre con respecto a la materia, es decir, el espíritu. La libertad y el espíritu, de hecho, remiten al mismo fenómeno: el espíritu lo nombra en la dimensión ontológica, la libertad en la dimensión operativa.

 

Y al igual que la libertad puede determinarse para el bien o para el mal, lo mismo ocurre con el espíritu: así, además de los ángeles buenos, la tradición también conoce a los ángeles malos y rebeldes, los demonios, cuyo jefe es «el gran dragón, la serpiente antigua, el que se llama Diablo y Satanás, que engaña a toda la tierra habitada» (Apocalipsis 12,9).

 

El espíritu-libertad es invisible, pero la invisibilidad no impide que a veces sea percibido por la parte más elevada de la mente donde el conocimiento vinculado a los sentidos se une con el conocimiento que procede de la razón pura en un compuesto no demostrable geométricamente, pero igualmente denso de significado. Más aún a veces tan denso de significado que llena por completo la personalidad, en una especie de emoción sublime de la inteligencia.

 

Baruch Spinoza, hablaba en su “Ética”, al respecto del «tercer ojo». Existe un conocimiento sensible (primer ojo) y existe un conocimiento de la razón pura (segundo ojo), pero es posible un conocimiento más elevado, que procede de un ojo que el hombre no tiene materialmente, pero que puede ejercer espiritualmente.

 

El conocimiento intuitivo que Santo Tomás de Aquino atribuye a los ángeles es el tercer ojo del que habla Baruch Spinoza.

 

A veces sucede que llegamos a conocer (una persona, una obra de arte, una teoría científica) como por arte de magia, sin mediación, sin esfuerzo intelectual, con una facultad superior al intelecto, que si bien no puede actuar sin la sensibilidad y el intelecto, no por ello es reducible a ellos.

 

Es el tercer ojo, es el conocimiento penetrante, agudo, que llueve desde lo alto o que mueve desde la profundidad más íntima, y que los grandes conocedores del fenómeno humano han sabido describir.

 

Defender el espacio reservado a lo invisible en nuestra sociedad es una de las tareas que pretende llevar a cabo el hermoso libro de ángeles y de hombres de la filósofa Catherine Chalier al que me he referido antes.

 

El peligro que corremos no es pequeño: en una sociedad que no da crédito a lo invisible, no se pueden dar las condiciones mentales para hablar con fundamento de esos valores esenciales que la tradición metafísica denomina «trascendentales», es decir, que trascienden la esfera inmanente del ser, pero cuya inmanencia tiene una necesidad insuperable.

 

Sin confianza en lo invisible (ya sea el ‘daimonion’ de Sócrates, la ‘suave brisa’ del profeta Elías, el ‘espíritu’ de Hegel), se acaba inexorablemente hablando solo de legalidad y ya no de justicia, solo de encanto y ya no de belleza, solo de utilidad y ya no de bien, solo de exactitud y ya no de verdad.

 

El ángel es el nombre que el ser humano ha asignado a aquello que tiene el poder de revelar una dimensión secreta del ser, no disponible, no comercializable, que solo se capta retirándose en uno mismo porque existe principalmente allí, en la interioridad más íntima, y que, sin embargo, da fuerza, valor y serenidad para actuar con un espíritu nuevo sobre la realidad del mundo.

 

No, no es retórica.

 

El término ángel expresa la capacidad de las cosas y las personas de ser mensajeros de algo más bello y más justo. Es el carácter angelical de lo real.

 

Esta dimensión existe, y si los seres humanos siempre han hablado y siguen hablando de ángeles es porque experimentan la profundidad del ser. Mientras esto siga ocurriendo, existe la esperanza de que el mundo no se reduzca a un gran centro comercial.


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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