Una piedra de toque: Qué liderazgo eclesial en clave de sinodalidad
Uno de los temas delicados del proceso sinodal es el relativo a las formas de gobierno en la Iglesia.
Hay una piedra que hay que mover, y que una vez desplazada permite que penetren rayos de luz en el interior del sepulcro para hacernos comprender que allí dentro ya no hay vida, sino que hay que buscarla en otra parte.
Aquel Templo que habíamos sellado con tanto cuidado ahora corre el riesgo de haberse convertido en un sepulcro vacío.
Y esto, como en Pascua, si por un lado nos angustia y aterroriza, por otro puede impulsarnos a una nueva esperanza, acogiendo la invitación a buscar la vida que vibra y fluye a nuestro alrededor y no donde esperábamos haberla guardado y, después, encerrada.
Asumir la esperanza de las golondrinas que también este año han regresado a Vic (Barcelona) y construyen sus nidos. Se las veía desde la terraza volando rasantes junto a las paredes de los edificios y decididas. A sus espaldas, decenas de miles de kilómetros y en el plumaje, arena del Sáhara.
Qué fuerte es la vida... mucho más que las formas en las que, por necesidad, la encerramos de vez en cuando.
El camino sinodal representa un ejercicio para asumir una nueva postura eclesial. Y el abandono de algunas formas, no porque sean erróneas, sino simplemente porque ya no se ajustan a la realidad.
En otras palabras, una oportunidad para repensar las formas de comunión, participación y misión de la Iglesia.
La «piedra» de la que seguramente también hay que hablar está relacionada con el gobierno y las lógicas que lo sustentan.
Para mí, la referencia sigue siendo el discurso pronunciado por el Papa Francisco con motivo del 50º aniversario del Sínodo de los Obispos, en el que ya el 17 de octubre de 2015 presentaba su visión de la Iglesia sinodal.
Esta referencia, como digo, es fundamental: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/october/documents/papa-francesco_20151017_50-anniversario-sinodo.html
Jesús constituyó la Iglesia poniendo en su cima al Colegio Apostólico, en el que el Apóstol Pedro es la «Roca» (cf. Mt 16,18), el que debe «confirmar» a los hermanos en la fe (cf. Lc 22,32).
Pero en esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base.
Por eso, los que ejercen la autoridad se llaman «ministros»: porque, según el significado original de la palabra, son los más pequeños de todos. Al servir al Pueblo de Dios, cada Obispo se convierte, para la parte del rebaño que se le ha confiado, en vicarius Christus, s decir, en vicario de aquel Jesús que en la Última Cena se inclinó para lavar los pies de los Apóstoles (cf. Jn 13,1-15). Y, en un horizonte similar, el mismo Sucesor de Pedro no es otro que el servus servorum Dei.
Desde esta perspectiva hay que leer también la reforma de la Curia Romana y las afirmaciones que han caracterizado su ministerio como, por ejemplo, «el poder es servicio».
Releer ese discurso del Papa Francisco casi diez años después puede ayudar a comprender el camino sinodal que ha recorrido, que está transitando y en el que, ojalá, quiera seguir aventurándose la Iglesia universal.
Volcar la pirámide no implica cuestionar la jerarquía y sus supuestos teológicos. Pero permite darle un nuevo significado.
La sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el propio ministerio jerárquico.
Si comprendemos que, como dice San Juan Crisóstomo, «Iglesia y Sínodo son sinónimos» —porque la Iglesia no es más que el «caminar juntos» del rebaño de Dios por los senderos de la historia hacia Cristo Señor—, comprendemos también que en su interior nadie puede ser «elevado» por encima de los demás. Por el contrario, en la Iglesia es necesario que alguien «se rebaje» para ponerse al servicio de los hermanos a lo largo del camino.
Solo así se puede cumplir lo que ya indicó el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium, donde el Pueblo de Dios se sitúa primero y no después en el texto, arriba y no abajo en la pirámide.
Esto nos pide que revisemos el concepto de liderazgo eclesial, la «cadena de mando» en la toma de decisiones, el lenguaje utilizado para definir algunos roles y «oficios» eclesiales.
El líder sinodal, y seguramente hasta se puede ver en el nuevo modelo de perfil de los obispos, ya no es la figura competente pero solitaria, carismática pero egocéntrica. Ya no es tanto aquel que sabe la dirección a seguir y reúne a sus colaboradores para seguirla.
El líder sinodal es más bien un arquitecto de espacios de sinodalidad, de corresponsabilidad, donde, a través de la escucha común del Espíritu, se identifica un camino y se experimenta su consistencia.
Un líder que es compañero de camino y permite, como acto de gobierno, vivir realmente juntos ese itinerario. Es un acto de gobierno escuchar y hacer que todos lo hagan.
Es verdad que después la jerarquía sacramental está llamada a realizar la preciosa y delicada tarea de sintetizar lo escuchado. En esto consiste el término «consulta» en un Consejo Pastoral.
No se trata de un simple consejo, sino de una escucha espiritual que, como tal, es portadora de una voluntad no solo humana que debe ser reconocida e interpretada para poder tomar una decisión. Un consejo que el otro no tiene el derecho, sino el deber de escuchar.
Esto, obviamente, requiere, como acto de gobierno, que la escucha se realice según las modalidades de un diálogo y un discernimiento profundo. Pasando de una acción 'dialéctica' a una acción 'dialógica'.
A mí me gusta hacer al menos una distinción cuando se habla de decisiones:
· por un lado, están las decisiones estratégicas, que definen un horizonte pastoral dentro del cual se puede trabajar, fruto de un discernimiento sinodal y del que la jerarquía puede velar;
· por otro lado, están las decisiones operativas, en las que, dentro de ese marco de referencia, se evalúan las posibles opciones y se toma la decisión más adecuada en un determinado lugar concreto.
Un gobierno de estilo sinodal no se preocupa por regular todo al mismo tiempo y de la misma manera. La referencia ya no es la "esfera", un punto de decisión desde el que todo irradia de manera uniforme y lineal, sino el "poliedro", donde, a la luz de un punto de convergencia compartido, la superficie de las decisiones se produce de manera diferenciada.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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