La realeza de Cristo, una historia de amor -Lucas 23, 35-43-
Lucas nos guía para encontrar el tesoro de la realeza en el lugar más inadecuado, en el pequeño espacio de la cruz.
El Crucificado es Señor solo de ese poco de madera y tierra que basta para morir. Pero esa cruz es el abismo donde Dios se convierte en amante: «No hay mayor amor que dar la vida...».
Los jefes, los soldados, un malhechor piden a Jesús una demostración de fuerza: «¡Sálvate a ti mismo!». Si acepta y baja de la cruz, Jesús se mostrará «fuerte», un verdadero «rey» ante los hombres.
En cambio, un hombre le pide una demostración de bondad: «¡Acuérdate de mí!». Jesús responde y se muestra «bueno», verdadero «rey» según el corazón de Dios.
Pero ¿qué vio aquel hombre? Lo dice en una sola frase, de sublime sencillez: «Él no ha hecho nada malo».
En estas palabras se encierra el secreto de la auténtica realeza: nada malo en aquel hombre, una inocencia nunca antes vista, ninguna semilla de odio o violencia.
Percibir esto bastó para abrirle el corazón: el malhechor intuye en ese corazón limpio y bueno el primer paso de una historia diferente, vislumbra otra forma posible de ser hombres, el anuncio de un mundo de fraternidad y perdón, de justicia y paz.
Y es en este reino donde pide entrar: «Acuérdate de mí», reza el moribundo. «Estarás conmigo», responde el amante. «Acuérdate de mí», ruega el miedo. «Estarás conmigo en un abrazo», responde el fuerte. «Solo recuérdame, y me basta», ruega la última vida. «Conmigo, hoy, en un paraíso de luz», responde el dador de vida.
Venga tu reino —rezamos— y sea más intenso que las lágrimas, y sea más bello que los sueños de quienes vivieron y murieron en la noche para construirlo. Un reino que es de Dios, que es para el hombre.
Y es como repetir las palabras del ladrón arrepentido. Rezar cada día: «Venga tu reino», significa creer que el mundo cambiará; y no por las señales que puedo ver en la sangrienta y dolorosa maraña de la actualidad, sino porque Dios se ha comprometido con la cruz.
Decir: «Venga tu reino», es afirmar que la esperanza es más fuerte que la evidencia, que la inocencia es más fuerte que el mal, que el mundo no pertenece a quien lo posee, sino a quien lo mejora.
Decir: «Venga tu reino», es invocar para nosotros un amor de una calidad similar al del Crucificado que muere obstinadamente amando, preocupándose por quienes mueren a su lado, olvidándose de sí mismo.
El Reino de Dios vendrá cuando nazca, en el corazón nuevo de las criaturas, la obstinación del amor, y cuando esta obstinación avance desde las periferias de la historia hasta ocupar el centro de la ciudad de los hombres. Solo esto convertirá nuestra amarga crónica en una historia finalmente sagrada.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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