La verdad última de la vida: el amor -Mateo 25, 31-46-
Una escena poderosa, dramática, ese «juicio universal» que en realidad es la revelación de la verdad última de la vida, la revelación de lo que queda cuando ya no queda nada: el amor. El Evangelio responde a la más seria de las preguntas: ¿qué has hecho con tu hermano?
Yo hace enumerando seis obras, pero luego va más allá: lo que habéis hecho a uno de mis hermanos más pequeños, ¡me lo habéis hecho a mí!
Extraordinario: Jesús establece un vínculo tan estrecho entre él y los hombres, que llega a identificarse con ellos: ¡me lo habéis hecho a mí! El pobre es como Dios, cuerpo y carne de Dios. El cielo donde habita el Padre son sus hijos.
Destaco tres palabras del pasaje:
1) Dios es aquel que tiende la mano, porque le falta algo.
Revelación que revierte toda idea previa sobre lo divino. Es imposible no enamorarse de este Dios enamorado y necesitado, mendigo de pan y de hogar, que no busca veneración para sí mismo, sino para sus amados. Quiere que todos estén saciados, vestidos, curados, liberados. Y mientras haya uno solo que sufra, él también sufrirá. Ante este Dios me quedo encantado, lo acojo, entro en su mundo.
2) El tema del juicio no es el mal, sino el bien.
La medida del hombre y de Dios, la medida última de la historia no es lo negativo o la sombra, sino lo positivo y la luz. Las balanzas de Dios no están calibradas para los pecados, sino para la bondad; no pesan toda mi vida, sino solo la parte buena de ella. Palabra del Evangelio: la verdad del hombre no son sus debilidades, sino la belleza de su corazón. Juicio divinamente amañado, en cuyas balanzas un poco de buen grano pesa más que toda la cizaña del campo.
3) Al atardecer de la vida seremos juzgados solo por el amor -San Juan de la Cruz-, no por devociones o ritos religiosos, sino por asumir laico el dolor del hombre.
El Señor no mirará a mí, sino a mi alrededor, a aquellos de quienes me he ocupado. Si me encierro en mi yo, aunque esté adornado con todas las virtudes, y no participo en la existencia de los demás, si no soy sensible y no me comprometo, puedo estar libre de pecados, pero vivo en una situación de pecado.
Sin embargo, la fe no se reduce a realizar buenas acciones, debe seguir siendo escandalosa: ¡el pobre como Dios! Un Dios enamorado que repite sobre cada hijo el canto exultante de Adán: «Verdaderamente tú eres carne de mi carne, aliento de mi aliento, cuerpo de mi cuerpo».
Luego están los que son rechazados. ¿Cuál es su culpa? Han elegido el alejamiento: lejos de mí, vosotros que habéis estado lejos de vuestros hermanos. No han hecho daño a los pobres, no los han humillado, simplemente no han hecho nada. Indiferentes, distantes, corazones ausentes que no saben ni llorar ni abrazar, vivos y ya muertos -Charles Péguy-.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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