lunes, 1 de septiembre de 2025

¿Qué quedará de nosotros al final? El amor dado y recibido -Mateo 25, 31-46-.

¿Qué quedará de nosotros al final? El amor dado y recibido -Mateo 25, 31-46- 

El Evangelio describe una escena poderosa y dramática que solemos llamar el juicio universal. Pero sería más exacto definirla como «la revelación de la verdad última sobre el hombre y la vida». ¿Qué queda de nuestra persona cuando ya no queda nada? Queda el amor, dado y recibido. 

Tenía hambre, tenía sed, era extranjero, estaba desnudo, enfermo, en la cárcel: y tú me ayudaste. 

Seis pasos de un camino, donde la esencia de la vida se llama amor, forma del hombre, forma de Dios, forma de vivir. Seis pasos para encaminarnos hacia el Reino, la tierra tal y como Dios la sueña. Y para intuir nuevos rasgos del rostro de Dios, tan hermosos que me encantan cada vez de nuevo. 

En primer lugar, Jesús establece un vínculo tan estrecho entre Él y los hombres que llega a identificarse con ellos: me lo habéis hecho a mí. ¡El pobre es como Dios! El cuerpo de Dios, la carne de Dios son los pequeños. Cuando tocas a un pobre, es a Él a quien tocas. 

Luego surge el tema en torno al cual se teje la última revelación: el bien, hecho o no hecho. En la memoria de Dios no hay espacio para nuestros pecados, sino solo para los gestos de bondad y las lágrimas. Porque el mal nunca revela nada, ni de Dios ni del hombre. Solo el bien dice la verdad de una persona. 

Para Dios, el buen grano es más importante y verdadero que la cizaña, la luz vale más que la oscuridad, el bien pesa más que el mal. 

Dios no desperdicia ni nuestra historia ni, mucho menos, su eternidad haciendo de guardián de los pecados o de las sombras. Al contrario, para Él no se pierde ni uno solo de los más pequeños gestos buenos, no se pierde ningún esfuerzo generoso, ninguna paciencia dolorosa, sino que todo ello circula por las venas del mundo como una energía de vida, ahora y por la eternidad. 

Luego dirá a los demás: Alejaos de mí... todo lo que no habéis hecho a uno de estos pequeños, no me lo habéis hecho a mí. 

¿Qué mal han cometido los alejados de Dios? No el de añadir mal al mal, su pecado es el más grave, es la omisión: no han hecho el bien, no han dado nada a la vida. 

No basta con justificarse diciendo: yo nunca he hecho daño a nadie. Porque también se hace daño con el silencio, también se mata con el quedarse mirando por la ventana. No comprometerse con el bien común, quedarse mirando, ya es ser cómplice del mal común, de la corrupción, de las mafias, es la «globalización de la indiferencia» -Papa Francisco-. 

Lo que ocurre en el último día muestra que la verdadera alternativa no es entre quienes frecuentan las Iglesias y quienes no lo hacen, sino entre quienes se detienen junto al hombre golpeado y tirado en el suelo, y quienes siguen adelante; entre quienes parten el pan y quienes se dan la vuelta y pasan de largo. Pero pasando de largo, más allá del hombre, no hay nada, y mucho menos el Reino de Dios. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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