martes, 16 de septiembre de 2025

La vocación de educar: A nadie debemos nada más que amor (cf. Romanos 13, 8-10).

La vocación de educar: A nadie debemos nada más que amor (cf. Romanos 13, 8-10)

En estos días de septiembre, yendo a la capellanía a las mañanas, veía a los niños, adolescentes, jóvenes… ir al colegio…

 

Y esta visión me hacía reflexionar sobre la unidad de medida que marca el tiempo de los niños (adolescentes, jóvenes…) a la edad adulta, por ejemplo, la de mis 60 años recién estrenados.

 

Sí, un lapso de tiempo de cambios generacionales... y hasta epocales… del siglo XX al presente siglo XXI.

 

Si antes el tiempo se contaba, por ejemplo, en cuartos de siglo…, ahora las generaciones parecen cambiar cada lustro,… ¿Qué cambios de mi etapa en el colegio hasta ahora? ¿Qué cambia y qué permanece igual? Y yo, que he entrado en mis 60 años, ¿qué podría ofrecer a esas generaciones que cambian tan rápidamente?

 

A la pregunta que algunos suelen hacer - ¿cómo son los chicos de hoy? - yo suelo responder que como siempre, como tú y yo a su edad. La respuesta desconcierta, convencidos como estamos de que el único tiempo que existe es el lineal y dictado por la aceleración del progreso


Me explico.

 

Finalicé el COU a comienzo de los años 80… del lejano siglo XX. Internet no existía, el conocimiento estaba en los libros y en las enciclopedias. Solamente muchos años después el conocimiento se trasladó a Internet. Después, con los teléfonos móviles, se metió en el bolsillo y en las redes sociales. Ahora, con la Inteligencia Artificial, que marca el antes y el después de Cristo en el aprendizaje y la enseñanza, no solo el conocimiento, sino también la inteligencia se traslada fuera de nosotros.

 

¿Estas y otras aceleraciones y desplazamientos nos cambia o la estructura del ‘homo sapiens’ sigue siendo la misma?

 

Las habilidades cambian: con el cambio automático, conducir es más fácil, pero nos volvemos más distraídos; desde que existen los teléfonos móviles, hay jóvenes que no saben leer el reloj de agujas, pero saben grabar un vídeo; se están extendiendo herramientas capaces de traducir instantáneamente el habla a otros idiomas: ¿perderemos la capacidad y las ganas de aprender idiomas? ¿Nos entenderemos mejor o peor? Ya lo veremos.

 

De hecho, el sabio Platón temía que la escritura nos hiciera «perder» la memoria, que nadie «memorizara» lo esencial, sino que lo «delegara» al soporte escrito.

 

Tenía razón el sabio, pero precisamente gracias a esto (además de tener sus obras maestras), la memoria se liberó del excesivo peso de la conservación típico de las culturas orales, abriéndose a nuevos conocimientos. Y fue tan bueno que nadie se atrevería a volver atrás.

 

Desde este punto de vista, la Inteligencia Artificial tendrá un impacto igual o superior al uso de la escritura. Por otra parte, este es el objetivo de la tecnología: liberar al ser humano del peso del trabajo para que pueda descansar y ganar tiempo para otras cosas.


Y, sin embargo, hoy en día hay a menos dos novedades paradójicas.

 

1.- La primera es que el tiempo que nos libera la tecnología lo utilizamos para otra tecnología. Como, por ejemplo, estar con el móvil.

 

2.- La segunda es que en el siglo XX creamos por primera vez instrumentos que, en lugar de aligerarnos la carga, pueden vaporizarnos. Por ejemplo, la bomba atómica.

 

Y tal vez la Inteligencia Artificial tendrá consecuencias similares si no se regula y se deja en manos de la industria bélica y de la lógica del mero beneficio de las grandes tecnológicas.

 

Pero en medio de los cambios, más o menos profundos, de nuestras habilidades, me pregunto: ¿hay algo que permanece inalterable? ¿Qué me permite reconocerme en los jóvenes nacidos después de Internet, en los nacidos después del móvil, en los nacidos después de la Inteligencia Artificial y quién sabe qué más? ¿Qué tienen en común las generaciones? ¿Un chico que finalizó el COU a comienzo de los años 80 y otro que finalizará Segundo de Bachillerato el próximo año 2026 florecen de la misma manera?

 

Yo creo que sí.

 

Y la respuesta está precisamente en la palabra «generación»: lo que no cambia es «ser generado». La raíz - gen - tan antigua como fecunda contiene el conjunto de generar, nacer y convertirse, como muestran los múltiples resultados léxicos cotidianos: genio, genuino, genitales, generoso, gentileza, género, genética, genoma, gen, genocidio, genealogía, fotogénico, hidrógeno, oxígeno,...

 

Todos, absolutamente todos en la historia, tenemos una sola cosa en común: el hecho de ser hijos. Esta condición es, por lo tanto, por naturaleza, el eje de la existencia, y por lo tanto reforzar, ayudar, consolar —en una palabra, educar— esta condición es la clave de toda vida exitosa.

 

Pero, ¿qué significa sentirse (no basta con serlo materialmente) «engendrado»? Experimentar que la vida que tenemos es recibida, que no nos la hemos dado nosotros mismos y que es ilusorio querer hacerlo, y que para regenerarla hay que recurrir a una fuente que no está en nosotros.

 

Convertirse «cada vez más» en hijos significa (aprender a) recibir la vida, sentirse querido en el mundo y saber buscar en el mundo lo que necesitamos para realizarnos, sean cuales sean las condiciones contingentes.


Lo que me hizo florecer a mí y lo que hará florecer a un joven al final del presente curso académico 2025-2026 es lo que se siente como hijo, es decir, engendrado a la vida y querido en ella, en cada instante.

 

No creo que sea casualidad que la Odisea no comience con Ulises, sino con su hijo, Telémaco, que para convertirse en adulto debe primero encontrar a su padre. Pero para ello necesita un barco con el que abandonar Ítaca.

 

¿Y nosotros, qué herramientas elegimos para que los jóvenes zarpen hacia la vida? ¿Las que los hacen más generados y, por tanto, más generosos?

 

Tal vez el móvil antes de cierta edad no genera sino que degenera. No lo sé. Pero no es una cuestión baladí, porque de lo generado que me siento depende lo generativo que seré, es decir, mi capacidad para crear y ampliar la vida: es genuino, generoso y amable quien se siente querido en el mundo, solo quien está agradecido por la vida recibida provoca la misma cualidad de "gracia".

 

«Yo cada día llevo felicidad a alguien» decía una niña de 7 años ante los ojos atónitos de su maestra. 


Y yo no sabría expresar mejor la condición de quien es y se siente hijo.

 

Y esto nos ocurre a los 7 años (de la niña) o a los 60 años 8del que suscribe), cuando somos destinatarios de un acto creativo o cuando realizamos ese acto creativo.


El verbo que engloba todo acto creativo es «amar», pero se conjuga en las formas originales en que cada uno de nosotros procrea, es decir, crea nueva vida o renueva la vida: escribir, pintar, acariciar, cocinar, animar, estudiar, tocar, contar, pasear, cuidar, mirar a los ojos, trabajar, hacer deporte, coger de la mano, descansar, corregir, hablar, abrazar, escuchar, sonreír...

 

Todo lo que se hace por amor y para amar tiene un efecto de ser generador o regenerador.

 

Entonces, ¿cómo son los jóvenes de hoy? Como siempre: generados, hambrientos de sentirse únicos, queridos en el mundo por quienes los han generado, por quien los acompañan, por quienes los educan.

 

Y esto les permite a los jóvenes no solo aprender bien matemáticas, biología y lenguaje, sino también utilizarlos para ser y convertirse en ellos mismos. 


Porque en un mundo que cambia cada tan pocos tiempo, el amor nunca cambia.


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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