Educar en el asombro: el sentido de la maravilla (una reflexión con los educadores por ejemplo al comienzo del curso educativo 2025-2026)
Aunque no lo parezca, la escuela y las vacaciones tienen la misma esencia: el encuentro con lo maravilloso.
Durante las vacaciones buscamos el asombro. En la montaña o en el mar, en el campo o en la ciudad, en un libro, en un paisaje, en un rostro, queremos dejarnos encantar. En estas ocasiones, que no por casualidad recordamos y contamos, contenemos la respiración (se dice «impresionante») para recibir más vida. ¿Cuál? La que nos inspira: la que nos da más aliento.
Por eso tenemos un sentido del que dependen los otros cinco: el sentido de la maravilla. Si este sentido no funciona, la realidad se vuelve muda, insensible, neutra.
De hecho, es la calidad de las relaciones que tenemos con el mundo la que orienta el descubrimiento de en qué somos únicos e irrepetibles.
Y es precisamente el sentido del asombro el que dicta la calidad de estas relaciones: se llama «atención selectiva», un potenciamiento de nuestros circuitos neuronales diferente para cada uno. Quien no siente asombro busca sustancias estupefacientes: sustancias, no relaciones, sino dependencias. Con tal de pertenecer o de sentirse amado, desaparece en las cosas o en los demás, hasta el punto de no saber ya quién es ni qué quiere.
Quien, en cambio, conoce y entrena «su» asombro, encuentra vida que lo sostiene, vínculos que lo inspiran y lo identifican, no desaparece en las cosas y en los demás, sino que sabe estar frente al mundo, como protagonista.
En la escuela no siempre es fácil darse cuenta de ello, llena como está a veces de grisura y desencanto, pero en el fondo la escuela termina o comienza precisamente si termina o comienza el asombro. ¿Por qué?
La escuela no es un edificio - sería demasiado poco -, sino cada espacio-tiempo de la historia en el que encontramos lo que nos maravilla. Hay escuela - a veces incluso en la escuela - dondequiera que se produzca el asombro, es decir, un encuentro real con el mundo.
El primer día de clase no es, por tanto, el comienzo de una sucesión de horas que hay que resistir a la espera del próximo puente, sino una metáfora del «sentido de la maravilla». ¿Cómo entrenarlo?
Quiero empezar con una llamada en la que se pregunte a cada uno: ¿para contar qué asombro has venido al mundo?
En la escuela podemos dar buen ejemplo contando el asombro que nos llevó a querer contar a otros la alegría y el encanto de la química, la filosofía, la cocina, el arte, la electrónica, la biología, la mecánica, las matemáticas y todas aquellas que podemos definir como materias del asombro.
Así tendremos una primera llamada de «asombros», cada nombre asociado al pedazo de mundo por el que siente atracción y, por tanto, atención.
Saber cómo y cuándo un niño - y en general una persona - siente que pertenece a la vida y que la vida le pertenece es escuchar una profecía sobre su destino.
Por eso me encanta el título que la astrofísica canadiense Rebecca Elson utilizó para su libro de poemas - Un compromiso con asombro -, porque cuando algo nos conmueve, ya estamos respondiendo - de ahí la responsabilidad - a una llamada de la vida que quiere que la cuidemos, de la manera que más nos convenga.
Quien no siente asombro no puede sentir amor por sí mismo ni por la vida, porque no sabe qué ama y no sabe qué le llama. Por eso hay que contar a los hijos y a los alumnos dónde nos ha atrapado el asombro, porque ellos buscan en nosotros, antes que una lección, una elección: elección, vocación, destino, responsabilidad.
¿Por qué habríamos dedicado tiempo y esfuerzo a algo para que se convirtiera en nuestro camino si no hubiéramos encontrado el asombro?
Por eso, una primera llamada bien hecha pregunta a los jóvenes dónde les ha cautivado el encanto, porque del «sentido de la maravilla» nace su «sentimiento de la vida» más personal: el amor por el mundo, por los demás y por sí mismos, única defensa real frente al sinsentido.
Un joven «irresponsable» es simplemente un joven que nunca ha sido llamado a la vida y por la vida, y por lo tanto nunca ha podido responder. Por eso, la llamada es el momento más importante del horario escolar: tú, precisamente tú, ¿para qué pedazo del mundo serás insustituible?
Y entonces: ¿por qué asombro estás aquí? Al fin y al cabo, cuando nos enamoramos de alguien, ¿no fue su forma única de «estar» en el mundo lo que nos sedujo?
Como decía Gilbert Keith Chesterton, no hay temas poco
interesantes, sino personas poco interesadas.
Y entonces me viene a la mente Van Gogh, que abrazó tarde su vocación y aprendió a pintar por su cuenta, y en diez años su mirada revolucionó el arte porque nadie como él sabía estar frente a girasoles, cipreses, rostros, estrellas... la misma «materia» que todos veían desde hacía siglos… pero sin el encanto con el que las contemplaba Van Gogh.
Así que hagamos bien esta primera llamada: asombro por asombro, maravilla por maravilla. Preguntar a un adolescente «¿qué asombro has venido a traer al mundo?» es un deber para nosotros, los adultos, como los educadores creen y dicen decimos que la escuela es asombro para él.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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