Ante la
mentira del Black Friday: un ejercicio de lucidez y de ascesis
Desde el miedo a perder la oferta hasta la ansiedad por llegar primero. Tal vez hasta podemos proponer un ejercicio para sobrevivir a la ansiedad del Black Friday.
Se trata de una ansiedad recurrente, casi estacional.
Comienza como una agitación a mediados de noviembre.
Es la llamada «fiebre de las compras»: una mezcla
de urgencia y miedo. Es el miedo a perder la oferta decisiva y la ansiedad por
no llegar primero al objeto de deseo.
Sin embargo, si se piensa que se trata de un problema
moderno, nacido con el comercio electrónico, se comete un error. Es un problema
profundamente humano.
El punto central seguramente es que esta ansiedad, en
gran parte, no es real. Es una ilusión que construye la mente humana.
El Black Friday es la demostración perfecta de que solemos aumentar nuestros dolores o
sufrirlos antes de que nos hayan afectado, o incluso inventarlos con la
imaginación - Seneca dixit -.
Es la ansiedad por un dolor imaginario: el arrepentimiento
futuro, el «dolor» de haber perdido la oferta. Es un dolor que inventamos con
la imaginación incluso antes de que el evento (la pérdida) sea real o nos haya
afectado.
Estalla una «fiebre» que se alimenta de dos errores de
juicio que son la raíz misma de nuestra infelicidad humana. La noción errónea
de riqueza y la consiguiente
pérdida del control interior.
Al analizar este estrés, surgen por lo menos dos «venenos»
psicológicos que componen la ansiedad por la super-oferta. Me explico.
1.- El veneno
del deseo: la idea errónea de la riqueza.
El primer síntoma es el «miedo a perder la oferta».
Este miedo se basa en un malentendido fundamental, que el objeto en oferta es
un bien en sí mismo y que no obtenerlo es un mal.
Y esto es un claro error de juicio. Los bienes
materiales (casas, ropa, teléfonos inteligentes) no son ni «bienes»
ni «males»: son «indiferentes».
El único «bien» verdadero es la virtud (un juicio correcto, la sabiduría,…).
El único «mal» es el vicio (un juicio erróneo, la falta de control,…).
El Black Friday funciona convenciendo al individuo de
que su felicidad depende de una posesión externa.
A esto, el mismo Séneca diría que no es pobre quien posee poco, sino quien desea más de lo que posee.
La ansiedad, por lo tanto, no proviene de la posible
pérdida del objeto, sino del deseo incontrolado que el individuo siente por él.
2.- El veneno
del rebaño: la pérdida de control.
El segundo síntoma es la «ansiedad por llegar primero». Se trata del pánico inducido por
la escasez (real o artificial), amplificado por la presión social, por el «rebaño»
que corre en la misma dirección.
En esta dinámica se pierde el necesario pilar del control.
Porque se deja que un factor externo (el temporizador de la oferta, la acción
de los demás) dicte la propia acción, perdiendo el centro de mando interior que
es el auto-control. La persona se vuelve reactiva, no proactiva.
Si la ansiedad nace de un juicio erróneo sobre la
riqueza y de una pérdida de control, el antídoto consiste en una serie de
«ejercicios» prácticos que podemos llamar “ascesis” para restablecer la
supremacía de la razón sobre el impulso.
Algunos ejercicios que se pueden proponer - la lista
puede ser ampliada - son, por ejemplo, los siguientes:
a.- Un ejercicio
puede consistir en reconocer el Black Friday por lo que es: un gran «espectáculo» social.
Al
igual que los juegos de gladiadores o los partidos del siglo…, es un evento
diseñado para generar emoción masiva y animación. La ansiedad por «llegar
primero» es el equivalente moderno de emocionarse por tu gladiador favorito o
por tu equipo de fútbol del alma.
Si se asiste
al Black Friday, uno debería hacerlo manteniendo su centro de mando. El
individuo sensato se abstiene de emocionarse de forma exagerada (la «fiebre
de las compras») y mantiene la calma.
b.- Otro
ejercicio es no dejarse llevar por el impulso de la «fiebre por las compras».
El
marketing del Black Friday está diseñado para crear una urgencia artificial,
una representación tan fuerte que exige una aceptación inmediata, pasando por
alto la facultad racional. Es una forma de provocación.
El
individuo sabio se esfuerza por no dejarse llevar y valora con lucidez si la
compra es una necesidad real o un deseo inducido por la provocación del
marketing comercial.
c.- Otro ejercicio es calcular el
«coste real», es decir, el precio en tiempo de vida.
El
marketing nos obliga a pensar en términos de dinero ahorrado, pero la lucidez nos
enseña a calcular el coste en términos de vida gastada. El tiempo es nuestro
único recurso no renovable.
Hay
que convertir el precio del objeto en horas de vida. Por ejemplo, si un objeto
cuesta 200 euros y los ingresos netos son de 20 euros por hora, ese objeto no
cuesta 200 euros, sino 10 horas de la propia existencia.
La
pregunta que desenmascara la ansiedad por la oferta es: «¿Vale la pena cambiar 10 horas de
mi vida, un bien, que nadie puede devolver, por este objeto?». Esto
desplaza inmediatamente el juicio del plano del «deseo» al del «valor»
real.
d.- Otro ejercicio es descomponer el
objeto del deseo, el análisis físico.
Es
decir, hacer un análisis objetivo, incluso hasta ‘despiadado’, del objeto que
se desea. El marketing no vende un producto, sino un aura, una promesa de
felicidad o de estatus. La ansiedad surge del deseo de esta promesa.
La lucidez
enseña a «descomponer» el objeto en sus elementos físicos para verlo «desnudo»,
despojado de su aura emocional.
Ese
nuevo smartphone no es «el futuro» ni «la conexión global»; sino
vidrio, metal, litio y plástico ensamblados que quedarán obsoletos en dos años.
Ese abrigo de marca no es «elegancia»
ni «éxito»;
es lana de oveja y botones de plástico. Este examen objetivo atenúa el deseo
inducido, devuelve al objeto a su naturaleza «indiferente» (ni bueno ni
malo) y neutraliza la ansiedad por poseerlo.
e.- Otro ejercicio es resistir el contagio
de la multitud.
Se
trata de un ejercicio que es un antídoto específico contra el «veneno
del rebaño» y la «ansiedad por llegar primero». Este
frenesí no es un juicio autónomo, sino un contagio social, un comportamiento «gregario»
que genera pánico.
Uno
tiene que ser consciente y lúcido para advertir de los peligros de la masa, en
la que se disuelve la razón individual. Y esto exige un acto de independencia
intelectual.
La «carrera»
del Black Friday es el «rebaño» que se arrastra hacia un error
de juicio de que un objeto rebajado es un bien absoluto. La acción consiste en
reconocer el frenesí ajeno (las colas, los productos agotados,…) por lo que es,
es decir, un «indiferente», un ruido externo que no debe influir en el propio
control.
Apagar
las notificaciones, cerrar las redes sociales y negarse a participar en la carrera
no es «perder», sino afirmar la propia superioridad racional sobre la
multitud.
f.- Otro ejercicio es valorar el
presente, es decir, hacer inventario.
En
otras palabras, se trata de un ejercicio que es un antídoto contra el deseo,
que a menudo surge de una falsa percepción de carencia inducida por el
marketing. La ansiedad por «perder la oferta» se basa en la idea
de que lo que se tiene actualmente es insuficiente.
Antes
de ceder al impulso de comprar un nuevo objeto (un abrigo, un teléfono,…), la
acción consiste en «considerar los bienes que se tienen».
La persona
lúcida debe observar lo que ya posee y que cumple esa función, preguntándose
cuánto desearía esos objetos si no los tuviera. Esto desplaza el foco de la
carencia (no tener la oferta) a la abundancia (ya tener lo que se necesita),
apagando el deseo inducido por lo superfluo.
g.- Otro ejercicio es ejercitar el «dominio
de sí mismo», la verdadera libertad.
Seguramente
es la culminación de esta ascesis de lucidez: afirmar la propia libertad
interior.
Cada
temporizador de una oferta, cada notificación de «escasez» o de «necesidad»,
es un intento externo de coaccionar la voluntad del individuo, convirtiéndolo
en esclavo de un impulso. La libertad es exactamente lo contrario.
El
individuo «obligado» por el temporizador de la oferta no es libre. Cada
vez que se resiste a un impulso inducido por el marketing, se está realizando
un acto de afirmación de la propia libertad interior. Rechazar la compra no es
una «pérdida»,
sino la «victoria» de la propia facultad de elección sobre la coacción
externa.
Estos y
otros ejercicios, repito que la lista no es completa, muchos menos exhaustiva,
se pueden completar con un ejercicio de redefinir la riqueza y el sentido de
la autosuficiencia.
Todo el evento del Black Friday se basa en la promesa
de un enriquecimiento (obtener más, pagando menos). Pero la lucidez enseña que la
verdadera riqueza no se encuentra en la acumulación de los bienes materiales
sino en la reducción del deseo, es decir, en el logro de la autosuficiencia.
Comprar el objeto en oferta no calma la «fiebre por
las compras», sino que la valida, simplemente preparando el terreno para el
siguiente deseo y la siguiente compra. La verdadera riqueza es la eliminación
de la necesidad.
La victoria sobre el Black Friday no es «comprar bien»
o «ahorrar dinero», sino no tener necesidad de comprar.
La pregunta final que se hace el individuo lúcido no
es «¿Esta compra me satisfará y cuánto?», sino «¿Esta compra me hará menos
libre y más dependiente del próximo deseo?».
El objetivo no es un carrito lleno, sino un alma
autosuficiente, que encuentra su riqueza no en la oferta, sino en su propia
capacidad para juzgar si esa compra es relevante o irrelevante... imprescindible o prescindible.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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