El estilo de Jesús
La caridad que viene de Dios y que, de manera especial, se manifestó en la vida de Jesucristo, es gratuita y se acerca al otro como cuidado.
Cuando Jesús cura a alguien en el Evangelio, lo
levanta, le permite levantarse y caminar con sus propias piernas y así
continuar el camino por sí mismo. La caridad de Jesús no aplasta al pobre en su
pobreza, sino que le permite salir de ella. La caridad que brota del Espíritu
del Señor no genera dependencia.
Todo esto se ve muy bien en la parábola del buen
samaritano (cf. Lc 10, 29-37). La compasión es el resultado de una mirada que
muestra atención por el otro. La compasión del samaritano, que es lo contrario
de la indiferencia, se manifiesta en un movimiento de acercamiento, en una
serie de gestos que hacen visible el deseo de devolver al pobre desafortunado,
que ha caído en manos de los ladrones y ha sido maltratado, a una situación de
autonomía.
El dinero que el samaritano ofrece al posadero se
produce después de toda una serie de gestos que manifiestan cuidado, atención,
en otras palabras: amor. En este breve pasaje del Evangelio se hace evidente
que el dinero en sí mismo no resuelve el problema de la indigencia.
Es necesario ver al pobre y no solo pasar junto a él.
Una mirada que provoque interés por el otro, un camino de reciprocidad, que nos
ponga en condiciones de compartir el tiempo, la inteligencia para comprender lo
que hay que hacer y, luego, también lo que tenemos materialmente.
El compartir material debe ir siempre precedido de la
compasión por el otro, de un camino de empatía con quien sufre, de lo
contrario, el encuentro con el pobre se reduce a la pena.
Cada vez que Jesús entra en contacto con el pobre, se
mueve por la compasión, que es lo contrario del sentimiento de pena. Mientras
que, de hecho, el sentimiento de compasión tiene como centro de interés al otro
en su situación de pobreza y se interesa por sacarlo de esa situación, el
sentimiento de pena se centra en sí mismo.
Quien se mueve por un sentimiento de pena no está
interesado en resolver el problema del indigente, sino en satisfacer una
necesidad personal, que en el caso que nos ocupa significa tranquilizar la
propia conciencia realizando un gesto inmediato con muy pocas consecuencias
para el futuro.
Hay toda una forma de hacer caridad que dice
claramente de qué camino espiritual venimos.
Hay otro texto que puede ayudarnos a comprender el
método de Jesús en su relación con los pobres. Es el famoso texto de la
multiplicación de los panes y los peces.
Con los pobres no se juega, cuando los encontramos no
podemos simplemente embaucarlos con palabras, se necesita pan, es decir, hay
que inventar algo. Estos versículos del Evangelio de Mateo (14, 13-21) enseñan
que el camino que recorren los cristianos para ayudar a los hermanos y hermanas
más pobres no es el mismo que recorre el mundo. Hay un método diferente.
Por un lado, entonces, no se puede quedarse de brazos
cruzados ante tantas situaciones de miseria; por otro lado, la acción social
que el cristiano está llamado a realizar procede de una manera muy especial. De
hecho, si el mundo entra en el mundo de los pobres dando cosas, el cristiano,
siguiendo el ejemplo de Jesús, se las hace entregar.
Hay que recorrer un largo camino de encarnación, que
es al mismo tiempo un camino de muerte, para que los propios pobres nos
entreguen el pan que compartiremos con ellos, para devolvérselo bendecido. El
mundo entra en la realidad de los pobres con la arrogancia de quien ya lo sabe
todo y tiene que dar y enseñar todo.
Nosotros, los cristianos, deberíamos entrar en el
mundo de los pobres como Jesús lo hizo con nosotros, es decir, en silencio,
esperando mucho tiempo antes de decir una palabra y revistiendo continuamente
de silencio esa palabra.
Si el mundo entra con arrogancia en el mundo de los
demás, sin escuchar a nadie y creyendo que cada uno de sus gestos, cada uno de
sus dones es lo justo y necesario que los pobres están esperando y que, por lo
tanto, sin duda deben agradecer, el cristiano, por el contrario, entra en el
mundo del otro de puntillas, escuchando, tratando de ayudar al pobre a abrirse,
a entregar sus problemas y, a partir de ahí, comenzar a responder.
La relación
con los pobres debe preceder a la materialidad de las cosas que se dan. Puede ser un discurso simplista, pero corresponde a
la realidad que Jesús ha señalado.
Ciertamente, la relación como prioridad no significa
que debamos agotar nuestra relación con los pobres en charlas. De todos modos, Jesús
nos enseña que todo debe ir precedido de la atención al otro, del cuidado de
las relaciones.
El otro dato importante en el camino hacia los pobres
consiste en la capacidad de involucrar a las personas que están cerca de
nosotros, tal como lo hizo Jesús, que involucró a sus discípulos: dadles
vosotros mismos de comer.
Es un imperativo que revela un dato importante, a
saber, que la comunidad es la primera responsable de los pobres que viven en su
territorio.
Esto significa que el camino hacia los pobres no puede
delegarse en nadie y, al mismo tiempo, que la bondad y la sensibilidad de
alguien nunca pueden sustituir a la comunidad, que siempre debe estar
involucrada.
Demasiadas veces el discurso caritativo se vive como
una actitud aislada de alguien que se siente realizado con ello. Ayudar
a las personas de la comunidad a vivir la caridad como un don del Señor y no
como una satisfacción personal para satisfacer la propia conciencia es la
primera caridad que podemos realizar dentro de la propia comunidad.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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