¿Qué hemos hecho de la espera del Señor?
Entramos en el tiempo de Adviento, tiempo de recuerdo,
de invocación y de espera de la venida del Señor.
En nuestra profesión de fe confesamos: «Se
encarnó, padeció bajo Poncio Pilato, murió y fue sepultado, descendió a los
infiernos, al tercer día resucitó según las Escrituras, vendrá en gloria para
juzgar a los vivos y a los muertos».
La venida del Señor es parte integrante del misterio
cristiano porque el día del Señor fue anunciado por todos los profetas y Jesús
habló varias veces de su venida en gloria como Hijo del Hombre, para poner fin
a este mundo e inaugurar un cielo nuevo y una tierra nueva.
Toda la creación gime y sufre como en dolores de parto,
esperando su transfiguración y la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8,19ss.): la venida del Señor será la
respuesta a esta súplica, a esta invocación que a su vez responde a la promesa
del Señor («¡Vengo pronto!»: Ap 22,20) y que se une a la voz de quienes a
lo largo de la historia han sufrido injusticia y violencia, desconocimiento y
opresión, y han vivido como pobres, afligidos, pacíficos, indefensos,
hambrientos.
Consciente de que los tiempos ya se han cumplido en Jesús,
el Cristo, la Iglesia se hace eco de esta espera y, en el tiempo de Adviento,
repite con más fuerza y asiduidad la antigua invocación de los cristianos: ¡Marana
thà! ¡Ven, Señor!
San Basilio pudo responder así a la pregunta «¿Quién
es el cristiano?»: «El cristiano es aquel que permanece
vigilante cada día y cada hora sabiendo que el Señor viene».
Pero debemos preguntarnos: ¿hoy en día, los cristianos
siguen esperando con convicción la venida del Señor?
Es una pregunta que la Iglesia debe plantearse porque
se define por lo que espera y desea. Y, además, porque hoy en día existe una
conspiración de silencio sobre este acontecimiento que Jesús nos presenta como
un juicio ante todo misericordioso, pero también capaz de revelar la justicia y
la verdad de cada uno, como encuentro con el Señor en la gloria, como Reino
finalmente consumado en la eternidad.
A menudo se tiene la impresión de que los cristianos
leemos el tiempo de manera miope, como un eternum continuum, como un
tiempo homogéneo, sin sorpresas ni novedades esenciales, un infinito instante o
momento, un eterno presente en el que pueden suceder muchas cosas, ¡pero no la
venida del Señor Jesucristo!
Para no pocos cristianos, ¿no se ha convertido el
Adviento en una simple preparación para la Navidad, como si aún se esperara la
venida de Jesús en la carne de nuestra humanidad y en la pobreza de Belén?
¡Ingenua regresión devota que empobrece la esperanza
cristiana!
En verdad, el cristiano es consciente de que si no
hay venida del Señor en la gloria, entonces él es más digno de lástima que
todos los miserables de la tierra (cf. 1 Cor 15,19, donde se habla de
la fe en la resurrección), y si no hay un futuro caracterizado por el ‘novum’ que el Señor puede instaurar,
entonces el seguimiento de Jesús en el hoy histórico se vuelve insostenible.
Un tiempo sin dirección ni orientación, ¿qué sentido
puede tener y qué esperanzas puede abrir?
El Adviento es, por tanto, para el cristiano un tiempo
fuerte porque en él, eclesialmente, es decir, en un compromiso común, se
practica la espera del Señor, la visión en la fe de las realidades invisibles
(cf. 2 Cor 4,18), la renovación de la esperanza del Reino en la convicción de
que hoy caminamos por la fe y no por la visión (cf. 2 Cor 5,6-7) y que la
salvación aún no se experimenta como una vida que ya no está amenazada por la muerte,
la enfermedad, el llanto, el pecado.
Hay una salvación traída por Jesús que conocemos en el perdón de los pecados, pero la salvación plena —la nuestra, la de todos los
hombres y la de todo el universo— aún no ha llegado.
También por esto, la espera del cristiano debería ser
una forma de comunión con la espera de los judíos que, como nosotros, creen en
el «Día del Señor», en el «Día de la liberación», es decir, en el «Día del
Mesías».
El Adviento nos lleva al corazón del misterio cristiano:
la venida del Señor al final de los tiempos no es otra cosa, de hecho, que la
extensión y la plenitud escatológica de las energías de la resurrección de Jesús.
En estos días de Adviento es necesario, por tanto, plantearse
algunas preguntas:
1.- ¿No
nos comportamos los cristianos como si Dios se hubiera quedado atrás, como si
solo encontráramos a Dios en el niño nacido en Belén?
2.- ¿Sabemos
buscar a Dios en nuestro futuro teniendo en el corazón la urgencia de la venida
de Jesús, como centinelas impacientes del amanecer?
Y debemos dejarnos interpelar por el grito más actual
que nunca de Teilhard de Chardin: «Cristianos, encargados de mantener siempre
viva la llama ardiente del deseo, ¿qué hemos hecho de la espera del Señor?».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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