jueves, 18 de diciembre de 2025

Hacerse cargo, levantarse y poner a salvo a los seres queridos - San Mateo 2, 13-15. 19-23 -.

Hacerse cargo, levantarse y poner a salvo a los seres queridos - San Mateo 2, 13-15. 19-23 -

Creo que leer la Palabra es como adentrarse en la mar. Creo que es como confiar. Creo que un día te das cuenta de que la Biblia no es solo una historia entre otras historias, la Biblia es la historia que se repite, que se reescribe, que como un mar pide inmersión y confianza, la confianza de dejarse llevar por las ondas y hacer que vuelva a suceder la historia. 

Como la página del Evangelio de hoy: es el Éxodo que se reescribe. El Éxodo en las tramas de la vida de José, María y Jesús, el Éxodo que se reescribirá infinitas veces, cada vez que haya hombres dispuestos a hacerlo realidad. 

Esperemos solo tener siempre las palabras para reconocer el relato bíblico, esperemos estar tan capacitados para soñar como para reconocer en la trama de lo que está sucediendo, a pesar de su total novedad, los indicios de esa historia que nos precede y nos cuenta y nos revela el sentido de nuestra existencia. 

Una historia hecha de esclavitud y libertad, de valor y desierto, de palabras que salvan y de idolatrías que aplastan. 

Sabio es el hombre que sabe reconocer y dar nombre a todo esto. Sabio es aquel que sabe encontrar entre las líneas a menudo confusas de la crónica ese camino de libertad que fue de los padres y será de los hijos. José fue un hombre sabio. 

El Éxodo ocurrió también para la familia de Nazaret. Inmediatamente levantarse y llevar a un niño a un lugar seguro, a Egipto, es el sueño el que lo dice, se reescribe la historia de un nuevo José, rey de los sueños, y luego hay que volver, ida y vuelta, y Jesús guardará en sus pupilas de recién nacido esta antigua trayectoria de libertad, y la reescribirá, a su manera, para nosotros. Para nosotros, que necesitamos otro éxodo, y un nuevo Moisés, un posible paso para no quedarnos atrapados en el mar de la muerte. 

La Biblia pide poder ser reescrita siempre, esta es su verdad más profunda, su estatuto de verdad, somos nosotros los que damos vida a la página cada vez que, como José, en la noche, intentamos levantarnos, en la noche de una vida, la nuestra, una vida que nunca se comprende del todo. 

Escribir y dejarse escribir por Dios es aceptar que hay que levantarse incluso cuando se preferiría esconderse o, en el límite, morir, hay que levantarse y mostrarse bien y mirar de frente a la vida y decidir salvar una parte de ella. Unos padres con un niño, aparentemente insignificante, pero que hay que salvar. 

Si creemos que la Palabra no es una aburrida pérdida de tiempo, es urgente darle carne, encarnación, que no bastan las discusiones de los eruditos, la vida no pide ser explicada, ni siquiera las homilías sirven si no están encarnadas por cuerpos valientes, la Palabra pide ser masticada y comida, convertirse en carne, esa carne que una noche decide que ha llegado el momento de levantarse y, en respuesta a un sueño, salvar una parte del mundo. Huir de la muerte haciéndose cargo de los indicios de vida naciente. 

Hay un Éxodo que pide ser reescrito en la trama de nuestros sueños, deseos, decisiones. No se trata de tener fe, sino de sentir que Dios quiere volver a confiar en nosotros. 

Hay que levantarse y amar con un gesto temerario un pedazo del mundo e intentar huir con él, será un enamoramiento o un ideal, cualquier cosa, basta con que implique el riesgo de «hacerse cargo» de algo o alguien, levantarse para salvar solo a uno mismo es un acto ignominioso, además de inútil, nunca nos salvamos solos. 

Levantarse para salvar solo a uno mismo, sin la dulce carga de la debilidad ajena, deja la huida como huida; si, en cambio, se juega en el abrazo de un corazón que late, la huida se convierte en peregrinación, éxodo, resurrección. 

Y mientras José se levanta en la noche, y mientras intenta descifrar los sueños que lo guían, lo que parece claro es que la fe en Dios siempre complica las cosas. La decisión de obedecer a la Anunciación es un gesto peligroso e incómodo. 

Parece volver a ver a Abraham, con Isaac, primero la promesa de un hijo, luego la locura divina de quererlo de vuelta y luego desatado, para la libertad definitiva. Puede ser que José haya releído en su historia ese trágico entrelazamiento de promesas y cambios de opinión, golpes y caricias que dejan aturdido, que hacen dudar de este Dios tan oscuro. Otra vez reescritura. 

La fe es también esta lucha, esta trágica exposición a la vida, esta aceleración impuesta a los días, este empujón contra el filo afilado de los acontecimientos. Y es que la vida te mira a los ojos y te obliga a decidir entre la vida o la muerte, a elegir entre salvarte a ti mismo o a tus seres queridos. 

Cuando la vida es punzante, cuando en nombre de un sueño una mujer o un hombre deciden poner en peligro lo que tienen para ampliar los límites de un aliento naciente, en ese momento se reescribe la Biblia. 

La fe no es ponerse a salvo, no es un refugio cómodo en el que recuperar el equilibrio y la serenidad, creer es transformar el instante en una pregunta, es aceptar el riesgo de dejarse reescribir por una Historia que siempre pide tinta nueva para narrar la palabra más insidiosa de todas: Amor. 

La fe no es rezar a un Dios para que nos salve, sino que es Él quien nos reza a nosotros, quien se pone en nuestras manos, para seguir narrando una relación que no tiene otra gramática que la vida real, los cuerpos, el espacio y el tiempo. 

La fe es levantarse en mitad de la noche, amar tanto el mundo que queremos salvar al menos una parte de él, arriesgándonos. Amar tanto el mundo que nos hacemos cargo de un aliento naciente para aprender a reconocer a todas las personas que ya nos están salvando. 

Y es en esa trama de acontecimientos encarnados, donde la Biblia se convierte en historia íntima y colectiva, descubrir que esa es la única manera de escribir y reescribir el nombre de Dios sin caer en el error. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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