sábado, 13 de diciembre de 2025

¿Y una teología ‘líquida’?

¿Y una teología ‘líquida’?

Si en el panorama contemporáneo la teología dogmática puede definirse como «sólida», es decir, basada en principios y sistemas estables y a menudo inmutables, su opuesto natural sería la «liquidez».

 

Esta metáfora, tomada del léxico de las ciencias sociales, sugiere una teología capaz de adaptarse, fluir y renovarse en relación con las necesidades históricas, culturales y sociales del tiempo presente.

 

La solidez de la teología tradicional, aunque garantiza la coherencia y la identidad doctrinal, a menudo ha generado rigideces que obstaculizan el diálogo con las complejidades de la actualidad.

 

De hecho, esa rigidez epistémica dificulta la acogida de las preguntas inéditas que provienen de la sociedad, generando desorientación y desconfianza en las posibilidades de reforma.

 

Una estructura sólida, si no es capaz de cambiar, corre el riesgo de romperse ante los retos que no puede comprender o resolver, hasta desaparecer gradualmente del horizonte cultural.

 

En este contexto se podría hablar de una teología con un rostro nuevo, que sepa acompañar los problemas tal y como se presentan, sin endurecerse ante lo diferente o lo nuevo.

 

Una teología líquida, en esta perspectiva, no se limitaría a tolerar las diferencias, sino que las asumiría como una oportunidad de crecimiento, de escucha y de diálogo. Consideraría la pluralidad de opiniones no como una amenaza, sino como un estímulo constructivo que puede renovar la propia doctrina.

 

La teología líquida se distinguiría por su capacidad de dar y recibir, de acoger la contribución de otras teologías, sin miedo a contaminarse. De este modo, se convertiría en intérprete de una modalidad eclesial más inclusiva y misericordiosa, en claro contraste con la dureza doctrinal que, a lo largo de los siglos, ha sembrado a veces violencia e intransigencia.

 

Algunas páginas oscuras de la historia dan testimonio de cómo la teología sólida, aliada del poder político, ha impuesto por la fuerza una fe uniforme, anulando la diversidad y la libertad de conciencia.

 

Una teología líquida se ofrecería como un paradigma alternativo, capaz de superar las rigideces del pasado y promover un pensamiento teológico más abierto, dialógico y atento a los retos del presente.

 

Tal vez solo a través de esta transformación epistemológica será posible devolver a la teología su función original: ser un lugar de investigación, de confrontación y de auténtica experiencia espiritual.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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