miércoles, 29 de enero de 2025

Atravesar, transformando, la tarde del cristianismo.

 Atravesar, transformando, la tarde del cristianismo 

Hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”: así responden los discípulos al Nazareno que mira hacia su barca y les pide que se hagan a la mar. 

El libro del filósofo y teólogo checo Tomaš Halík, “La tarde del cristianismo. Valor para la transformación”, se basa en esta imagen evangélica. Hay un valor en el cambio, en la transformación. Porque el cansancio, las desilusiones y las dudas todavía están presentes hoy en muchos cristianos, que 'han trabajado toda la noche' para llevar el anuncio de Cristo resucitado, pero han recogido las redes vacías. Pero, dice el autor, la invitación a zarpar puede resonar todavía hoy, echando las redes al mar, esta vez llenando la barca de peces. Sin embargo, ¿dónde echar las redes? ¿Cómo pescar? ¿Cómo cambiar para poder pescar? ¿Hacia qué meta nos dirige el Espíritu hoy? 

Tomaš Halík intenta responder a estas preguntas a partir de su experiencia como guía espiritual y profesor en una universidad laica de Praga, como erudito y como hombre inmerso en su tiempo, en una nación, la República Checa, que vive unos índices muy elevados de secularización, después de la opresión nazi primero y del largo régimen comunista después. 

De hecho, la primera cuestión que hay que destacar es que el teólogo es ante todo un testigo y un pastor que construye sus reflexiones a partir de su experiencia sobre el terreno: 3000 adultos bautizados por él a lo largo de los años, después de la caída del comunismo, cuando finalmente pudo revelar que era un sacerdote católico (después de los años de la "iglesia del silencio"). 

Por eso, sus reflexiones se configuran como fuertemente enraizadas en la concreción pastoral, en la escucha, y luego en el estudio, en la investigación, en la oración, en el diálogo con intelectuales, cristianos o laicos. De aquí la profunda convicción de Tomaš Halík: “Si el cristianismo quiere superar la crisis en la que se encuentran muchas de sus formas actuales y convertirse en una respuesta inspiradora a los desafíos de esta era de grandes cambios en la civilización, debe cruzar con valentía muchas de las fronteras actuales mentales e institucionales. Ha llegado el momento de que el cristianismo vaya más allá de sí mismo”. 

Para lograr esta superación, es necesario emprender con valentía un discernimiento lúcido de los signos de los tiempos, tratando de comprender lo que Dios dice en la historia que vivimos, según una metodología hermenéutica que se sitúa en la encrucijada entre la teología, filosofía, sociología, metodología, y que el autor define como “Kairología”, entendida como una "experiencia hermenéutica teológica de la fe en la historia". 

Kairología, por tanto, de kairos, porque el momento que estamos viviendo es una crisis oportuna para repensar (y revivir) el mensaje evangélico, teniendo la conciencia de que Cristo resucitado está vivo y presente y, por tanto, la historia se convierte en un lugar teológico y un lugar del Apocalipsis: «Para la Biblia el lugar de la teofanía es ante todo la historia». La historia no se deja al azar: “¿No es la historia el “tercer libro”, junto a la Biblia y la naturaleza?” – porque con el tiempo se realiza misteriosamente la guía del Espíritu. 

Son años en los que vivimos, y en los que se desatan dos pandemias: no sólo la del virus, sino también la de los abusos sexuales, un escándalo que según el teólogo checo es igual al de la venta de indulgencias que aceleró la reforma luterana. 

En la actualidad, el cristianismo atraviesa una grave crisis, culminación de un proceso que comenzó con la reforma luterana y se fue agravando paulatinamente, en una pugnaz dicotomía con el mundo moderno, que culminó en la llamada «Edad Pía» (de Pío IX a Pío XII), cuando la Iglesia de Roma se convirtió en la animadora de una contracultura cada vez más combativa, que, sin embargo, provocó una exculturación del cristianismo, al promulgar «una autocastración intelectual silenciando, en su batalla antimodernista, a muchos pensadores creativos dentro de sus filas». Así, en plena modernidad, perdió la capacidad de mantener un diálogo digno con la filosofía de la época y con una ciencia en tumultuoso desarrollo. Y cuando, con el Concilio Vaticano II, la Iglesia dio marcha atrás y entabló un diálogo constructivo con el mundo, liberándose de la nostalgia premoderna, había pasado demasiado tiempo. Los frutos del Concilio fueron buenos, pero entretanto el mundo entró en el postmodernismo y en la era de Internet, que Halík data simbólicamente en 1969, el año del alunizaje y del primer microprocesador, es decir, pocos años después de la clausura del Concilio Vaticano II. 

Hoy en día, según el pensador checo, asistimos al apogeo de una crisis de madurez del cristianismo, tanto en los modelos trivializadores del kitsch como en las formas superficiales de espiritualidad que adoptan las formas de la psicoterapia, así como en las formas de un cristianismo identitario y políticamente instrumentalizado, incluso en sus impulsos tradicionalistas autoconsoladores (y algunos los debates eclesiales más recientes parecen confirmar esa lectura), bastante estériles en su distanciamiento de la humanidad: «el tradicionalismo y el fundamentalismo, que son a su vez formas de la escena religiosa contemporánea, no son una mera continuación de la religión premoderna a la que se refieren, sino más bien un fenómeno moderno, y en su esfuerzo por imitar y fijar una determinada forma de religión del pasado se convierten de hecho en antitradicionales: niegan la sustancia misma de la tradición, que es un movimiento creativo de recontextualización de los contenidos religiosos y su adaptación a nuevos contextos». 

Así, tomando prestada de Carl Jung la imagen de las etapas de la vida como fases del día, cree que hoy habitamos la tarde del cristianismo, en la que la Iglesia puede ser como el hombre en la madurez tardía y la vejez, que muy a menudo atraviesa una crisis que puede ser una invitación a un descenso a las profundidades, una oportunidad para completar un «proceso de maduración a lo largo de toda la vida», generando «previsión, sabiduría, paz y tolerancia, la capacidad de controlar las emociones y superar el egocentrismo», llegando así a la plenitud. O el hombre puede cumplir mal la tarea de la 'tarde', experimentando «rigidez, desorden emocional, ansiedad, suspicacia, mezquindad, autocompasión», junto con miedo y terror. 

Del mismo modo, el cristianismo actual corre el riesgo de «envejecer mal» o de no bajar a lo más profundo, al corazón del mensaje de Jesús de Nazaret. De este modo, corre el peligro de no captar ya el dinamismo de la vida de fe, que es siempre un seguimiento y no un depósito estático que congela las existencias e impulsa a la renovación, ante todo biográfica. 

Porque, dice el pensador checo, la religión nunca ha muerto ni, en consecuencia, nunca ha «vuelto», sólo ha cambiado de formas y hoy se presenta con los rasgos de un fuerte deseo de espiritualidad, en los caminos del misterio que son más apertura a la acción de Dios que cerrazón en fórmulas y definiciones (Tomaš Halík se muestra siempre cercano a la tradición de la teología negativa). Afirma a este respecto: «La tarea que corresponde al cristianismo en la fase vespertina de su historia consiste en gran parte en el desarrollo de la espiritualidad, y una espiritualidad cristiana entendida de un modo nuevo puede contribuir significativamente a la cultura espiritual de la humanidad actual, incluso mucho más allá de los confines de las Iglesias». 

Tras una aguda e inteligente hermenéutica de la actualidad (derivando diversas categorías de Bonhoeffer, De Chardin, Rhaner, De Certeau, Taylor), apoyándose en algunas grandes imágenes del Papa Francisco, Tomaš Halík propone cuatro conceptos eclesiológicos en los que profundizar y dar vida. 

El primero es el de la Iglesia como «pueblo de Dios en peregrinación a través de la historia», es decir, una «Iglesia en marcha y enfrentada a cambios incesantes»: esto conduce -según la teología del proceso- a la maduración de una concepción dinámica de Dios y, por tanto, de la Iglesia, en un movimiento escatológico incesante. 

El segundo concepto se refiere a la Iglesia como «escuela de vida y escuela de sabiduría». Según el principio medieval de ‘contemplata aliis tradere’ -transmitir lo que se ha contemplado primero-, “también en las sociedades eclesiales modernas -parroquias, conventos, movimientos eclesiales- debe renovarse esta cultura del diálogo con Dios y entre los cristianos, de la unión de teología y espiritualidad, de la formación religiosa y del cuidado de la vida espiritual”. Todo ello poniendo en el centro del diálogo, de la investigación y del debate el corazón del cristianismo, es decir, las tres virtudes teologales, preguntándose qué significan hoy para la humanidad la fe, la esperanza y el amor. 

El tercer concepto eclesial es el de la Iglesia como hospital de campaña, es decir, una comunidad que sale a buscar a los heridos de la vida, ya sean heridos sociales, psicológicos, físicos o espirituales, tratando de aportar curación y cuidados (en este sentido, son realmente intensas las páginas en las que Tomaš Halík relata su labor de escucha de personas que han sufrido abusos sexuales por parte de figuras religiosas). 

El cuarto concepto es, finalmente, el de la Iglesia como espacio de acompañamiento espiritual, por lo que debe hacerse promotora de lugares de adoración y contemplación, de silencio, de encuentro y diálogo, «donde sea posible compartir la experiencia de la fe», en la certeza de la presencia continua de la encarnación de Dios en Cristo y, por tanto, de su permanencia en toda situación humana. En esto consiste la propuesta de repensar las parroquias más como centros espirituales y ya no como meras comunidades territoriales. 

En este sentido, pueden ser necesarias algunas reflexiones en el campo de la moral, la organización eclesial, el sacerdocio y la presencia de la mujer, superando de una vez por todas moralismos estériles y fobias sexuales: «La mentalidad pública laica ha empezado a percibir a la Iglesia como una especie de sociedad enfadada, obsesivamente interesada en ciertos temas (aborto, preservativos, relaciones homosexuales) a los que dirige continua e incomprensiblemente su anatema; la gente sabía contra qué estaban los católicos, pero dejó de entender a favor de qué». 

En un proceso deben situarse muchos y diferentes pasos dentro de una metanoia más amplia de la vida de fe, del individuo y de las Iglesias, según intensidades, modalidades y carismas distintos pero integrables. De este modo, pasando del catolicismo a la catolicidad, por tanto a una verdadera universalidad, en diálogo con todos (Fratelli tutti es uno de los grandes puntos cardinales de la reflexión de Tomaš Halík), los cristianos podrían volver a ser «los que están en camino», según la feliz definición de los Hechos de los Apóstoles, es decir, los que están en camino de seguir los caminos del mundo. En resumen, volver a estar en el mundo sin ser del mundo. Y salir, como Abraham, en la confianza de la cercanía de Dios, porque, nos recuerda Tomaš Halík, «nadie está fuera del amor de Dios». 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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