miércoles, 29 de enero de 2025

Repensar la formulación cristiana.

Repensar la formulación cristiana 

Estar en la frontera, sobre todo con los jóvenes y los no creyentes, tiene una ventaja, entre otras muchas: obliga a darse cuenta de que muchas fórmulas repetidas un tanto cansina y automáticamente en los círculos católicos ya no significan nada. Lo interesante es que hoy en día, con mucha franqueza y libertad, el interlocutor pregunta sin problemas y no se conforma con frases hechas, revelando la insuficiencia de las explicaciones superficiales y de los temblorosos vuelos conceptuales. 

Voy a poner un ejemplo: «Jesús al morir salvó al mundo del pecado». Es una frase repetida a menudo en contextos catequéticos u homiléticos. Y que hoy no significa nada para el joven medio. No solamente no son comprensibles conceptos como «salvación», «el pecado del mundo», sino que incluso el marco conceptual es imposible de entender. Pero esto también concierne a los adultos que ya no tienen un camino de fe. 

Por otra parte, seamos sinceros: ¿qué dice realmente esa frase tan cuestionable, incluso a quienes frecuentan habitualmente los círculos católicos? 

El hecho es que, como hacen los loros…, se han repetido expresiones y razonamientos mezquinos, pero que no resisten un cuestionamiento serio, ni son sostenibles ante quienes ni hablan ni entienden esa lengua, por ser portadores de una gramática ajena. Es asombroso ver cómo todo un marco teológico-catequético básico ya no es comprensible ni aceptable para tantas personas diferentes: es como poner a dos personas a hablar dos idiomas distintos. 

Conceptos como «salvación», «redención», por ejemplo, ya no son elocuentes. Las simplificaciones a las que se llegó a lo largo de los siglos, para «educar al pueblo», no se sostienen hoy, también porque ya no se trata de tener delante a hombres y mujeres poco instruidos y poco formados en la libertad, como fue el caso durante siglos, sino a personas que tienen un nivel cultural medio (al menos saben leer, escribir, razonar,…), celosas de la autonomía de su propia libertad y, además, poco interesadas en lo que se transmite. 

Parresía, curiosidad sincera y sana ironía: los que están en la frontera saben que éstos son los ingredientes de muchas conversaciones. Vamos con algunos ejemplos… 

Rezamos a Dios para pedirle la paz”: pero ¿por qué, hay que convencer a Dios de que la paz es buena? 

Jesús te salva de tu pecado”: ¿un hombre que vivió hace dos mil años me salva de una acción realizada esta mañana? 

Fue crucificado a causa de nuestros pecados”: pero yo no estaba allí hace veinte siglos. 

Jesús te redimió”: ¿qué idioma hablas? 

Los ejemplos son muchos, no sé si todos válidos pero seguramente sí estimulantes. Porque nos obligan a releer y a descender en profundidad, si queremos ser serios y honestos (obviaré los mantras léxicos de no pocos movimientos y asociaciones, refritos en cada ocasión oportuna y no oportuna, desafiando todo sentido de la realidad y toda mínima consideración del interlocutor). 

Una tarea urgente de la teología y de la pastoral es tomar conciencia de una necesaria re-semantización de los conceptos y palabras fundantes de la fe cristiana; cambiar el léxico, reformular los argumentos, abandonar lo que no es sostenible ante un replanteamiento serio y evangélico, buscar nuevas formas lingüísticas de comunicar los núcleos fundantes de la experiencia cristiana. 

Y, al mismo tiempo, recordar lo que el interlocutor puede o no entender en primera instancia. Es un ejercicio saludable, «adelgazante» y creativo. Es un ejercicio que experimentan con frecuencia quienes ejercen la docencia. ¿De qué hablas y cómo hablas si tienes delante a una persona que no entiende un léxico, una imaginería, un arsenal de expresiones? O se repite el estribillo, condenando a todos a la incomunicación, o se reformula cada elemento, eligiendo lo que se mantiene y lo que se omite. 

Si queremos tener una mirada no autorreferencial, debemos darnos cuenta de que éste es un horizonte urgente -además, fue también una de las semillas de la Evangelii Gaudium, quizá hasta descuidada como otras-. 

Una hermenéutica de hoy no puede prescindir de una reflexión y de un cambio de lenguaje, como nos enseña la filosofía. El riesgo es seguir hablando un dialecto local, cada vez más pobre (y conceptualmente cuestionable), mientras el resto del mundo que viaja en nuestro vagón ni entiende ni quiere entender, porque otros son los estilos, la racionalidad, la gramática, la sintaxis,… Es decir, otra es la vida sobre la que dialogar. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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