Más allá del mal
Algunos pensamientos de Etty Hillesum pueden iluminarnos en nuestro camino espiritual como religiosos, también como creyentes (presbíteros o laicos), en medio del Pueblo de Dios.
Y, porque entiendo que algunos pensamientos de su diario son significativos, quizá hasta puede ser un libro que podamos leer y rezar en este Jubileo de la Esperanza: “Diario de Etty Hillesum: Una vida conmocionada”.
Etty Hillesum es una joven judía que vive en Holanda y que comenzó a escribir un diario en 1941. Nos muestra su recorrido de crecimiento espiritual, en el que nutre su capacidad de resistencia creando espacios para sí misma, para la belleza y la meditación, y al mismo tiempo ejercita su solidaridad en la sociedad. Etty Hillesum trabaja con el Consejo Hebreo de la ciudad, entra en contacto con los judíos que son deportados. Después va por elección al campo de concentración de donde partirá en tren hacia Auschwitz-Birkenau, donde ella también morirá unos meses después (noviembre de 1943).
Una muchacha que “no sabía arrodillarse”, emprendió una búsqueda interior que la enraizó en ese ser puro en el que percibió la presencia divina y acogió a las víctimas del exterminio: “Mi vida es una ininterrumpida ‘escucha dentro’ de mí misma”. Frente a un “infierno absoluto”, sostiene que si Dios “ya no puede ayudarnos, seremos nosotros quienes tengamos que ayudar a Dios”, conservando huellas de Él en el corazón humano.
Las reflexiones de Etty Hillesum expresan muy bien el sentido de la vida espiritual puesta en el centro del camino de la vida humana y cristiana, vivida en la lógica de “ayudar a Dios, ayudar a los demás”, de “sumergirse en uno mismo, sumergirse en los demás”, “destruir en uno mismo lo que uno cree que debe destruir en los demás”.
“Mi cabeza es el taller donde todas las cosas de este mundo deben venir a formularse con plena claridad. Y mi corazón es el horno ardiente en el que todo debe ser sentido y sufrido con intensidad”.
“Imagino que algunas personas rezan con la mirada dirigida al cielo: buscan a Dios fuera de sí mismas. Hay otros que inclinan la cabeza y la esconden entre las manos: creo que buscan a Dios dentro de sí mismos”.
“Hay una fuente muy profunda dentro de mí. Y en ese manantial está Dios. A veces puedo alcanzarlo, muchas veces está cubierto de piedras y arena: entonces Dios está enterrado. Luego tendremos que desenterrarlo de nuevo”.
“No veo otra solución que reunirnos y arrancar nuestra podredumbre. Ya no creo que podamos mejorar algo en el mundo exterior sin hacer antes nuestra parte dentro de nosotros mismos”.
“No son los hechos los que cuentan en la vida, sino lo que uno llega a ser a través de los hechos”.
“Intentaré ayudarte (Dios), para que no te destruyas dentro de mí, pero a priori no puedo prometerte nada. Una cosa, sin embargo, se me hace cada vez más evidente, y es que tú no puedes ayudarnos, sino que somos nosotros los que debemos ayudarte, y de este modo nos ayudamos a nosotros mismos. Lo único que podemos salvar en estos tiempos y también lo único que realmente importa es un trocito de ti en nosotros mismos, Dios mío. Y quizá también podamos ayudar a desenterrarte de los corazones destrozados de otros hombres. Sí, Dios mío, parece que no puedes hacer mucho para cambiar las circunstancias actuales, pero también ellas forman parte de esta vida. Yo no te hago responsable, más tarde nos harás responsables a nosotros. Y casi con cada latido de mi corazón crece mi certeza: tú no puedes ayudarnos, pero a nosotros nos corresponde ayudarte, defender hasta el final tu casa en nosotros”.
“Partí mi cuerpo como si fuera pan y lo distribuí entre los hombres”. Una frase sin igual en la que podemos vislumbrar el trazo de la confesión del valor eucarístico impreso en su vida por esta joven que prefirió estar “sola y para todos”. Nos recuerda que el amor se hace don, hasta hacernos pan partido para los demás.
Etty Hillesum, como muchos otros escritores antes y después de Auschwitz, se da cuenta de que Dios, de alguna manera, no actúa, porque somos nosotros los que tenemos que actuar. Dios no actúa porque actúa a través de nosotros. Somos nosotros quienes tenemos que guardar espacio para Dios en este mundo, somos nosotros quienes tenemos que cuidar a Dios en nuestra existencia, en nuestra sociedad y en nuestras relaciones con los demás. Nosotros somos aquellos a quienes Dios se confió en la debilidad de la encarnación, y por tanto, como dice Etty Hillesum, somos nosotros quienes debemos ayudar a Dios.
¡No es un llamado a nuestro sentido de omnipotencia, sino un recordatorio profundo e importante de la responsabilidad que tenemos en la historia!
El amor que podemos expresar debe ser capaz de indignación y de justicia, debe ser capaz de pasión, capaz de decir no, capaz de poner límites a cualquier forma y variante del mal. Esto también se hace a través de la búsqueda de espacios en los que el yo y Dios puedan coexistir. Cuando Etty Hillesum se cuida a sí misma, sabe que está cuidando a Dios dentro de ella, y de esta manera deja que Dios actúe en ella.
Cuidar la presencia de Dios en el mundo significa también cuidar de nosotros mismos, y viceversa: cuidar de nosotros mismos significa ayudar a Dios a estar presente en nuestro mundo y en nuestra sociedad.
Esta es una de las grandes lecciones del intenso diario de Etty Hillesum: no naufragar interiormente cuando en la historia hay espacio para el mal, no dar su asentimiento a las tinieblas cuando parecen imponerse. Y así ella escribiría páginas elevadas -místicas, profundas, únicas- sobre su relación con un Dios desconocido que, sin embargo, se abría a ella con dulzura.
Nos hará bien retomar el diario de Etty Hillesum. En las ciudades que habitamos, en las vidas que vivimos, la fuerza de esas palabras nos sacude como pocos textos pueden hacerlo. Nos dan inquietud y conciencia, esperanza y responsabilidad, en la defensa de un espacio que es nuestro, sagrado, en el que el Misterio puede estar presente: “Ahora esa “habitación silenciosa”, por así decirlo, la llevo siempre conmigo, y puedo retirarme a ella en cualquier momento, tanto si estoy en un tranvía lleno de gente como en medio de la confusión de la ciudad”.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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